Simetrías
Diez es un número perfecto. Es par. Nuestro sistema de cálculo se basa en ese número. Diez es la nota máxima, esa que nunca alcancé en la escuela: ni siquiera de niña me salían bien las cuentas. Diez son los dedos de las manos. O deberían serlo. Tuve un amigo que se apellidaba Seisdedos. Alguien me contó que ese apellido se debe a una anomalía que afecta a ciertas personas que, en efecto, nacen con seis dedos en cada mano. Alguien así no es un monstruo, es sólo una persona peculiar, te enseña la mano y dices: qué pasada, y cuentas una y otra vez por si es un truco. Yo podría imaginar que un hombre con seis dedos acariciase mi cuerpo desnudo, lo pienso y me da un escalofrío en el que se mezclan la extrañeza y el placer. Si alguien tuviese cuatro dedos por mano tampoco nos parecería un drama. Salvo que el dedo faltante sea el pulgar no es un impedimento grave, tan sólo una singularidad curiosa que te hace mirar dos veces las manos de esa persona.
Mi hijo tiene cinco dedos. No, no cinco en cada mano: tres y dos. Ahora sí he conseguido vuestra atención, ¿verdad? Ahora sí estáis imaginando a un monstruo. La mano que tiene tres dedos es conmovedora, hay algo humano en ella y a la vez de animal diminuto, de ser que te gustaría apretar despacito contra el pecho. Pero la mano con dos dedos no es una mano, sobre todo porque están casi pegados uno a otro y son anchos y bastos; hace pensar en una pezuña, en una pata de animal asomando de un cuerpo humano, como cuando un ser diabólico toma posesión de una persona y nos habla desde su interior con voz ronca y ojos encendidos: en cualquier momento podría salir y mostrar su rostro horroroso. Esa mano de mi hijo me produce una sensación de náuseas, también a mí, que soy su madre. Siento el impulso de abandonar corriendo mi propia vida y refugiarme en algún lugar donde nadie me conozca.
Una oncóloga me dijo que las simetrías en el cuerpo son inocuas; si tienes un bulto idéntico en cada pecho no debes preocuparte, tampoco por lunares de forma regular. Lo patológico es siempre asimétrico.
"Lo único que me consuela es que mi niño no tendrá que ocultar quién es. La gente lo mirará y verá inmediatamente el monstruo"
Miro las dos manos de mi hijo y anticipo ya su sufrimiento. Mi marido también las mira y luego me mira a mí, y sé que intenta evitarlo, que se esfuerza, pero sus ojos me examinan como quien busca a un culpable. Cuando un niño nace deforme es siempre la madre la culpable, incluso aunque sepas que no es así, la sensación permanece. A mí me gustaría haber fumado, haber tomado drogas, haber bebido alcohol durante el embarazo hasta desmayarme. Porque entonces habría una razón, un delito por el que cumplir condena. El castigo es una forma de redención. Pero lo malo es que no he hecho nada, y mi niño tampoco.
Lo único que me consuela es que mi niño no tendrá que ocultar quién es. La gente lo mirará y verá inmediatamente el monstruo. A partir de ahí las relaciones están claras. Porque mi padre tenía diez dedos, delgados, ágiles, de pianista. Y las uñas siempre cortadas y libres de cutículas. Mi padre tenía diez dedos perfectos y todo en él era simétrico y ordenado. Por eso nadie era capaz de ver el monstruo y, si querían encontrarlo en algún sitio, volvían la cabeza hacia mí, que enseguida escondía las manos en los bolsillos como si fuese yo la que tenía algo que ocultar.