Si la idea de que en otra época Marruecos lindaba con Nueva York le parece aburrida; si su mente no se queda atónita ante la idea de que todavía existen 10.000 especies de dinosaurios y no le impresiona que el Tiranosaurus rex fuese lo bastante fuerte como para partir en dos un coche con los dientes, este libro no es para usted. Pero si le gustó la historia de amor de John McPhee con las rocas en Annals of the Former World y el entretenido relato de Janna Levin Cómo le salieron manchas al universo (Lengua de Trapo), Auge y caída de los dinosaurios, del paleontólogo Steve Brusatte (Chicago, 1984), le encantará.
Brusatte sabe insuflar vida a los huesos muertos de los dinosaurios al paso que comparte efusivamente su viaje personal cuando era un joven cazador de fósiles. El entusiasmo que pone en narrar sus historias hace que devoremos el libro, que va provocando en el lector un asombro tras otro. "Actualmente, se descubre una nueva especie de dinosaurio a la semana en algún lugar de mundo. Fíjense bien: un nuevo dinosaurio a la semana", dice el autor. ¡Alucinante!
Al friki que hay en mí le encanta el tsunami de finos detalles que inundan cada página, narrados en el estilo ligero de un científico de la generación del milenio camino del estrellato. El autor nos conduce sistemáticamente a través de los diversos estadios de la evolución de los dinosaurios, empezando por la fase del Triásico anterior a estos en la que una extinción en masa allanó el camino para su aparición. Los dinosaurios no podrían haber prosperado sin los sucesos dramáticos que dieron nueva forma a la tierra hace más de 250 millones de años. La lava arrojada por innumerables volcanes en erupción extinguió toda vida a su paso, mientras los gases de efecto invernadero cubrían el planeta, calentaban el antiguo océano y provocaban un calentamiento global sofocante que contribuyó a aniquilar a la mayor parte de los animales terrestres vivientes.
Sin embargo, una incógnita permanece: ¿por qué sobrevivieron los primeros dinosaurios al infierno de la extinción triásica que les permitió multiplicarse y dominar libres de competidores? "Me gustaría tener una respuesta satisfactoria", confiesa Brusatte, "es un misterio que, literalmente, no me ha dejado dormir… A lo mejor los dinosaurios, sencillamente, tuvieron suerte".
No se puede reprochar al autor que dedique todo un capítulo al rey de los dinosaurios, el Tiranosaurus rex. Al fin y al cabo, esta perfecta "máquina de matar" ha sido la favorita de los admiradores en películas que se remontan al clásico King Kong, alcanzando su máximo protagonismo en Parque Jurásico, de Steven Spielberg, la cinta que cambió la vida de Brusatte. "Muchos científicos se han sentido atraídos impulsivamente por la majestuosidad del Rey de la misma manera que a tantas personas les obsesionan las estrellas de cine y los deportistas", afirma. El autor ofrece abundante carne sobre el tiranosaurio para que el lector le hinque el diente, en particular sobre su mordedura, aterradoramente única entre sus congéneres carnívoros. "El Tiranosaurus rex clavaba los dientes profundamente en su víctima, a menudo hasta los huesos, y luego la desgarraba de un tirón". Esta técnica del tiranosaurio ha recibido su propio nombre: alimentación por perforación y desgarre. Sin embargo, en la mayoría de las películas está ausente la imagen evolutiva del Rex como ancestro de los pájaros, con plumas que sobresalían entre las escamas para conservar el calor y quizá servir de reclamo en el cortejo sexual. Además, no era tonto. Las mediciones de su capacidad craneana muestran que "era más o menos tan inteligente como un chimpancé y más que los perros y los gatos".
Brusatte combina con acierto la historia de los dinosaurios con las vidas de grandes paleontólogos
La desaparición de los dinosaurios hace 66 millones de años ha sido objeto de frecuentes debates y ha oscurecido los 150 millones de años de reinado de estos reptiles, que los convierten en una de las criaturas más duraderas que jamás hayan habitado la Tierra. "Lejos de fracasar", afirma el autor, "fueron un éxito evolutivo". Sus restos fosilizados se pueden encontrar por casi todo el planeta. Y, aunque hablemos de su caída, decenas de miles de especies de dinosaurios siguen entre nosotros. Los llamamos aves. Puede que no lo creamos, dice Brusatte, pero "las aves no son más que un grupo extraño de dinosaurios" que desarrollaron alas y aprendieron a volar. "El caer en la cuenta de que las aves son dinosaurios seguramente sea el hecho individual más importante jamás descubierto por los paleontólogos especialistas en el tema".
Los jóvenes científicos como Brusatte y sus colegas comparten un evidente sentido del asombro. "Cuando veo las primeras huellas del Triásico me dan escalofríos. Puedo percibir el lejano espectro de la muerte". Esta conexión emocional, junto con la recopilación de historias personales y personajes que hace el autor, convierten el libro en algo especial. Entre las historias está la del Rancho Fantasma de Georgia O’Keeffe, "repleto de fósiles" que hicieron de él una meca para los jóvenes paleontólogos que acudían en manada tras la muerte de la artista. Según el autor, "si actualmente visita alguna gran exposición sobre dinosaurios, probablemente vea algún Coelophysis del Rancho Fantasma, el dinosaurio del Triásico por excelencia".
También nos encontramos con el barón Franz Nopcsa von Felso-Szilvás, el extravagante "genio trágico" del espionaje cuyas aventuras en busca de fósiles en Transilvania durante la Segunda Guerra Mundial acabarían en el asesinato-suicidio de él y su pareja. "Drácula no tenía nada que envidiar al barón de los dinosaurios". Otro personaje es el incomparable Barnum Brown, que descubrió el primer Tiranosaurus rex en 1902 y se convirtió en "el primer paleontólogo famoso. Si viviese hoy, sería la estrella de algún espantoso programa de telerrealidad y, seguramente, político".
La paleontología está llena de personalidades, y Brusatte siempre está en el lugar adecuado en el momento oportuno. Como en Hell Creek, en el estado de Montana, para el descubrimiento de "la tumba de un Triceratops" que proporcionó la inesperada prueba de que se trataba de una especie gregaria. O pasando el rato con su mentor Mark Norell en su legendario despacho del Museo de Historia Natural en Central Park. También en China, embobado ante la colección de fósiles cubiertos de plumas a cargo del conservador chino Xu Xing, el "mayor cazador de dinosaurios del mundo".
El lector se maravilla asimismo ante el prodigioso biólogo Jacob Vinther, cuyo microscopio descubrió el color de las plumas de los dinosaurios que los equipaban mejor para el cortejo. (Solo aprendieron a volar por accidente, algo típico de la evolución). Como un joven admirador fascinado, Brusatte peregrina a Italia para ver cómo el mítico Walter Álvarez presume de su histórico descubrimiento: un fino estrato de arcilla que contiene los restos largo tiempo buscados de un asteroide desintegrado, o lo que es lo mismo, la primera prueba sólida de la idea de que un impacto catastrófico, el famoso meteorito, acabó con los dinosaurios.
Al físico Richard Feynman le maravillaba la manera en que la belleza de la naturaleza se esconde en sus detalles. A su juicio, el científico es capaz de disfrutar más de la belleza de una flor porque entiende su funcionamiento interno. La belleza de este libro también reside en sus detalles, así como en las historias de los científicos que los sacaron a la luz.
© New York Times Book Review