Pepitas de calabaza. Logroño, 2018. 112 páginas. 14,50 €

"Una hostia en la sien. Cuatro patadas en el estómago. Quizá cinco. Las costillas rotas. El cuello quebrado. La cabeza abierta. Los ojos morados. Los dientes desperdigados". Así, maltratado, irreconocible, como un guiñapo, rescata la policía el cadáver de un periodista demasiado inquieto, "un plumilla envalentonado que metía el hocico en todas las putas madrigueras". Es el primer puñetazo que el periodista Agustín Pery (Cádiz, 1971) propina al lector con su primera novela, Moscas. Y no será el último de este relato trepidante, empapado de sangre, miseria moral y derrota.



Pese a las apariencias, no estamos ante un relato noir convencional. El propósito de Pery es mucho más ambicioso y desolador. Por eso, desde el principio muestra (o tal parece) sus cartas y nos descubre quién y por qué apaleó hasta la muerte al infeliz de Antonio Basquida, periodista "y tocagüevos principal de la casta local". Porque, casi a su pesar, el crimen desencadenará un cataclismo que desnudará la corrupción a todos los niveles de la sociedad balear. Una sociedad que el autor, ex director de El Mundo/El Día de Baleares, parece conocer demasiado bien pero que, en el fondo, no resulta más criminal que el resto del país.



Con pulso implacable, Pery retrata a un puñafdo de personajes casi conmovedores en su miseria moral

Ante la mirada cínica del inspector Altolaguirre, Alto, el policía a cargo de la investigación, no se salvará nadie: ni el mundo de la empresa, con decenas de constructores dispuestos a todo, ni destacados próceres de la Iglesia local, cómplices de los más turbios manejos, ni la alta sociedad balear -casi un club privado que hace tiempo rindió sus principios al dinero fácil-, ni, por supuesto, los propios responsables de la Policía, la delegación del Gobierno, la judicatura y la delegación de Hacienda.



Con pulso implacable y un perverso sentido del humor, Pery retrata a un puñado de personajes casi conmovedores en su miseria moral. Imposible no mencionar siquiera al cuarteto protagonista, conformado por el prestamista Estellrich; Sergei, el sicario búlgaro; Natalia, víctima y verdugo, y Alto. Al menos los dos últimos reclaman una segunda oportunidad, otra novela, con la que sorprendernos. El final, inesperado pero inevitable, confirma el fuste de un narrador que promete muchas horas de diversión tiznada de negrísima realidad. Argumentos no le van a faltar.