En mayo de 2017, Jia Tolentino (Toronto, 1988) declaró que el ensayo de contenido personal había muerto. “Lo personal ya no es político como lo era antes”, afirmaba en un artículo para la edición digital de The New Yorker. Hace cinco años, los relatos de experiencias reales publicados a diario en páginas web de mujeres hacían las delicias de los lectores, pero, tras las elecciones presidenciales de 2016, empezaron a parecer triviales, autocomplacientes e ingenuos. Aun así, Tolentino descubrió que, de vez en cuando, echaba de menos las voces en primera persona surgidas durante los días de gloria del género. “Me conmueve su gestión de la vulnerabilidad”, decía. “Me encanta ver cómo la gente intenta averiguar si tiene algo que decir”.
Ahora que forma parte de la plantilla de The New Yorker, Tolentino ha hecho su propia incursión en el análisis de uno mismo en su primer libro, Falso espejo, una absorbente recopilación de nueve ensayos que son al mismo tiempo reportajes periodísticos, trabajos de investigación e historias personales. En ellos, el estilo de la autora está plenamente desarrollado: Tolentino escribe con una mezcla inimitable de fuerza, lirismo y humor afilado en internet. Es la única escritora que conozco capaz de incorporar el lenguaje de los memes a sus textos sin quedar en mal lugar.
A diferencia de los autores que publican en internet sus experiencias personales, la autora considera que el yo contemporáneo no es algo para ser exhibido, sino construido y criticado. La autora encuentra su argumento en lo que denomina “esferas de imaginación pública”, que incluyen las redes sociales, los programas de telerrealidad y el complejo económico-productivo desarrollado en torno a las bodas, las noticias o las agresiones sexuales. Quiere saber de qué manera los estadounidenses, en particular los de su generación, se han amoldado a la vida en el capitalismo tardío. ¿Qué ocurre con la gente cuando se ve obligada a competir por el más mínimo resquicio de seguridad? ¿En quién nos convertimos cuando estamos siendo observados permanentemente?
La respuesta breve a esta pregunta es: en gente no muy buena. El primer ensayo del libro trata del “infierno febril, eléctrico e invivible de internet”. En él, la autora argumenta convincentemente la degradación de la vida civil en el Estados Unidos de Zuckerberg. Sostiene que las publicaciones en Facebook o Twitter “hacen muy fácil la comunicación sobre moralidad, pero muy difícil vivir una vida verdaderamente moral”, en parte porque muchos trabajos exigen una participación activa en el universo de internet, lo cual, a su vez, llena los bolsillos de los magnates tecnológicos. A menudo confundimos manifestar una opinión –expresando “me gusta”, retuiteando– con ser políticamente activos. Por otra parte, las redes crean la sensación de que estamos permanentemente sobre el escenario; no podemos quitarnos el disfraz. Citando al sociólogo Erving Goffman, Tolentino explica que “en teoría, en internet el público puede seguir aumentando indefinidamente, y la representación no tiene por qué terminar”.
'Falso espejo' es absorbente. Tolentino escribe con una mezcla inimitable de fuerza, lirismo y humor afilado en internet
El esfuerzo de ser uno mismo en el ciberespacio es constante y agotador. Las mujeres, plantea Tolentino, estamos especialmente familiarizadas con esta especie de “autocalibración”. Algunas, como Kim Kardashian, consiguen sacar provecho de la propia exposición, mientras que otras (o, a veces, las mismas) son víctimas del acoso digital. Aunque movimientos como #MeToo hayan forjado una solidaridad femenina, también han empujado a las mujeres a ser vulnerables, a ceder el control de su propia historia. Y aunque la escritura de contenido personal haya muerto, internet sigue muy vivo. Tolentino concluye que solo “un colapso social y económico” podría librarnos de esta plaga digital. Todo el libro está atravesado por este fatalismo descorazonador, aunque quizá certero. En su reflexión sobre la cultura del ejercicio físico y la “optimización”, Tolentino observa que el deporte que ella practica es al mismo tiempo “una buena inversión” y “un autoengaño pragmático”, ya que se entrena para “funcionar de manera más eficaz en un sistema agotador” del que no puede escapar.
Más adelante, en un ensayo sobre los estafadores y los timadores, describe el capitalismo como el fraude por excelencia que queda al descubierto cuando nos hacemos cargo de la arbitrariedad del éxito, o incluso de la supervivencia. Tolentino establece una convincente comparación entre jugar a la bolsa y las campañas de microfinanciación para emergencias médicas. Apabullada por la injusticia que ve a su alrededor, la autora reflexiona sobre su propio “quebrantamiento ético”: “Muchas veces he tenido la sensación de que la disyuntiva de esta época es ser destruido o renunciar a nuestra ética a fin de ser operativo”. Podemos negarnos por principio a utilizar aplicaciones de transporte compartido, pero a lo mejor acabamos otra vez en un vagón de metro estropeado, sudando con un ataque de pánico y llegando tarde a un trabajo que no cubre los gastos de viaje pero que espera que, como expertos farsantes que somos, se nos ocurra una solución.
Se trata de sentimientos netamente millennials, quejas de un colectivo que no ha adquirido conciencia política hasta haber hecho una fuerte inversión en falsas promesas meritocráticas. La sincera ambivalencia de Tolentino, expresada a lo largo del libro, es característica de la narrativa de contenido personal de su época. Aunque no pretende considerarse la voz de su generación, Tolentino es muy representativa. Tiene 31 años, se licenció en plena recesión económica, vio como sus padres se hundían en las deudas, y desde los 16 ha trabajado simultáneamente en varios empleos. En muchos sentidos, Falso espejo es el clamor apasionado de una escritora que se ha visto obligada a revisar su fe juvenil en las instituciones.
La sincera ambivalencia de Tolentino, expresada a lo largo del libro, es característica de la narrativa de contenido personal de su época
Varios ensayos del libro tratan de la pérdida de la fe en la religión, en el “sueño americano” o en la bondad de los demás. En “Éxtasis”, una deliciosa meditación sobre el altruismo en todas sus formas, Tolentino hace una conmovedora descripción de su alejamiento de la iglesia evangélica en la que fue educada. En su vida posterior a la religiosidad, ha buscado y encontrado la dicha en otra parte: los paseos nocturnos, los festivales de música o las drogas. “Éxtasis” es el ensayo más poderoso y menos airado del libro. En él, la autora convive más serenamente con sus contradicciones y describe con elegancia su deseo de trascendencia y cómo este la llevó a la escritura, que utiliza como herramienta para entenderse a sí misma.
Como lectora, me habría gustado que el libro incluyese más ensayos como este, en el que la contradicción resulta más enriquecedora que fulminante. Reconozco a la autora el mérito de haber analizado su complicidad con las estructuras que critica, pero en ocasiones desearía que fuese un poco más tolerante consigo misma. Tolentino se ha dado cuenta de que la pureza moral es una “fantasía”, pero también podría reconocer una verdad más esperanzadora: aunque las fuerzas opuestas que actúan sobre nuestra vida nos obliguen a transigir, no tienen por qué paralizarnos. “Soy cómplice haga lo que haga” puede ser tanto una toma de conciencia tras una rigurosa evaluación de uno mismo como una especie de callejón sin salida. Que no podamos solucionar el cambio climático no significa que no haya nada que hacer.
Puede que la insistencia de Tolentino en que vayamos más allá de lo personal sea su apreciación política más aguda. “El feminismo que da prioridad a lo individual discrepará siempre del que da prioridad a lo colectivo”, afirma en su ensayo sobre los estafadores. En otro, subraya la importancia de la solidaridad entre diferentes grupos sociales. Lo que le gusta de una droga como el éxtasis, explica, es que genera empatía. Mientras uno está bajo sus efectos, las personas le preocupan más de lo que nunca hubiese creído. “Hace que el bienestar de quien la ha tomado sea inseparable del bienestar del grupo”, asegura. El éxtasis amplía nuestra percepción del colectivo. Se trata de un autoengaño productivo, la clase de fantasía que inspira en vez de impedir. Es una experiencia personal que Tolentino politiza con elegancia, un sentimiento efímero que, si nos lo tomáramos en serio, podríamos utilizar para hacer realidad un mundo mejor.
© New York Times Book Review