Rafael Sánchez Sánchez
Prólogo de J. Martínez Reverte. UOC. Barcelona, 2019. 237 páginas. 25 €
Tiene razón Jorge Martínez Reverte cuando apunta en el prólogo de este libro que los historiadores han desmenuzado casi todos los aspectos de la política contemporánea pero han postergado un elemento tan importante en la propaganda y la comunicación como es el mitin. No es que los investigadores hayan ignorado la relevancia que tuvieron muchos de estos actos de masas, sino que los han tratado al socaire de otros acontecimientos, sin poner el foco en ellos mismos. De ahí la originalidad –siempre relativa en estos casos– que tiene este volumen que firma el periodista y profesor Rafael Sánchez Sánchez (Madrid, 1954): una visión de conjunto de lo que fue (y es) el mitin político en España desde los tiempos de la Segunda República a la actualidad.
Conviene precisar desde el principio que no se trata de un trabajo erudito o de formato académico, sino de una obra breve que se propone trazar un panorama general de la oratoria política, a caballo entre la exposición histórica y su análisis como "señal institucional". De hecho, la mitad de estas páginas aproximadamente tienen un carácter historiográfico (el mitin durante el régimen del 14 de abril, en la guerra civil, el franquismo y la transición: son los primeros cuatro capítulos) y la segunda mitad, algo más extensa, se dedica a la "evolución del mitin en la actual etapa democrática", tomando como punto de partida la campaña electoral de 1979 y llegando hasta casi nuestros días (las elecciones de 2016).
La originalidad de este volumen radica en que pone el foco en los actos de masas electorales, desde los tiempos de la Segunda República a nuestros días
Tras un brevísimo esbozo de su "prehistoria", aborda Sánchez el momento de esplendor del mitin clásico, esto es, el período republicano. Es la etapa en la que confluyen una acentuada politización de las masas y una pléyade de grandes oradores de todas las tendencias que encandilan a sus adeptos. El reverso lo constituye la etapa franquista, donde no hay mítines pero sí grandes "actos de masas", normalmente protagonizados por el Caudillo. La recuperación de la democracia nos devuelve también el entusiasmo mitinero y las grandes figuras oratorias, empezando por Adolfo Suárez, aunque también se da cabida a otros significados líderes del espectro político de la época, desde Fraga a Carrillo o Federica Montseny. Después, en las páginas finales, en un apartado de "Anexos", se reproducen parcialmente algunas de esas intervenciones emblemáticas, desde el discurso de proclamación de la República de Alcalá-Zamora al "Socialistas antes que marxistas" de Felipe González.
Dice Sánchez que a medida que la democracia española se iba "normalizando", el mitin también se fue regularizando en un formato que se mantuvo casi inalterable hasta que a comienzos de los 90 "se incorporaron a la cobertura informativa de las campañas electorales las televisiones privadas". En principio, lo que sucede es que poco a poco se incorporan elementos extrapolíticos –imágenes, efectos especiales– para subrayar un mensaje que por sí mismo contempla pocos variantes. Después, la revolución tecnológica nos aboca a una nueva dimensión, que va a suponer un cambio de perspectiva que afectará al propio contenido del mitin: por ejemplo, lo importante no es ya tanto convencer a los asistentes físicos –por otro lado, ya convencidos– como llegar a un público mucho más amplio mediante la televisión e Internet.
El carácter paradójico del mitin no puede ser obviado en esta era de profundos cambios en la comunicación. Es difícil dictaminar si estamos hablando de un residuo del pasado o una herramienta imprescindible en la publicidad política. Es probable, en cualquier caso, que el mitin se transforme, adoptando un carácter virtual o incorporando avances futuristas, aunque en esencia siga siendo lo mismo: el modo más efectivo de persuadir acerca de las bondades de unas determinadas propuestas políticas.