Quemar un sol para verte
I
Los 18 años llamean delante de su imaginación como una esperanza o un entusiasmo, todavía no sabe distinguirlo bien. La idea de votar emociona a sus amigas, ¡están locas por pisar el colegio electoral! Pero a ella no le convence... estar atenta a lo que dicen los políticos, tomar una decisión... Se abruma. Lo que ella quiere es imponer la música que se escucha en casa, dejar de acompañar a sus padres al pueblo en agosto, comprarse un jersey amarillo, salir de casa sin pedir permiso, volver a la hora que le dé la gana... La espera se extiende como una sustancia elástica, maliciosa; se revuelve contra la cama como cuando de niña ansiaba que los huesos le creciesen más deprisa: los 5 años que le separan de la mayoría de edad le parecen interminables.
II
"¡Aprendió tantas cosas de estas siete décadas! Desde la cama del hospital, se lamenta de que no exista un sitio donde guardar todo lo que recuerda"
Ahora sabe que los 18 fueron una excitación, ¡aprendió tantas cosas en estas siete décadas! Desde la cama del hospital, con el sabor a morfina enredando en la boca, se lamenta de que no exista un sitio donde guardar todo lo que recuerda, lo que llegó a comprender. Siempre supo que la alcanzarían estos días últimos (¿le quedan cinco, seis, diez; horas?), que todos tenemos una tumba esperándonos en algún lugar del tiempo; pero le dio la espalda. Hubiese preferido salir del mundo de un golpe seco, repentino... pero tampoco importa: avanzar en la edad es un afianzarse en el “no importa tanto”, fue como fue, mejor o peor, pero ya está jugado. Sabe que el cuerpo no la dejará morirse serena (siente la reticencia de los nervios, de las circunvoluciones cerebrales, de las insidiosas venas) pero la muerte le da menos miedo ahora que cuando era jovencita, cuando podía arrancarle un pedazo enorme de experiencia. Le duele la espalda, le sudan las ingles, su mente se desplaza hasta los dieciocho, apenas recuerda lo rápido que pasaron. La enfermera dice algo sobre prepararse para morir, pero, ¿cómo prepararse para una experiencia singular? Sería tan absurdo como prepararse para nacer. Desde el rectángulo de la ventana la mañana es densa, azul, prometedora. La conciencia de la muerte quizás sea la circunstancia definitoria de su especie, pero no dice nada demasiado importante sobre ella; ella pertenecía por completo a la vida, no puede concebirse fuera del mundo.
III
Querida antepasada: pienso a menudo en lo mucho que te hubiese gustado y repelido nuestra época. Perteneces a la última generación cuyos movimientos cerebrales no pudieron registrarse, y yo pertenezco a la primera que decidió dejar de reproducirse. El abismo de tiempo transcurrido te marearía, cuenta los siglos como años, y los siglos como milenios. Creo que te divertiría saber que cuanto ocurre queda inscrito en los pliegues del espacio-tiempo, que podemos volver a observarlo si gastamos una cantidad tan obscena de energía que nos lo hemos prohibido; pero me gusta tanto verte correr con tu jersey amarillo para llegar a la fiesta de tu cumpleaños. Qué criatura alocada, eres un misterio para mí, ¿cómo podías estar alegre si ya te habías desprendido de un cuarto de vida? Valientes antepasados maravillosos. Quizás te alegrará saber que la supresión de la muerte no ha alterado por completo a la humanidad que conociste: buscamos la verdad y estamos siempre equivocados, envidiamos a nuestros escasos amigos, y como si todavía arrastrásemos trazas de la adolescencia en la sangre no renunciamos a nuestros caprichos: estoy quemando un sol para verte.