A Claudio Magris (Trieste, 1939) le gusta escuchar el murmullo de la vida, sean las expresiones escuchadas, leídas, o simplemente vistas. Disfruta de esos momentos en que su alerta sensibilidad capta una experiencia única, un fogonazo pleno de sentido, que nos trasmite mediante estas Instantáneas verbales. Fotos hechas de palabras que ofrecen una breve e intensa imagen de la realidad. El libro recoge, pues, pequeños textos de página y media a dos páginas, publicadas en el diario Corriere della Sera desde abril de 1999 a julio de 2016.
Este narrador laureado, profesor universitario, escribe desde su ciudad Trieste que “no es solo un cruce de caminos entre Este y Oeste, como dice su leyenda, sino también entre Norte y Sur, entre la melancolía escandinava de ciertos atardeceres de invierno y la vitalidad meridional del verano” (pág. 79). Y su escritura viene llena de la sabiduría del espíritu clásico de la literatura del sur de Europa mezclada con la desapasionada observación de las nórdicas, perfectamente equilibrada en un italiano preciso, pero lleno de cordialidad. Viaja además entre las civilizaciones históricas, “En cabeza de Medusa al revés”, que se suceden unas a otras, se superponen, “sin desaparecer definitivamente ni ser superadas” (pág. 60), simplemente, las que están abajo más que estar petrificadas nos guiñan el ojo.
Estos penetrantes textos cosechan apreciaciones, en verdad, excepcionales y profundas. Tienen un no sé qué de parábolas de la vida actual. Un detalle que a veces parece extraordinario, que resuelve una encrucijada histórica, como la caída del muro de Berlín, abre vistas a una situación aún más compleja que el enfrentamiento de dos sistemas políticos. “En el muro aún durará años…” Magris cuenta que asistía en Blois a una reunión organizada por el ministro francés de Cultura Jack Lang, sobre la Europa del Este, durante la primera semana de 1989, cuando estalló la gran protesta sobre el muro que dividía la Alemania del Este de la del Oeste. Un joven director de cine berlinés llegó a la reunión sin aliento, portaba las últimas noticias del escenario de los hechos, y concluía que la cosa iba para rato. Apenas pasaron unos días y las dos Alemanias se reunían. Y, de repente, llega la instantánea: “Habríamos tomado por chiflado a quien, en octubre de 1989, hubiese dicho que el Muro de Berlín pronto sería derribado y que en el lugar de los caídos muros ideológicos surgirían otros muros étnicos y sociales, rudos encierros, mezquinos y sofocantes micronacio- nalismos” (pág. 88). El lector recibe el fogonazo, ganamos a los comunistas, pero la obstrucción de las arterias de la Historia permanece.
Estos penetrantes textos cosechan apreciaciones, en verdad, excepcionales y profundas. Tienen un no sé qué de parábolas de la vida actual
Otro impactante texto es “En la escollera”. Unos niños de cinco o seis años que no se conocen juegan con unas pistolas de agua en la playa, molestando a los bañistas que toman el sol, y, en un momento, la madre del chaval le reprende, él responde que por qué no regaña a la niña, que se ha escondido. “¿Qué niña?”–pregunta la madre. “Esa que habla y no se le entiende nada”, y se refería una niña “negra como el ébano”, hija adoptada de una pareja de alemanes que pasaban las vacaciones en Trieste. El niño ni se había dado cuenta del color de su compañera de juegos, sólo de que llamaba las cosas de una manera diferente a la suya, la que va del alemán al italiano. Y, en seguida, reñidos el niño por la madre italiana y la niña por los padres alemanes, ellos siguieron jugando sin notar las diferencias.
Casi todas las instantáneas tocan temas contemporáneos. Algunos golpean la sensibilidad por la fuerza de la reivindicación social. “El estiércol del diablo”, la denominación de los padres de la iglesia para el dinero, trata del cinismo de quienes se refieren a los buenos tiempos cuando los recursos económicos estaban mejor distribuidos, y se lamentan mientras beben champán. Una preciosa es la de una visita del autor a una cárcel para explicar el arte de escribir, que permite comunicar con el prójimo. Un preso le dice que él escribe para sí, para tener algo propio, en un lugar donde vives desnudo de intimidad. Padece el miedo de Borges de quedar vacío por dentro, pues no conviene dejar al corazón desnudo.