A pesar de haber perdido paulatinamente ese optimismo científico un tanto infantil que marcó el siglo XIX, nuestra sociedad actual, ya casi impávida ante los avances tecnológicos, todavía guarda esperanzas casi inconfesables en algunos campos. Uno de ellos es el del viejo debate que plantea, en forma de dilema shakesperiano, el profesor de Humanidades de la Pompeu Fabra Jordi Ibáñez (Barcelona, 1962) en Morir o no morir (Anagrama), una lúcida reflexión sobre cómo enfrentamos social e individualmente a la muerte, que se embarca en todos los debates de plena actualidad, como la eutanasia o la posibilidad biomédica de lograr la inmortalidad.
La sociedad moderna, apunta Ibáñez, ha dado la espalda a la muerte convirtiéndola en un tabú. Y esta desnaturalización de algo tan natural como la propia existencia ha derivado en temor para asumir una finitud inscrita en la misma lógica de toda forma de vida. Pero una vez detectada la carencia surgen más problemas, pues más allá del, por ahora, utópico futuro inmortal (que plantearía asimismo el complejo problema de la desigualdad socioeconómica en el acceso a él), se alzan otras cuestiones igual de turbadoras como el cuándo o el cómo morir y, por tanto, cómo vivir.
A través de abundantes referencias a la tradición humanística y filosófica, desde Epicuro y Étienne de La Boétie a Claude Lanzmann y Robert Nozick, y con enjundiosas anécdotas, como aquella de un agonizante Kafka diciéndole a su médico: “Máteme, o es usted un asesino”, Ibáñez plantea todas las visiones históricas, filosóficas y morales sobre el tema, desde el “buen morir” medieval, que sobrevivió en el corpus literario secular, hasta la idea generacional y burguesa de legado, de expectativas de un futuro mejor, que cargaba de sentido la muerta y que hoy ha entrado en crisis.
En este sentido, el autor se extiende en si en el mundo contemporáneo la muerte debería ser una elección personal o si el Estado, esa deidad moderna, debe regular un derecho que muchos, desde postulados religiosos e ideológicos no ven como tal. Y de ser así, ¿cuáles son los límites éticos de la eutanasia como mecanismo para una muerte digna? Siguiendo a Foucault, Ibáñez reconoce que el poder se desentiende de la muerte en las sociedades del capitalismo avanzado, pero advierte de que no podrá ser así para siempre atendiendo a las previsiones demográficas futuras. En síntesis, defiende el autor, deberíamos educarnos para morir y considerar posible otra relación con la muerte inspirada en otra relación con el modo en que nuestro mundo nos invita a ver la muerte.