Eugenio Fuentes. Foto: Iván Giménez
Vuelve a la acción el detective privado Ricardo Cupido, el personaje más conocido del escritor Eugenio Fuentes (Montehermoso, Cáceres, 1958). Lo hace en Piedras negras (Tusquets), con una trama que fusiona un cabo suelto de su novela ambientada en la guerra civil española Si mañana muero (Tusquets, 2013) con la serie de novelas negras protagonizadas por su investigador, y el punto geográfico en el que confluyen ambas es Breda, la ciudad imaginaria de Extremadura donde Fuentes sitúa habitualmente sus historias.Corre el año 2004. Marta Medina, la miliciana violista de aquella novela, muere en Francia, donde ha vivido exiliada casi toda su vida. En su testamento encomienda a su nieta Marthe que viaje a España para encontrar al hijo que se vio obligada a dar en adopción nada más nacer, en plena guerra. El detective Cupido localiza en Toledo al hijo de Marta, que fue adoptado por una poderosa familia y hoy es un rico empresario que se niega a creer la teoría sobre su verdadero origen.
El robo de bebés por parte del franquismo es solo uno de los ingredientes de una trama que se complica con el asesinato de la hija de este personaje y afloran asuntos tan dispares como la corrupción eclesiástica, la burbuja inmobiliaria y la falsa bonanza económica que precedió a la gran crisis de 2008, en un país en el que parecía sobrar el dinero y en el que tanto el de arriba como el de abajo son propensos a hacer trampas.
Pregunta. ¿Cómo se le ocurrió rescatar los 'restos' narrativos de Si mañana muero para construir sobre ellos una nueva novela negra de la serie de Ricardo Cupido?
Respuesta. Mi literatura circula por dos vías, una narrativa ajena a géneros y otra que son las novelas negras de Cupido. Un día me di cuenta de que ambas podían confluir en Breda: que la nieta de Marta Medina, este personaje que había estado allí durante la guerra, viniese a la ciudad para cumplir con el encargo de su abuela y se encontrara allí con Cupido. Me pareció un proyecto maravilloso.
P. Guerra civil, posguerra, robo de bebés, la España del ladrillo, el lavado de dinero, traiciones, asesinatos… ¿Cómo hace para que tantas piezas y tan dispares encajen en una sola novela?
R. Con toda humildad puedo decir que no me ha resultado difícil encajarlas. Esta novela la tuve varios años en la cabeza antes de sentarme a escribirla, así que no tuve que salir a buscarla. La prensa ha hecho mucho hincapié en lo de los niños robados, pero yo no tengo la sensación de que sea una novela sobre eso. Yo la veo como la historia de la reconstrucción de una familia destrozada formada por tres generaciones: la abuela, la nieta y el eslabón perdido, que es el hijo dado en adopción. El detonante de toda la historia es el testamento. Como decía el poeta alemán Gottfried Benn, ¡qué sería de las novelas policiacas sin el testamento!
P. Empieza la novela con una imagen muy poderosa: Marthe arrancándose un tatuaje con una plancha. ¿Es importante para usted captar la atención del lector con este tipo de escenas?
R. Sí, me gusta iniciar las novelas de una manera intensa. Me gustan mucho los hermanos Coen y este tipo de historias modernas donde se mezcla el cine o la literatura de autor con el de género. Es la confluencia entre una literatura que tenía muchos lectores, pero ninguna trascendencia, y una literatura que tenía trascendencia pero no lectores. Yo me identifico con esa confluencia. En algunos de mis libros la imagen sirve también para marcar cómo es el personaje. En este caso, con la escena que abre el libro quiero dar a entender que Marthe es una mujer tenaz que va a llegar hasta el final. Al mismo tiempo me sirve para plantear el segundo enigma de la novela: Marthe tiene que tomar una decisión brutal para su vida y hasta el final de la novela no sabe qué opción elegir. Por otra parte, el final de una historia de amor es como arrancarse un tatuaje, si es verdadera, se lleva un trozo de tu carne cuando termina. Todo eso lo quería reflejar en esa página. Por tanto no es una imagen gratuita, sino reflejo del personaje y de mis ideas sobre el amor y la tenacidad.
P. ¿Cuánto tiempo ha dedicado a esta novela?
R. Tenía la historia en la cabeza desde hace seis años más o menos y me senté a escribirla hace tres, pero cuando llevaba poco sufrí una diplopía. Salí a montar en bicicleta una mañana, en septiembre de 2016, y al llegar a casa empecé a ver doble. Me hicieron pruebas en urgencias y tuve que estar seis meses con un ojo tapado. Además se me cruzó en medio un ensayo, La hoguera de los inocentes (Tusquets, 2018). Después retomé esta novela. Fue necesaria la enfermedad, no podía ni bajar bien las escaleras, me aterrorizaba cuando veía una. Me centré en escribir y me di cuenta de que la novela ya no paraba de crecer.
P. Cuando apareció por primera vez en su novela Las batallas de Breda (1990), Cupido no era todavía detective. ¿Cómo ha cambiado el personaje desde entonces?
R. No sé mucho de Cupido, todavía no es un personaje definido. Pero antes era más brusco, más buñueliano, y las novelas tenían también imágenes más fuertes, más extremistas. Ahora ha encontrado cierto sosiego a la hora de investigar, cierta tranquilidad.
P. En Piedras negras hay un momento en que El Alkalino, el amigo y ayudante de Cupido, comenta que no le han querido dar factura en una peluquería y reflexiona sobre cómo la picaresca se extiende por todos los sectores de la sociedad española. ¿Somos un país de tramposos?
R. Sí, somos unos pícaros. Cuando nos va bien, en lugar de aprovechar para poner orden en el país, nos dedicamos a hacer trampas; y cuando nos va mal, en vez de afrontar los problemas con serenidad, entramos en un extravío y un frenesí que se ve en la cuestión política con todo lo que está ocurriendo en Cataluña- Todo esto viene del siglo XVII, si se hubiera resuelto como decía Graciel: si los Austrias se hubieran dedicado a equilibrar las tres Españas -la Corona de Aragón, la de Castilla y Portugal- no estaríamos ahora con estos problemas. 2004 es un año muy significativo, es el epicentro de esa década entre 1998 y 2008 en la que todo se hunde. Estábamos locos todos, no solo los políticos y los banqueros. ¿Quién no compró entonces casa y coche sin saber si podría pagarlos o se compró una lámpara de 20 bombillas? Entramos en un frenesí de consumo y nos dedicamos a la ostentación y a los aeropuertos sin aviones, tanto en lo público como en lo privado.
P. En la novela aparece un método muy curioso para sacar del país grandes cantidades de dinero negro: se entrega a una orden religiosa y se recupera mediante un pagaré en la sede de la misma orden en otro país. ¿Está basado en hechos reales?
R. Se me ocurrió cuando un amigo me recordó la noticia de que en un convento de España entraron los cacos y se llevaron medio millón de euros. ¿Para qué tenían allí todo ese dinero en efectivo? Solo de vender pasteles no se saca medio millón de euros. Entonces empecé a imaginar que podía haber algo más detrás.
P. En la narración intercala continuamente descripciones del cielo, de la luz y del paisaje con vocación de estilo, casi lírica. La prosa de la novela negra suele ser más seca. ¿Por qué concede usted tanta importancia a estos detalles?
R. Me parece fundamental. Hay excelentes escritores de novela negra que han creado grandes personajes: Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Quirke, de John Banville… Sin embargo, este género no ha solido crear un estilo literario. Yo intento (no digo que lo consiga) darle un marchamo literario; escribir una novela negra no es ninguna bula para escribir mal. Georges Braque dijo que lo que hay entre el plato y la manzana también hay que pintarlo. De igual modo, en una novela negra también hay que escribir lo que está alrededor de la víctima y el verdugo.
P. Aunque dice que el tema de los niños robados es solo un ingrediente más, no deja de ser llamativo el hecho de que sea un tema apenas tratado por la literatura, y es un asunto todavía muy candente.
R. Es que ha sido muy sangrante. Uno de los peores dolores que deben existir es que a una madre le arrebaten a su hijo. Aunque en esta novela la madre se ve obligada a entregarlo, es un hecho objetivo que se robaron niños no solo en la dictadura sino en los primeros años de la democracia, está demostrado judicialmente y es horrible. Había una ley del siglo XIX que no se derogó hasta marzo de 2011 y que decía literalmente que un niño no sería considerado persona jurídica hasta que no llevase 24 horas completamente desprendido del vientre materno. Era terrible, porque si alguien robaba un niño en las primeras 24 horas, como no tenía condición jurídica, todavía no había delito.
P. ¿Cree que la justicia puede reparar todo el daño causado?
R. El dolor de las familias ya no tiene remedio, pero este tipo de delitos no deberían prescribir. ¿Por qué hay determinados delitos económicos que no prescriben y delitos emocionales como estos sí?
@FDQuijano