Me llevó, me obligó a caminar por un pasillo oscuro de los que rodean el patio de butacas del Teatro Principal de Zaragoza. Hablabla y hablaba y, de vez en cuando, introducía los dedos de su mano derecha entre los botones de mi camisa. Me detuve, y, al darse cuenta de que estaba a punto de dejarla allí plantada, cambió de conversación para contarme algo que suponía iba a gustarme mucho, que su marido era capaz de mantener la boca entreabierta durante más de una hora emitiendo un sonido: la letra “o”; “oooooooooooooooooo, así, así” farfullaba imitando a su raro marido mientras intentaba desabrocharme el pantalón. Le di un golpe en la cabeza con el premio, el Premio Cálamo Extraordinario 2014, que acababan de entregarme, una bonita figurilla de madera. Debió de quedar medio conmocionada. Dejé atrás el pasillo, desemboqué en el gran salón aparentando serenidad, agarré una copa de champán de las que llevaban los camareros en las bandejas y me mezclé con la gente. Allí estaba Viqui Longares, y fui a su encuentro.
Recordé con Viqui aquel guateque, de hace muchísimos años, el baile de la manzana, y su maniobra, según ella para darme celos, coqueteando con un tipo que se hacía llamar “Piñonet”. Quise precisar: “Aquel tipo Piñonet realmente era un crápula y siempre se dijo que me había robado a Viqui”. “¿Cómo era posible que se dijera esto?” soltó mi exnovia. Y yo le contesté: “Porque Piñonet tenía 18 años y tenía coche.” Viqui nunca fue Claudia Cardinale. Piñonet era un tipo alto, desgarbado, con la cabeza colgando hacia adelante. Con una gran nuez de Adán. Y se rumoreaba que era judío.
Me aburría ya la charla. Y la saqué a bailar. Para rememorar el baile de la manzana. Intenté que nuestro baile remedara la foto del guateque, la que le pasé hace un tiempo a mi actual biógrafo Óscar Gastón. La foto, dijo Gastón, es una foto del paraíso. En ella, en mi bolsillo asoma algo, puede que un antifaz. Se trataría de un guateque en el que no faltaría de nada. “Mujeres infieles... cuánto madura uno gracias a ellas... el baile de la manzana... buenos recuerdos”, apunta Gastón. Tengo ahora dudas de si ese tipo de la nuez de Adán se llamaba Piñonet o Piñochet. Pero sí, se llamaría Piñonet aunque Gastón dice ahora: “Para Google... Piñonet es una variedad de melón”. La foto es de 1956. Barcelona. Resulta increíble, pero en esta ciudad, en los cincuenta, vivían los mejores poetas de España. Llegué al hotel muy tarde, cansado. Pero tenía un burofax y no quise dejarlo para mañana. Era de Eudora Pañico. Proponía un libro, Nueve tórax, que ella editaría. Nueve fotografías de las radiografías de tórax de nueve amigas. Fotografías acompañadas por la historia más o menos verídica de cada una de ellas. Historias que yo escribiría. Como avanzadilla incluía la foto de una placa de su caja torácica. Ya digo, estaba cansado. Caí rendido en la cama. Pero a los pocos segundos me incorporé, encendí la luz, y volví a examinar la fotografía. Antes, algo me había pasado por alto. El contorno de sus senos. Allí se veían. Y qué bien se veían. Al final, tuve que tomar un Trankimazín. A las 09:00 cogía un avión.