Hay modestas editoriales cuyo catálogo parece responder a una pasión por determinados títulos, al margen de su viabilidad comercial, de la que quieren hacer partícipes a sus lectores. Una de ellas es Pepitas de Calabaza, de la que me gusta hasta su lema: “Una editorial con menos proyección que un cinexín”.
Entre sus muchas joyas, este año ha tenido a bien divulgar las excelentes historietas de Plauen sobre un padre y su vástago que vieran la luz en 1934, en las páginas de aquel Berliner Illustrirte Zeitung (BIZ), pionero, a finales del XIX, de las cabeceras semanales que buscaron captar la atención del público con la abundancia de la ilustración.
En el momento en que aquel hecho se produjo BIZ llegaba a unos dos millones de personas, a las que cautivó desde el principio ese dibujo tan elegante como sencillo que desarrollaba sin palabras un
inocente gag tras el que se advertían las exquisitas dotes de observación de un autor al que el control nazi de la publicación, desde fechas recientes, había dado el visto bueno como “dibujante no político”. Pero tanto los siniestros censores, como buena parte de los lectores, sabían que aquel seudónimo “escondía” a Erich Ohser (Vogtland, 1903) que había descollado en su momento como caricaturista antinazi.
El autor cautivó a dos millones de lectores gracias a un dibujo tan elegante como sencillo
Ohser, que homenajeaba con la nueva firma a la localidad en la que vivió desde los cuatro años, hasta su traslado a Leipzig para estudiar diseño, alcanzó cierta notoriedad en las páginas de la publicación oficial del partido socialdemócrata, Vorwärts, al poco de hacer de Berlín su residencia habitual en 1927. Eran aquellos unos días de efervescencia cultural y política en la ciudad alemana, donde hizo del escritor Erich Kästner (del que vale la pena, y mucho, leer su novela juvenil de aventuras Emilio y los detectives de 1928, y a ser posible con los dibujos de Walter Trier) y del editor Erich Knaus sus mejores amigos, con los que compartió el sueño de que el totalitarismo de Hitler y su gente acabaría siendo, más pronto que tarde, totalmente arrumbado. Su odio a aquel régimen, que compartía también con el rechazo frontal a la utopía comunista, después de haber conocido de primera manos sus frutos en Moscú y en Leningrado, le fue lógicamente correspondido cuando los nazis cerraron Vorwärts y le empujaron a la precariedad como uno de sus enemigos.
Gracias a su mujer, Marigard Banter, también diseñadora y dibujante en posesión de un estilo tan ingenuo como amable (daría lo mejor de sí misma en los años cincuenta con obras como Wilde Tiere), y con la que tuvo un hijo, Erich Ohser pudo sobrevivir hasta encontrar acomodo en BIZ con aquellas historietas que algunos interpretaron como una dócil aceptación de las directrices nacionalsocialistas en tanto en cuanto eludía en ellas toda crítica política.
El éxito de Padre e hijo, acrecentado por sus recopilaciones en libro y por un merchandising sin parangón, duró hasta el momento, en 1937, en que la revista empezó a ser un claro vehículo del Partido y la dirección consideró que esa obra carecía de la agresividad que se requería para los nuevos tiempos (en 1940 creó el suplemento Signal, que, independizado de aquellas páginas, sería la revista más emblemática del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial).
Nunca he acabado de entender por qué Ohser y su familia no huyeron de Alemania cuando pudieron ni por qué colaboró con los nazis tras el estallido de aquella conflagración, a lo que se sintió impulsado, según su propio testimonio, por una concepción del patriotismo que le llevó a caricaturizar a los aliados como otros nuevos adversarios.
Pero la Gestapo no había olvidado sus orígenes y estaba atenta a sus constantes críticas, en voz alta y en público, hacia aquel sistema que aspiraba a durar mil años. De manera que en marzo de 1944 acabó por detenerle y, tras ser torturado, nuestro dibujante optó por suicidarse en la celda una semana más tarde.