Margarita García Robayo: "Es indigno pensar que hace falta una cuota femenina en las artes"
La escritora colombiana publica en España Primera persona, una compilación de relatos de autoficción con una mirada descarnada sobre temas universales
25 abril, 2019 02:00Margarita García Robayo. Foto: Mariana Roveda
Pocas personas habrá en el mundo a las que no les guste el mar, o que directamente lo odien. Margarita García Robayo, oriunda de una ciudad costera (Cartagena de Indias, 1980) y afincada en otra (Buenos Aires), es una de ellas, o al menos la Margarita García Robayo que aparece en su libro Primera persona. Esta compilación de relatos autobiográficos de la autora colombiana, publicada en España por la editorial Tránsito, reúne textos escritos en su mayoría por encargo y publicados en revistas literarias entre 2011 y 2018.
Además de la aversión marítima (determinada como casi todas las fobias por los recuerdos asociados a él y suavizada hace poco durante una visita a la Costa del Sol), la narradora de estos relatos aborda de manera descarnada asuntos como el complejo de Electra a partir de su historial de amantes, la maternidad, el desequilibrio mental o el despertar sexual. Tampoco falta una mirada irónica sobre el mundillo de las residencias y festivales literarios.
Además del estilo literario, lo que da unidad a todos estos textos es, como explica su autora, mostrar “cómo cambia la mirada sobre una misma cosa según el momento vital, cómo se construye la identidad a lo largo de los años y cómo se convive con un entorno en el que no necesariamente nos sentimos cómodos”.
P. El título Primera persona parece una reivindicación de la autoficción, ahora que mucha gente critica la notable proliferación del género.
R. Ni lo reivindico ni lo denosto. Los géneros son carcasas, dependen de con qué los llene cada autor. Yo como lectora no me fijo en los géneros sino en los temas y los tratamientos. Cuando escucho a alguien decir que no le gusta el género del yo, le pongo delante el libro de Piedad Bonnett sobre el suicidio de su hijo [Lo que no tiene nombre] y le digo: “Denóstame esto”.
"Dos de los riesgos de la primera persona son la autocomplacencia y, en el otro extremo y no menos grave, el autoflagelo"
P. ¿Cuál es la clave para convertir la propia biografía en material literario?
R. Aunque se cuente algo que parte de la propia experiencia, hay que trascender la anécdota, si no, es mejor escribir un post de Facebook. Este tipo de textos deben ser vehículos para hablar de un tema que te vincula con la época, el lugar y la sociedad que te tocó vivir. La narradora de mis textos ocupa un lugar claramente periférico, no es igual que si fuera suiza. El tipo de escenas que yo narro tienen que ver con lo político: me pasó tal cosa porque este lugar y esta época tienen determinadas conductas que intento analizar en estos textos.
P. ¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene emplear la primera persona al escribir?
R. Narrativamente me parece igual que la tercera persona, no me parece que estéticamente tenga algo especial. Ideológicamente me parece que la primera persona es más política, menos distanciada de las cosas que mira y cuenta. Otra pretensión mía al escribir en primera persona es mudarla del singular al plural, al nosotros y, sobre todo, nosotras, ya que buena parte de mis textos atañen mucho al género.
»Por otra parte, la primera persona es un desafío porque se produce un desdoblamiento entre narrador y autor. Hay un narrador que quiere contarse y un autor que quiere esconderse. Nadie cuerdo quiere mostrar sus fisuras y sus heridas. De esa pugna surge este personaje que está en los textos y que no soy yo. En algunas cosas se parece a mí y en otras para nada. Dos de los riesgos de la primera persona son la autocomplacencia y, en el otro extremo y no menos grave, el autoflagelo. Lo más honesto es encontrar el equilibrio.
P. Ese narrador que quiere contarse, ¿tiene alguna línea roja que el pudor le impida traspasar? ¿No le preocupa qué pensará su entorno cuando habla de cosas íntimas?
R. Totalmente. Hay una tensión con uno mismo, y otra, más difícil, con el entorno, con las personas directamente involucradas en lo que cuento: parejas, padres, hijos… ¿Cómo explicar que es literatura, que es un oficio, que no es la vida real? Es difícil entenderlo si no eres escritor. Con mi madre tuve una discusión porque ella, por supuesto, no lo entendía, y en un momento me dijo que lo mejor era dejar de leer lo que yo escribo. Le dije que me parecía genial, porque yo no pensaba modificar nada y a ella le iba a afectar.
"Una nunca tiene claro si aparece en las listas porque lo que hace está bien o por ser una mujer marroncita y latinoamericana"
P. Por otra parte, mucho de lo que cuentas son cosas que quizá a muchos lectores les pasen pero no se atrevan a verbalizar. ¿No cree que les hace un favor, ya que pueden reconocerse en sus textos sin tener que exponerse en público?
R. No es mi intención. Lo mío es más egoísta. No es que tenga una necesidad desbocada de convertir la página en una catarsis, no es una terapia, pero el punto de partida de mi escritura tiene que ver siempre con una necesidad, y luego trato de darle un valor estético o literario. Es el único modo en el que puedo escribir.
P. Estos relatos aparecieron en revistas literarias. ¿Cuál es su relación con ellas y qué papel cumplen en el ecosistema literario, especialmente para los escritores de relatos?
R. Por desgracia cada vez hay menos revistas literarias, son como un tesoro escondido del que no me gusta hablar mucho porque temo que la gente se entere y desaparezca. Escribo mucho en Piauí, de Brasil. Es un privilegio, me encargan cosas que dan mucho gusto y pagan bien. No existen revistas así porque no es rentable, pero pedirle rédito al arte siempre es un error. Otro tema que aparece en el libro es el intento de regularizar oficios que por naturaleza son marginales, como la literatura. Nosotros no obedecemos a sindicatos ni patrones. Por suerte, la literatura carece de las cosas que según el mundo occidental deberían regularizar un trabajo. El problema es la subsistencia: no deberíamos cargar sobre la literatura el peso de tener que mantenernos. Yo tengo claro que difícilmente puedo vivir de esto. Siempre hago cosas alternativas y encargos para poder seguir escribiendo.
P. ¿Qué hacemos con la etiqueta “literatura femenina”? No se habla de “literatura masculina” cuando el autor es un hombre.
R. Uno de los relatos del libro, Mi debilidad: apuntes desordenados sobre la condición femenina responde exhaustivamente a esta pregunta. Estoy totalmente en contra de la etiqueta “literatura femenina”. No necesitamos ninguna visibilidad ni ayuda, no estamos escondidas bajo las piedras. Se nos suele encasillar en el terreno de la literatura intimista, pero buena parte de los bestsellers están escritos por mujeres. Es indigno pensar que hace falta una cuota femenina en las artes o la literatura. Yo soy feminista y hay muchas causas feministas que merecen visibilización, pero esta no es una de ellas. Hay tantas causas que defender que colar ahí esta me ofende. Además se puede usar como una forma de oportunismo. Una nunca tiene claro si aparece en las listas porque lo que hace está bien y trata temas necesarios o por ser una mujer marroncita y latinoamericana. Abundan las escritoras buenísimas con una potencia increíble y la sola insinuación de que necesitan un empujoncito me irrita mucho.