Traducción de Antonio Sáez Delgado. Alfaguara. Barcelona, 2018. 260 páginas. 18,90 €. Ebook: 9,99 €
El cuaderno del año del Nobel es el sexto diario de José Saramago (Azinhaga, 1922–Tías, Lanzarote, 2010). Data de 1998 y nunca antes vio la luz, aunque su publicación fue anunciada en 2001. Parece que el escritor portugués se mantuvo fiel a su último proyecto vital y escritural: “No tener prisa y no perder tiempo”. Así, su último cuaderno quedó atrapado “en el limbo del disco duro de su ordenador”, tal y como explica Pilar del Río. No tuvo prisa, pero tampoco tiempo para dar a sus notas la forma definitiva que habría deseado: prácticamente estrella del rock, se vio inmerso en una vorágine de entrevistas, congresos, ferias, medallas, conferencias, presentaciones y fiestas populares.
Saramago recibía la noticia de su candidatura a Premio Nobel de Literatura a principios de 1998; a finales de ese mismo año leía su discurso de aceptación ante la Academia sueca. Poco tiempo para escribir, casi nada para corregir y unas notas a la espera (ya imposible) de las correcciones y compleciones del autor. Estuvieron en tierra de nadie hasta que, en febrero de 2018, el encargado de organizar las conferencias y discursos del escritor, Fernando Gómez Aguilera, dio con la carpeta adecuada. Hasta aquí la vida y las aventuras de esta obra inacabada.
Entre el ensayo más sesudo y las reflexiones de andar por casa, el cuaderno es una miscelánea algo confusa
Entre el ensayo más sesudo y las reflexiones de andar por casa, el cuaderno se completa con multitud de copy paste de artículos, conferencias y entrevistas publicadas en diversos medios, como El Mundo, Playboy o Visâo. Una miscelánea un tanto confusa que felizmente incluye cartas de los lectores (maravilloso hallazgo que es, casi, lo mejor de este diario), así como con las respuestas que el autor portugués les dedicó. Entre los retazos de la experiencia íntima y las benditas intromisiones de las palabras ajenas, se va tejiendo una obra que es valiosa, por lo que tiene de documento de vida, de certificación de que hubo un hombre que vivió y que existió como escritor. Nadie va a convertirse en lector de Saramago con esta publicación: es un libro para sus fans.
Creo que a Saramago le habría gustado saber que hay personas con su sexto cuaderno en las manos. Y es que una de las preocupaciones recurrentes del escritor en este diario es la perdurabilidad: se pregunta qué utilidad podrán tener sus palabras en el futuro, cuál será el destino de sus textos. Con todo, la pregunta de verdad importante es: “¿Qué haréis con este libro?”. Una cuestión que evidencia su miedo a ser olvidado, a no ser leído o, lo que es lo mismo para él, al panorama desolador de una muerte definitiva. Saramago quiere ser, estar aquí y no caer nunca en un terrible haber sido para nada. Tal vez este cuaderno llegue ahora para cumplir el deseo, conmovedoramente humano, de seguir siendo recordado. Quizás quería empeñarse en creer, como Alonso Quijano, que se puede cambiar el mundo con cuatro libros y una armadura.
Este es también el libro de un gran lector forjado desde la marginalidad de una vida humilde, pero también es el bloque de notas de un señor del siglo pasado. Está más que bien el Saramago preceptor de lecturas porque es una riquísima fuente de conocimientos sobre literatura portuguesa, así como un analista apasionado. En otras ocasiones, simplemente su discurso literario ha quedado obsoleto y es incapaz de apelar al siglo XXI: tendente a lo cursi, se nos hace innecesariamente melancólico y nostálgico, como si habitara aún en el lamento por las arcadias del Siglo de Oro. Sin embargo, algunas de sus denuncias sorprenden por su vigencia: el triunfo de los patriotismos vanos, la sangría imparable del neoliberalismo o el incumplimiento de los derechos humanos, entre otras heridas sistémicas cada vez más sangrantes.
Este sexto cuaderno es, en fin, el libro inconcluso de un hombre que llegó tarde a la literatura, que siempre se consideró aprendiz y que, paradójicamente, tuvo tiempo de recoger un Nobel.