Félix Duque
Abada. Madrid, 2019. 548 páginas. 27 €
En una época rendida a la espectacularidad de imágenes que se suceden a velocidad de vértigo, volcada al consumo voraz de objetos, vivencias y noticias de última hora, tiene mérito seguir dedicándose con esmero al paciente oficio de la filosofía, para intentar esclarecer ese algo abigarrado que llamamos realidad. Tiene mérito volver sobre cosas escritas hace tiempo, revisarlas a fondo y ponerlas de nuevo a prueba, al latido del presente, apurando lo aprendido en la travesía y destilando una sabiduría cada vez menos necesitada de erudición, cada vez más original. Es lo que logra espléndidamente Félix Duque (Madrid, 1943) en un libro singularísimo, que no es el último de este pensador imprescindible, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid, Premio Jovellanos 2003 y doctor honoris causa por la Universidad de San Martín, sino el primero: pues se trata de una versión remozada de aquella obra suya pionera de 1986, doblada ahora en extensión y en aguda comprensión del mundo actual.
En este mundo tecno-logizado, ¿qué significa la Naturaleza? ¿Acaso un ámbito del que fuimos expulsados o del que nos separamos por evolución cultural? Duque nos cura de nostalgias humanistas y sueños de vuelta al Edén, invitándonos a pensar la complejidad de la relación en que hombre y mundo se constituyen de consuno. El punto de partida es netamente hegeliano: nada se nos da en inmediatez. Tampoco la Naturaleza. No está ahí afuera, libre, independiente. Siempre se nos da transformada por la técnica, mediada por ella. Lo que no significa hacer del hombre un Sujeto soberano que “tiene” a la técnica como instrumento a su servicio. Tal como la naturaleza se va configurando al hilo de la acción humana sobre el entorno, también nosotros somos generados en esa trama material de relaciones. La oposición fuerte entre hombre y naturaleza que ha dominado la mentalidad occidental carece de sentido. Eso es algo que ahora evidencia la cibernética, trasladando capacidades consideradas humanas a las máquinas, como en el caso de los ordenadores. Pero se ha dado siempre.
Duque estudia la historia de estos procesos, relatando el tránsito de una naturaleza primordial a una orgánica, luego artesanal, mecánica, cibernética y, finalmente, digital
Así que los desequilibrios entre naturaleza y cultura no son sino el producto histórico de las tensiones suscitadas en cada estadio evolutivo entre el grupo dominante, que considera “natural” lo que no es sino mera reproducción cultural, y el grupo portador de invención, situado en la periferia del sistema hasta que las soluciones normales del mismo se agotan y, transformando el entorno, una nueva división natural crea relaciones inéditas entre el hombre y la materia. Un estadio tecno-natural anterior se ve convertido entonces en “naturaleza”.
Reemplazando una lógica de identidades por otra relacional, Duque estudia la historia de estos procesos, relatando el tránsito de una naturaleza primordial a una orgánica, luego artesanal, mecánica, cibernética y, finalmente, digital. La primera edición de su libro se quedaba justamente en el umbral de este nuevo mundo globalizado. Ahora lo examina con detalle, desde sus antecedentes —en ejemplos jugosos, como el de la Exposición Universal de París de 1889— hasta el “Internet de las cosas” y las monstruosas no-ciudades del presente, donde lo urbano y lo salvaje conviven en flujo incesante, alimentándose de los propios desechos. Heidegger y el papel del arte como desmentido de la técnica se entrecruzan en la parte final, con un magnífico capítulo sobre la evolución del videoarte a través de la obra de Bill Viola, para quebrar todo anhelo hegeliano de reconciliación.
A Félix Duque, lúcido testigo de la época, no cabe tratarlo con la aspereza con la que se suele vulnerar al mensajero, sino con la gratitud debida a quien nos avisa, aunque no sepamos si a tiempo
Así, lo que esta historia nos muestra a la postre es la imposibilidad de convertir nuestro multiverso en un mundo ordenado: cada promesa de redención, de retorno al apacible seno materno, genera nuevas contradicciones, evidenciando nuestra finitud. Los fenómenos de globalización y reindustrialización no solucionan el agotamiento de recursos del sistema, sino que discurren estrechamente ligados al empobrecimiento de grandes capas de población, a la migración y al terrorismo internacional, sin que podamos precisar si estos males del mundo anuncian, tras exasperar su crisis, un nuevo parto o su enquistamiento nihilista. A Félix Duque, lúcido testigo de la época, agudo crítico de sus oscurantismos, no cabe tratarlo con la aspereza con la que se suele vulnerar al mensajero, sino con la gratitud debida a quien nos avisa, aunque no sepamos si a tiempo.