J.M. Coetzee. Foto: Bernardo Díaz
"Vivimos en constante contradicción, la racionalidad está sobrevalorada", comentaba estos días en Argentina el Premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee, que ha aprovechado la Feria del Libro de Buenos Aires para presentar Siete cuentos morales, su último libro, publicado primero en español y todavía inédito en inglés. Editado a un tiempo por Random House y El hilo de Ariadna, el narrador sudafricano recupera en estas fábulas la voz de la escritora Elizabeth Costello, que regresa con "cierto espíritu de superioridad moral", como le reprocha su hijo John. Como adelanto, El Cultural ofrece en exclusiva el relato "Mentiras", un cuento de terribles resonancias donde madre e hijo sostienen un duelo en el que las verdades nunca son nombradas, solo sugeridas, a través de un velo que amenaza con rasgarse. Siete cuentos morales sale en España la próxima semana.
Mentiras
Por J.M. Coetzee
Querida Norma:Te escribo desde San Juan, en el único hotel que existe aquí. Esta tarde fui a visitar a mamá: en auto es un viaje de media hora por un camino tortuoso. Su estado es tan malo como suponía, incluso peor. No puede caminar sin bastón y, aun así, lo hace muy lentamente. Desde que volvió del hospital no pudo subir al piso alto. Duerme en el sofá de la sala. Trató de que le bajaran la cama, pero le dijeron que la habían construido ahí arriba y que si intentaban moverla la destrozarían. (¿Penélope no tenía una cama similar, la Penélope de Homero?).
Todos sus libros y papeles están en el piso superior: abajo no hay lugar para ellos. Mamá se irrita y dice que quiere trabajar en su escritorio, pero no puede.
Hay un hombre que se llama Pablo que ayuda en la huerta. Pregunté quién hace las compras. Ella dice que vive a pan y queso, más lo que se cosecha en la huerta, y que no necesita nada más. De todos modos, le dije, ¿no podría conseguir que alguna mujer de la aldea viniera para limpiar y cocinar? No quiso escucharme: dice que no tiene contacto con la gente de la aldea. ¿Y Pablo?, le dije. ¿No es él parte de la aldea? Pablo es responsabilidad mía, contestó, no forma parte de la aldea.
Por lo que pude ver, Pablo duerme en la cocina. Vive medio en Babia como se dice eufemísticamente; quiero decir que es idiota, bobo.
No he planteado aún la cuestión principal; quería hacerlo, pero no tuve coraje suficiente. Se lo diré mañana. No tengo demasiadas esperanzas. Mamá se muestra distante conmigo. Con perspicacia, creo, sospecha por qué vine.
Que duermas bien. Cariños para los chicos.
John
-Mamá, ¿podemos hablar de las disposiciones que has tomado? ¿Podemos hablar del futuro?No quiso escucharme: dice que no tiene contacto con la gente de la aldea. ¿Y Pablo?, le dije. ¿No es él parte de la aldea? Pablo es responsabilidad mía, contestó"
Sentada en su viejo y severo sillón, construido sin duda por el mismo carpintero que construyó la cama que no se puede trasladar, la madre no dice ni una palabra siquiera.
-Te darás cuenta de que Helen y yo estamos preocupados por ti. Tuviste una caída grave y con el tiempo tendrás otras. Ya no vas para joven y esto de vivir sola en una casa con escaleras empinadas en una aldea donde no te llevas bien con los vecinos… francamente no parece ya algo viable.
-No vivo sola -responde la madre-. Pablo vive conmigo. Cuento con él.
-Está bien, Pablo vive contigo, pero ¿puedes contar con él en caso de una emergencia? ¿Te sirvió de ayuda la última vez? Si no hubieras podido telefonear al hospital, ¿dónde estarías ahora?
En el mismo momento de pronunciar esas palabras, se da cuenta de que ha cometido un error.
-¿Que dónde estaría? -replica la madre-. Da la impresión de que sabes la respuesta, entonces, ¿por qué me lo preguntas? Supongo que estaría bajo tierra, devorada por los gusanos. ¿Eso es lo que esperabas oír?
-Por favor, mamá, tienes que ser razonable. Helen ha estado averiguando y ha ubicado dos lugares que no están muy lejos de su casa donde te cuidarían bien y donde ella cree que te sentirías a gusto. ¿Me dejas contarte?
-Dos lugares. Cuando dices lugares, ¿quieres decir instituciones? ¿Instituciones en las que me sentiría a gusto?
-Mamá, puedes llamarlas como se te antoje, puedes burlarte de Helen y de mí, pero no puedes modificar los hechos, los hechos de la vida. Ya tuviste un accidente grave y todavía estás sufriendo las consecuencias. Tu estado general no va a mejorar. Por el contrario, lo más probable es que empeore. ¿Te imaginas lo que sería quedar postrada en esta aldea dejada de la mano de Dios contando solo con Pablo para atenderte? ¿Has pensado en lo que sería para Helen y para mí saber que necesitas que te cuiden y no poder hacerlo? No podemos venir volando miles de kilómetros todos los fines de semana, ¿no es cierto?
-No espero que lo hagáis.
Una vez en Niza, te llevaremos a ver los dos hogares que te mencioné; uno en Antibes y el otro en las afueras de Grasse. Podrás recorrerlos y ver qué te parecen. No te vamos a presionar, de ninguna manera. Si no te gusta ninguno de los dos, puedes quedarte en casa de Helen mientras buscamos otro; hay mucho tiempo. Lo único que queremos es que estés conforme, conforme y protegida; ese es el fin. Queremos estar seguros de que, si hay algún percance, tendrás alguien cerca que te cuide.
Sé de sobra que no te gustan esas instituciones. Tampoco a mí; ni a Helen. Pero llega un momento de la vida en el que tenemos que transigir y hallar un punto intermedio entre lo que queremos y lo que es conveniente, entre la independencia y la protección. Aquí en España, en esta aldea, en esta casa, careces totalmente de seguridad. Sé que no estás de acuerdo, pero esa es la cruda realidad. Podrías enfermarte y nadie se enteraría. Podrías tener otra caída y quedar inconsciente con los miembros fracturados. Podrías morirte.
La madre hace un gesto con la mano, como si descartara esa posibilidad.
-Los lugares que te proponemos no son instituciones al estilo antiguo. Están bien instaladas, bien dirigidas, tienen supervisores. Son caras porque no reparan en gastos para cubrir a sus clientes. Uno paga y consigue así una atención de primera. Si los gastos generaran alguna dificultad, Helen y yo haremos nuestro aporte. Tendrás un departamentito para ti; en Grasse también puedes tener un pequeño jardín propio. Puedes comer en el restaurante o hacer que te lleven la comida al departamento. En los dos lugares hay gimnasio y piscina; tienen servicio médico permanente, y también fisioterapeutas. No serán precisamente un paraíso, pero son lo más próximo al paraíso que puede pretender una persona en tu situación.
-Mi situación -dice la madre-. ¿Cuál es exactamente mi situación, para ti?
Él levanta las manos exasperado.
-¿Quieres que te lo diga? ¿Realmente quieres que lo diga?
-Sí, aunque solo sea para cambiar, como un ejercicio, dime la verdad.
-La verdad es que eres una anciana que necesita que la cuiden. Y un hombre como Pablo no puede hacerlo.
-La madre niega con la cabeza.
-No esa verdad. Quiero la otra verdad; la verdad sin rodeos.
-¿La verdad sin rodeos?
-Sí, la verdad sin rodeos.
Querida Norma:La verdad sin rodeos es que te estás muriendo. Que ya tienes un pie en la tumba. La verdad es que eres impotente y que mañana lo serás más aún"
"La verdad sin rodeos", eso me pedía, o tal vez me imploraba.
Sabe perfectamente cuál es, tanto como yo, de modo que no tendría por qué resultarme difícil pronunciar las palabras concretas, pero me sentía irritado por tener que hacerlo: irritado por haber tenido que viajar tanto para cumplir una obligación que nadie nos agradecerá, ni a ti, ni a Helen ni a mí, al menos no en este mundo.
Pero no pude. No pude decirle en la cara lo que no tengo dificultad alguna en escribirte aquí ahora:
La verdad sin rodeos es que te estás muriendo. Que ya tienes un pie en la tumba. La verdad es que eres impotente y que mañana lo serás más aún, y que así seguirás día tras día, hasta que llegue un día en que no haya ayuda que te sirva. La verdad sin rodeos es que no estás en situación de negociar. Que no puedes decir "No" y detener la marcha del reloj. No puedes decirle "No" a la muerte. Cuando la muerte te dice "Ven", tienes que agachar la cabeza y seguirla. Por lo tanto, acepta. Aprende a decir "Sí". Cuando te digo que abandones la casa que ha sido tuya en España, que dejes los objetos que te son familiares, que vengas y aceptes vivir -sí- en una institución en la cual una enfermera de Guadalupe te despertará por la mañana con un vaso de jugo de naranjas y un saludo alegre (Quel beau jour, Madame Costello!), cuando te digo todo esto, no frunzas el ceño, no te empaques. Dime que sí. Que estás de acuerdo. Dime: "Estoy en vuestras manos". Y aprovecha lo que puedas.
Querida, llegará el día en que a nosotros también tendrán que decirnos la verdad, la verdad sin rodeos. ¿Hacemos un pacto? Prometámonos mutuamente que no nos mentiremos, que por difíciles que sean las palabras concretas, las pronunciaremos. La situación no va a mejorar; va a empeorar, y seguirá empeorando hasta que ya no pueda empeorar más, hasta que llegue lo peor de todo.
Tu marido que te quiere,
John.