Timothy Brook
Traducción de Victoria Ordóñez Diví. Tusquets. Barcelona, 2019. 344 Páginas. 21 €. Ebook: 12,99 €
Hoy en día, Johannes Vermeer (1632-1675) es uno de los más cotizados maestros antiguos y los museos que cuentan en sus colecciones con uno de sus escasos lienzos los exhiben como trofeos. Cualquier exposición que tenga el privilegio de incluir alguna de sus pinturas se convierte en un acontecimiento de masas. Pero no siempre fue así. Vermeer no fue en vida un pintor de éxito, murió abrumado por las deudas y fue relegado a un segundo plano hasta que la crítica del siglo XIX y algunos escritores empezaron a fijarse en sus enigmáticas composiciones y su singular colorido. Paradójicamente, todo eso que sus contemporáneos no consideraron digno de demasiada admiración, es lo que nos fascina y le ha otorgado popularidad. Y junto con la evolución del gusto, la corta lista de títulos fehacientemente atribuidos ha contribuido a su alta cotización en el mercado del arte; bajo la ley de la oferta y la demanda, sus pocos cuadros son de valor incalculable, y eso también contribuye a su prestigio, querámoslo o no.Traducción de Victoria Ordóñez Diví
Sombras sobre la biografía del artista, incógnitas acerca de sus modelos, intimismo y misterio en unas composiciones que retratan la vida cotidiana, una apariencia de realidad que nos interpela en su sencillez y nos enseña una belleza rara, todo eso está en Vermeer, aun cuando no lleguemos a saber si era exactamente eso lo que pretendió con su pincel este huidizo artista. Por todo ello, servirse como reclamo en un ensayo histórico de las pinturas de Vermeer es una inteligente elección. Es lo que hace el canadiense Timothy Brook (1951), especialista en historia de China, un campo de creciente interés por el actual poder del gigante asiático, y también practicante de eso que ahora se llama historia de la globalización, es decir, la búsqueda de las raíces y las causas del gran fenómeno de nuestro tiempo. Brook propone al lector un viaje a los albores de la globalización, que el ubica en el XVII, de la mano de varios cuadros de Vermeer y de otros pintores de Delft.
Vaya por delante que nos encontramos ante un ensayo concebido para el gran público anglosajón, y eso acarrea tanto simplificaciones como los consabidos tópicos sobre la superioridad de los pueblos del norte. Fechar la primera globalización en el XVII y otorgar el protagonismo de esta aventura a neerlandeses y británicos supone olvidar que cien años antes portugueses y españoles pusieron en marcha el mundo global con sus viajes, sus colonizaciones y el establecimiento de rutas intercontinentales de comercio. Conviene no obviarlo para no perder de vista las diferencias entre la globalidad que edificaron los Estados ibéricos y la de los neerlandeses y los británicos. De hecho, por mucho que su punto de vista central esté desplazado hacia el norte de Europa y China, el relato de Brook no puede obviar las Indias occidentales y los enclaves hispánicos en el Pacífico y el Índico.
brook utiliza los cuadros de vermeer como puertas que se abren para lanzar la mirada a los efectos de la globalización
En todo caso, esa es la elección del autor y, hecha esta salvedad, no puede negarse el atractivo del viaje que propone al lector. Brook utiliza los cuadros de Vermeer como puertas que se abren para lanzar desde ahí la mirada a los efectos de la globalización. Por eso fija su atención en determinados objetos que aparecen en los lienzos, y los sigue como hilos argumentales. En el fascinante Militar y muchacha sonriente presta atención al sombrero que domina el centro de la composición para introducirnos en el floreciente comercio de pieles de castor traídas de Norteamérica y su influencia en la evolución de la moda masculina. De Lectora en la ventana escoge la fuente de porcelana china que contiene frutas, y de ahí nos traslada a la fiebre que produjo en Holanda la delicada manufactura oriental, las imitaciones de los artesanos de Delft, o la orientación de la producción china a la exportación. El geógrafo le permite referirse a la difusión de la información geográfica en Europa, en contraste con las limitaciones políticas que esos mismos datos tenían en China. Mujer con balanza, con su mágica atmósfera, le lleva a abordar el papel principal que jugó la plata en la globalización, con el establecimiento de conexiones de largo alcance entre América, Europa y Asia. También hay espacio para otros objetos y productos que aparecen en las imágenes seleccionadas, como las armas de fuego o las alfombras. Todos ellos no solo son tratados por Brook desde la perspectiva del comercio, sino también vinculados a los cambios del gusto y las costumbres. Y juntos con las cosas y su percepción, también las personas, las consecuencias de la circulación de individuos que se trasladan de unos continentes a otros, de grado o forzados, como sucede con los africanos que ya habían empezado a aparecer en las pinturas portuguesas del XV (el rey Baltasar representado por un negro), o las pioneras figuraciones de europeos y africanos en el arte chino.
Un aspecto muy atractivo del libro es que el autor presta la misma atención a los efectos de la globalización en Europa y en China, como experto sinólogo que es. Gracias a eso, es muy posible que el lector se aventure por vez primera en esa otra parte de la historia de los contactos entre culturas que a menudo olvidamos los occidentales, esto es, cómo vivieron en Asia la llegada de gentes de otro mundo, con sus costumbres, su religión y su tecnología. En definitiva, este recomendable volumen nos cuenta historias de ambición, desventura, riqueza, violencia, astucia, huidas, y hallazgos. Y lo hace poniendo el foco en personas concretas, que las vivieron en lugares remotos y extraños o que simplemente las conocieron a través de objetos venidos de lejos que incorporaron a su vida cotidiana, como hacen los personajes de los cuadros de Vermeer. En definitiva, el libro nos invita a contemplar estos cuadros de otra manera, a considerarlos puertas que, al abrirlas, nos dan ingreso a un fascinante mundo que trasciende los objetos pintados y muestra la vida en torno a ellos, como el sombrero de Vermeer.