Antes de convertirse en materia de películas de Disney y en merchandising para decorar las habitaciones, objetos y ropas infantiles, los cuentos populares o de hadas eran otra cosa. Como explica la británica Angela Carter en el prólogo de su estupenda antología Cuentos de hadas (Impedimenta, 2016), estos relatos tienen una peculiaridad que los distingue de la literatura, que durante muchos siglos existieron sólo en la memoria y en los labios de sus hablantes, fueron narrados, no escritos; oídos, no leídos. "Por ello, los cuentos de hadas, estos cuentos populares de la tradición oral constituyen el lazo más fundamental que tenemos con el imaginario de los hombres y mujeres corrientes cuya labor ha dado forma a nuestro mundo".
Sin embargo, o quizá atendiendo a esto último, a lo largo de los últimos trescientos o cuatrocientos años los cuentos populares han sido recopilados como tesoros para varios fines, que van desde la curiosidad del anticuario a la ideología, pasando por la exploración de una psicología y una sociología extraoficiales. En este proceso, estos relatos sufrieron una paulatina pero constante evolución desde las toscas versiones narradas alrededor de las fogatas o en los lares de las casas hasta la letra impresa. Aunque siempre se pueden encontrar precedentes, se puede citar el Pentamerón del italiano Giambattista Basile, también llamado Lo cunto de li cunti (El cuento de los cuentos), como la primera gran recopilación europea de relatos populares.
Con una vida que serviría de inspiración para varios relatos, Giambattista Basile (Nápoles, 1575-1632) fue el típico producto del convulso siglo XVII italiano. Escritor y gran viajero, su vida discurrió a lo largo de un sinfín de cortes, sirviendo como militar para varios príncipes italianos y para el dogo veneciano. También cumplió el papel de poeta áulico, componiendo odas y elegías para los potentados linajes a los que servía. Gran conocedor de la lengua culta y del estilo barroco, su gran capacidad de observación y su afán de "recoger todas las formas del habla napolitana en una obra que fuese compendio de lo fabuloso y lo grotesco", cristalizarían al final de su vida en esta recopilación de relatos populares, un "pentamerón", en un guiño al Decamerón de Boccaccio.
Definido por Benedetto Croce como "el más antiguo, el más rico y el más artístico de todos los libros de fábulas populares" y por Italo Calvino como "el sueño de un Shakespeare napolitano", el Pentamerón, como explica el traductor César Palma, a cargo de la edición que recupera estos días Siruela, "es un derroche de sabiduría popular y de humor. Basile es un autor barroco napolitano de primer orden, en el que se inspiraron los hermanos Grimm y Perrault, entre muchos otros autores". En efecto, algunas de las más hermosas fábulas del mundo, desde Cenicienta hasta El gato con botas o La bella durmiente, cuentan con versiones previas, y mucho más crueles, de las que bebieron el literato francés, de sólo una generación posterior, y los eruditos alemanes.
El libro de Basile, cuenta, por ejemplo, con las primeras versiones recogidas literariamente de los cuentos famosos de Perrault: "Sol, Luna y Talía" es un antecedente claro de La bella durmiente del bosque, "Cagliuso" de El gato con botas, "La osa", de Piel de asno y "La gata cenicienta" de La Cenicienta. Sin embargo, la diferencia clara es que el escritor francés atempera en buena medida la crudeza original del relato oral, que sin embargo el italiano mantiene plenamente. La obra de Basile, con su pátina de barroquismo literario, no ahorra nada del contenido, que guarda parte de la brutalidad medieval y sus cuentos son crueles, violentos y escatológicos hasta extremos increíbles. Como muestra un botón: su versión de La bella durmiente incluye necrofilia, canibalismo y una crepitante hoguera final. Y todo en cuatro páginas.
Ya en el siglo XIX, cuando el afán nacionalista provocó el nacimiento del folclore, los lingüistas, medievalistas y mitólogos Jacob y Wilhelm Grimm, autores de un canónico diccionario y obsesionados con establecer una cultura alemana unitaria y basada en las tradiciones se inspiraron también en el trabajo de Basile para componer su a la postre más famoso libro, Cuentos del hogar, durante un siglo sólo superado en ventas por la Biblia. Para Jacob, el libro de Basile era "la mejor colección y la más completa de todas las colecciones", destacando, asimismo, "su estilo lleno de expresiones metafóricas, proverbiales e ingeniosas, y su palabra libre y desenfadada, así como la superabundancia del discurso, sólo comparable a la obra de Rabelais".
La comparación con el humanista francés no es descabellada, pues les une un elemento importante que puede desconcertar al lector actual, el humor. Y es que, a pesar de la crudeza, la brutalidad y la escatología inherente en muchos casos a estos relatos sin desbastar, ése es el hilo conductor de estas fábulas de final feliz, estos relatos moralizantes y didácticos, fuente casi única de sabiduría de un pueblo ajeno a la escritura, que se entrelazan y suceden en un juego ininterrumpido de metamorfosis, apariciones, sobresaltos, engaños y desengaños...
Como decía también Angela Carter, la recopilación de estos relatos, el acercarnos a estos mundos que quizá consideramos en extremo fantasiosos o pueriles, es una oportunidad para huir de esos cuentos edulcorados y de tonos pastel que ofrece la actualidad y acercarse a las auténticas raíces de las fábulas populares, que encierran en sus páginas el recuerdo de todas las virtudes humanas atesoradas durante siglos.
Por eso, aún hoy, cuando la mayor parte de estas narraciones se han integrado en nuestra mitología íntima, este libro amable y brutal, tierno y plebeyo, sabio y popular, sigue siendo una obra maestra que a pesar del paso del tiempo y del refinamiento del gusto literario, refleja una huella simbólica y real de las angustias, miedos, costumbres y tradiciones de un pasado que cada vez nos es más lejano. Y que nunca deberíamos olvidar.