"Nos sobra heroicidad, estoicismo, audacia, pero marchamos de fracaso en fracaso, aumentando la lista de nuestros mártires en cada pelea". Difícilmente se puede decir mejor en menos palabras. Ese dictamen de situación, proveniente de la sección asturiana de la CNT describe perfectamente a las alturas de junio de 1934 cuál era la situación del sindicato anarquista, aunque bien podía hacerse extensivo al conjunto del movimiento libertario. Máxime cuando a la frase transcrita le seguía la recomendación de no seguir engañándose, "soñar un poco menos" y ser "menos aventureros" (p. 297).
La tensión entre sueños y realidades ha desgarrado siempre a los anarquistas. En el caso español, uno de los lugares del mundo donde más fructificó esa rama del socialismo revolucionario, ese desgarro era patente desde los inicios, aquellos lejanos momentos del siglo XIX (1868) en los que el apóstol Giuseppe Fanelli predicó la buena nueva de una sociedad igualitaria, "sin Dios ni amo", lo que traducido en términos políticos quería decir -en contraposición al socialismo marxista- sin Estado. Este ideal maximalista abocaba a los anarquistas a ser siempre la vanguardia de la lucha obrera, los más rebeldes y radicales de los revolucionarios.
Dicho de otra manera, los más impacientes. De ahí la búsqueda permanente de un atajo para conseguir sus objetivos, normalmente la violencia, ya fuera en forma colectiva, insurreccional, o en formato de atentado terrorista. La permanente presencia de esta propensión en el movimiento ácrata ha oscurecido injustamente la no menos innegable existencia de otra corriente pacifista, reformadora y gradualista, tan importante al menos como aquella. Una secuela de esta abusiva imputación violenta al conjunto del movimiento libertario conduce a responsabilizar parcial pero sustancialmente a los anarquistas del fracaso de la II República.
Estas premisas son indispensables para situar adecuadamente los objetivos del nuevo libro de Ángel Herrerín, un historiador que salvo algunas excepciones (El dinero del exilio. Indalecio Prieto y las pugnas de posguerra), ha dedicado casi todas sus investigaciones al anarquismo, desde La CNT durante el franquismo (2004) a Anarquía, dinamita y revolución social (2011). Ahora Herrerín se plantea, en la línea antes señalada, cual fue realmente la actitud -y la responsabilidad- del movimiento libertario y la CNT en particular en la crisis del período republicano.
Para ello realiza una labor que hasta ahora no se había hecho o, en todo caso, se había hecho de modo insuficiente: seguir la pista documental de todas las gestiones sindicales -debates, resoluciones, congresos, pactos, estrategias y tácticas- desarrolladas por la CNT a lo largo del período. Con esa determinación, Herrerín ha buceado de manera exhaustiva en los más diversos archivos -políticos, civiles y militares, privados y públicos, nacionales y extranjeros- y lo ha completado con un examen minucioso de la prensa libertaria, de tal modo que el cuadro resultante es el retrato más completo de la actividad cenetista durante la República disponible hasta el momento.
El libro ofrece el retrato más completo de la actividad cenetista durante la república disponible hasta el momento
Este retrato del anarquismo en la fase antedicha arroja un balance de claroscuros, cuando no de tendencias contrapuestas o abiertamente contradictorias y, en todo caso, resulta de una complejidad que se resiste a las simplificaciones al uso. Ni la CNT, pese a su impaciencia revolucionaria, fue la principal responsable del fracaso del régimen del 14 de abril, ni su maximalismo doctrinario fue el único desencadenante de la violencia callejera. En el libro se subrayan los múltiples esfuerzos de algunos líderes y secciones -sobre todo los vocacionalmente sindicalistas- por embridar la fogosidad combativa de los más radicales. En el fondo, la perenne lucha dentro del movimiento entre anarcosindicalismo y anarquismo puro con tendencia a la acción directa (FAI).
Aunque el autor no desdeña, ni mucho menos, una interpretación de conjunto acerca del papel del anarquismo en aquella fase histórica, la lectura atenta de estas páginas muestra que su voluntad primordial es atenerse a la documentación, dejar que hablen los datos, es decir, los hechos concretos y estos, como hemos apuntado, se resisten a un reduccionismo esquemático. Estamos pues no tanto ante un ensayo político que fuerza una determinada línea discursiva como ante un clásico estudio de carácter historiográfico con un decidido enfoque empírico. En este sentido, sin duda, constituye desde ahora una obra de obligada referencia para calibrar el papel del anarquismo en el período considerado.