Como ya ocurriera con sus novelas anteriores como Hombres buenos o El club Dumas, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) regresará, el 18 de septiembre, con un nuevo título, Sidi, que sumergirá al lector en la Historia de la Edad Media, con guiño al Cid Campeador. Autor de la reciente Una historia de España, donde realizaba "un viaje de treinta siglos hecho con humor, tristeza y un poquito de esperanza", según sus propias palabras, el escritor se aleja en esta ocasión de la historia contemporánea de su exitosa serie Falcó, para viajar al siglo XI y adentrarse en "una historia de exilio y frontera, de lucha por sobrevivir en un territorio hostil, indeciso y de fuerzas encontradas", definen en Alfaguara.
Publicada por la editorial de manera simultánea en todo el territorio de la lengua española, Sidi narra la aventura de un guerrero que, obligado al destierro, cabalga para buscarse la vida con una hueste que lo respeta y lo sigue. Su carácter y sus hechos de armas lo convertirán en una auténtica leyenda viva.
Reportero de guerra durante veintiún años y con más de veinte millones de lectores en todo el mundo, Arturo Pérez-Reverte compagina su vida hoy entre la literatura, el mar y la navegación. Es, además, miembro de la Real Academia Española. Sus últimas novelas han sido Sabotaje y Los perros duros no bailan y las más reciente Una historia de España.
Aunque habrá que esperar hasta septiembre, como adelanto, este extracto de Sidi nos aporta una primera aproximación de esa "gente dura en un mundo duro", de la que escribe en su nueva novela:
"El arte del mando era tratar con la naturaleza humana, y él había dedicado su vida a aprenderlo. Colgó la espada del arzón, palmeó el cuello cálido del animal y echó un vistazo alrededor: sonidos metálicos, resollar de monturas, conversaciones en voz baja. Aquellos hombres olían a estiércol de caballo, cuero, aceite de armas, sudor y humo de leña. Rudos en las formas, extraordinariamente complejos en instintos e intuiciones, eran guerreros y nunca habían pretendido ser otra cosa. Resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte, obedecían de modo natural sin que la imaginación les jugara malas pasadas. Rostros curtidos de viento, frío y sol, arrugas en torno a los ojos incluso entre los más jóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que se persignaban antes de entrar en combate y vendían su vida o muerte por ganarse el pan. Profesionales de la frontera, sabían luchar con crueldad y morir con sencillez. No eran malos hombres, concluyó. Ni tampoco ajenos a la compasión. Sólo gente dura en un mundo duro".