Al arrancar en 2010 la amazónica serie “Episodios de una guerra interminable” con Inés y la alegría, Almudena Grandes (Madrid, 1960) tenía ya un diseño bien firme de sus objetivos y características. Diversos jalones anecdóticos y temporales estarían a disposición del motivo central del ciclo: hacer la crónica de la esforzada lucha por la libertad bajo la dictadura franquista. A este empeño han respondido con estricta fidelidad los tres títulos siguientes: El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014) y Los pacientes del doctor García (2017). Con lógica interna ineludible, en ello persevera en La madre de Frankenstein.
Esta quinta entrega acota a tal fin un periodo que principia en los días finales de la guerra y primeros de la diáspora republicana y se dilata hasta 1956. Frente a la España sojuzgada e intolerante de la dictadura, unos cuantos personajes, encarnación de un sufrido exilio interior, lanzan un asordinado y clandestino grito de rebeldía. Contra ellos actúan las fuerzas de la represión, el intolerante nacionalcatolicismo que sustentaba al Régimen.
Esta idea genérica –tesis, incluso, podríamos llamarla– se materializa narrativamente en una historia fuerte, protagonizada por personajes muy marcados y repleta de incidentes espectaculares y algo aparatosos. Funciona como hilo conductor el psiquiatra Germán Velázquez Martín. Hijo de un catedrático republicano, logró refugiarse en Suiza, acogido por un médico amigo de su padre, Goldstein, y tras obtener buenos resultados con un nuevo fármaco regresa a España para tratar a las pacientes del Manicomio de Mujeres de Ciempozuelos. En contraste con el avanzado ambiente profesional suizo, la experiencia madrileña le resulta a Germán traumática. Afronta la asistencia a la paranoica Aurora Rodríguez, la famosa parricida recluida por haber asesinado a su hija Hildegart en 1935. Le ponen obstáculos en la utilización del innovador fármaco. Padece las batallas de poder en la cúpula de la psiquiatría nacional. Se enreda en una peligrosa acción a favor de María, una auxiliar de enfermería de historia muy dura. Estas peripecias ocurren en España. En Suiza se desmenuza la terrible odisea de la familia judía Goldstein, destrozada por los nazis.
'La madre de Frankenstein' adquiere una franca dimensión de denuncia: el desprecio por los avances de la ciencia, la condición de la mujer...
Los sucesos de esta sintética lista, desarrollados con mucho pormenor, sirven de sostén a atentos análisis psicológicos. La madre de Frankenstein es una novela de seres torturados, víctimas de graves conflictos íntimos, que dan lugar a unos retratos de interiores angustiantes y a la presentación también de dilemas éticos, el bien y el mal, la bondad natural y el fanatismo, la tolerancia y la intransigencia. La plasmación de los polos de nuestra naturaleza no conduce, sin embargo, a un puro relato antropológico. Almudena Grandes inserta esas conductas en un marco histórico específico. Están determinadas por la dictadura franquista. Por eso se hacen repetidas referencias al paraíso suizo.
De este modo la novela adquiere una franca dimensión de denuncia. Abundan los elementos testimoniales: la tremenda situación de los manicomios, el desprecio por los avances de la ciencia, la condición social desfavorable de la mujer, la represión de los sentimientos, la sexualidad sojuzgada, la prepotencia eclesiástica, la complicidad de la Iglesia en el mercadeo de recién nacidos hurtados a sus madres, la pobreza, el vivir atemorizado… La autora presenta sangrantes historias personales cuyo valor individual alcanza su sentido pleno al insertarse en un panorama colectivo. Muestra lo público en lo privado.
Almudena Grandes acomete su objetivo de recrear un panorama histórico y denunciarlo a través de un relato popular que juega con los recursos del folletín y el melodrama.
Los nuevos episodios que alimentan la crónica de época tienen una filiación galdosiana. A la vez como un caso ilustrativo y como homenaje a don Benito, las relaciones entre un señorito canalla, el estudiante Alfonso, y la pobre María replican las de Fortunata y Juanito Santa Cruz en Fortunata y Jacinta, algo que la propia novela señala. La autora no esconde procedimientos de la literatura sentimental y del best seller. Pretende la identificación emocional del lector con lo que ocurre. Los personajes asumen rasgos maniqueos (el honesto Germán contrapuesto a la repugnante sor Anselma; un zafio pretendiente de María frente al bondadoso comunista que facilita su huida). Los sucesos acumulan sorpresas, percances varios, melodramatismo, horrores diversos, ternurismo.
Almudena Grandes busca una historia muy comunicativa que agarre al lector por su magnitud sentimental y por la contundencia de su testimonio. Por ello el relato se atiene a un planteamiento convencional, la alternancia de los sucesos ocurridos en tiempos diferentes. En el estilo prima una lengua funcional, sin rebuscamientos expresivos. Pero tanto la forma como la prosa ofrecen algunos recursos no muy llamativos (monólogos dramáticos, modo de hablar peculiar de los personajes, con especial fortuna en la lengua coloquial de María) que refuerzan la capacidad de la autora para contar con agilidad y emoción.
En algunas ocasiones el puro relato eficaz cobra una fuerza narrativa extraordinaria, así en la descripción de las dramáticas jornadas finales de los republicanos en el puerto de Alicante. Pero, sin llegar a semejante intensidad, toda la novela funciona bien como ilustración plástica de un tiempo de injusticias y brutalidades. La extensión algo excesiva de La madre de Frankenstein, que provoca a ratos cierta fatiga, se debe a la pasión que pone la autora en su sensible materia y a la determinación de que su documento literario tenga el valor de un didáctico testimonio, múltiple y amplio, de la llamada memoria histórica.