Estos dos libros están construidos sobre el supuesto de que buena parte de la población adulta de los países desarrollados tiene problemas de sueño y duerme menos de las horas necesarias para el óptimo desarrollo personal y colectivo. Un problema que necesita ser corregido dado que “el sueño es lo más eficaz que podemos hacer para restablecer nuestra salud cerebral y corporal todos los días, el mayor esfuerzo de la madre naturaleza contra la muerte. Una dieta equilibrada y el ejercicio son de vital importancia, pero ahora vemos el sueño como la fuerza preeminente en esta trinidad de la salud”. Esta afirmación es de Matthew Walker (Liverpool, 1973) y refleja la tesis recogida en las páginas de Por qué dormimos: dormir poco tiene nefastas consecuencias tanto en lo individual como en lo social.
Doctor en neurofisiología por la Universidad de Nottingham, Por qué dormimos es, en gran medida, fruto de sus investigaciones en el Centro para la Ciencia del Sueño Humano de la Universidad de California (Berkeley), que ha fundado y dirige. Cuando se publicó en Estados Unidos en 2017 se convirtió en un controvertido best seller mundial. Para algunos de sus colegas dedicados a investigar los relojes corporales o las bases neuronales y neuroquímicas del cerebro, Walker exagera y desenfoca. Es el caso, entre otros, de Jerry Siegel, investigador del sueño y los mecanismos cerebrales que lo producen en la Universidad de California (Los Ángeles), cansado de afirmar que la necesidad de dormir ocho horas es un mito, basta con siete.
Darian Leader (Alameda, California, 1965) afirma también que el sueño juega un papel determinante en lo personal y social. Igualmente advierte de las consecuencias de la falta de sueño reparador. Sin embargo, contempla la falta de sueño desde una perspectiva distinta. Trata de entender el insomnio como una situación que va más allá del sujeto. Se sitúa en la otra cara de la moneda: dormir no es tanto un problema individual como psicosociológico porque –explica– las condiciones de vida actuales producen insomnio. Advierte al lector de la pretensión higienista destinada a canonizar las ocho horas de sueño diarias. Una regla que para muchos no conduce más que a la frustración.
Ambos libros demuestran que el sueño, más que favorecer el olvido, refuerza la memoria y contribuye a encontrar soluciones a los conflictos de la vida cotidiana
En 2019 aparece ¿Por qué no podemos dormir? donde Leader, psicoanalista de corte lacaniano y miembro fundador del londinense Centro de Análisis e Investigación Freudianos, asegura que en el libro de su colega hay un individualismo metodológico que deja sin considerar los aspectos de construcción social que tienen el dormir y el soñar. En contraste, el lector recibió el volumen de Walker con entusiasmo y varios medios le entrevistaron para ampliar varias de sus teorías como la que relaciona dormir bien y adelgazar o el papel que juegan la cafeína o la melatonina en el dormir. Asimismo, tiene la habilidad de dar la sensación de que se sienta en la cama del lector para hacer un mapa de los trastornos del sueño en un mundo estragado por las pastillas para dormir, las pantallas y la azulada luz LED.
Los cimientos del texto de Leader están en La interpretación de los sueños, escrita por Freud en 1899. Un libro seminal que Walker considera un precedente significativo para la neurociencia al situar el sueño dentro de la mente, es decir, del cerebro. A partir del interés psicoanalítico, no tanto de la interpretación de los sueños, como de su tratamiento, las páginas de Leader desglosan cómo el deseo de dormir puede obstaculizar el sueño. Un deseo propiciado por las cada vez más abundantes clínicas del sueño, los laboratorios productores de psicofármacos e incluso los vendedores de colchones. Convertido el sueño en un producto de consumo, el acto de dormir gira con facilidad en torno a la culpa y al remordimiento.
En lo que coinciden ambos es en el relato de la importancia de los ritmos circadianos. Una especie de marcapasos cerebral que controla ritmos como los del dormir/despertar, comer/beber o la liberación de numerosas hormonas. Ambos relatan cómo la ciencia del sueño da un salto adelante en las décadas de 1950 y 1960. Las grabaciones con electrodos colocados en la cabeza de individuos dormidos comienzan, en esos años, a proporcionar información sobre la actividad de las ondas cerebrales y se establecen las distintas fases de actividad neuronal durante el sueño. En esos años se concreta la relación entre los movimientos oculares rápidos llamados fase REM y la actividad onírica de la mente.
Según Damian Leader, convertido el sueño en un producto de consumo, el acto de dormir gira con facilidad en torno a la culpa y al remordimiento
Ya en el siglo XXI, los escáneres cerebrales y las exploraciones de imágenes por resonancia magnética han permitido precisar cómo y con qué consecuencias las dos grandes fases del sueño, la REM y la no-REM (la de no soñar, que ayuda a consolidar el aprendizaje) se alternan y se proyectan sobre las distintas áreas del cerebro. Durante el sueño REM se da una fuerte activación de las regiones cerebrales visuales, motoras, emocionales y autobiográficas del cerebro y una relativa desactivación de las que controlan el pensamiento racional. Tales avances científicos están permitiendo responder a cuestiones que ya se planteaba el hispanorromano Quintiliano en el siglo I d.C. al percatarse de que el sueño, más que favorecer el olvido, refuerza la memoria y contribuye a encontrar soluciones a los conflictos de la vida cotidiana.
Dormir bien en una sociedad que está constantemente evaluándonos (recordemos los despiadados realities) no parece tarea fácil. De ahí que Leader señale, frente a la ansiedad por el deseo de dormir ocho horas, la conveniencia de aceptar el sueño bifásico: dormir, despertarse, hacer una pausa y volver al sueño. Al final, dos soberbios libros que se complementan y agigantan en un tiempo en que el Covid-19 deteriora aún más la calidad del sueño.