La vida de J. D. Salinger, autor de la mítica novela El guardián entre el centeno, llega a las pantallas en un biopic que, en más de un sentido, arrastra consigo la sombra del escándalo que rodeara siempre, tanto a este clásico de la literatura moderna, como a su creador.
Como es bien sabido, J. D. Salinger, después de dejar tras de sí un buen puñado de excelentes relatos y una novela que cambiaría para siempre la historia de la literatura estadounidense, publicó su último libro original en 1965 y, salvo por una entrevista concedida en 1980 a una jovencita que, al parecer, abusó de la confianza del escritor al conseguirla por medios no del todo honestos, desapareció prácticamente del ojo público hasta su fallecimiento en 2010. Sin embargo, esta invisibilidad mediática no hizo sino aumentar tanto su condición de personaje exótico y excéntrico dentro del mundo literario como proporcionar más combustible a la suerte de leyenda negra que, a lo largo de los años, se ha proyectado sobre la que es su obra capital, la novela de iniciación adolescente El guardián entre el centeno, publicada como libro en 1951 tras haber sido serializada previamente por The New Yorker, convertida de inmediato no sólo en best-seller y clásico automático, sino en una suerte de manifiesto generacional, adoptado como grito de guerra por los adolescentes de todo Estados Unidos y buena parte del universo.
El guardián entre el centeno, con ciertos resabios autobiográficos, estilo directo y sin pelos en la lengua, relata en primera persona las reflexiones del joven estudiante Holden Caulfield, su escapada juerguista a Nueva York y sus temores, deseos y opiniones, de forma tan sincera, honesta y descarnada que sembró tanto la admiración como el pánico entre los lectores y padres de familia, quienes por vez primera descubrían lo que sus hijos adolescentes pensaban, sentían y deseaban de verdad, expresado en su propio lenguaje y sin miramiento alguno. Gracias a su realismo psicológico, su humor al borde del cinismo, su angst no exento de romanticismo y la melancólica desilusión de su personaje ante la sórdida realidad del mundo adulto, El guardián entre el centeno, más cerca de Scott Fitzgerald que de Hemingway, preludió el sentimiento de pérdida y desarraigo de la generación beat, pero al mismo tiempo condenó a Salinger a convertirse en una especie de ídolo literario de la juventud, foco y objetivo de miles de fans, no del todo equilibrados en muchos casos, cuyo acoso contribuyó decisivamente a la misantropía cada vez más feroz del escritor.
A lo largo de los años, para más inri, su clásico juvenil -que nunca fue pensado expresamente para el lector adolescente-, se convirtió en un elemento del crimen repetido en varios casos de asesinato o intento de asesinato que se cuentan entre los más célebres e infames del siglo pasado. Tanto John Hinckley Jr., que consiguiera herir gravemente al presidente Reagan, como Mark David Chapman, quien acabó con la vida de John Lennon, poseían ejemplares del libro, y el asesino de la joven actriz Rebecca Schaeffer (una de las protagonistas de la película maldita por excelencia, Poltergeist) era también admirador de la novela.
Ahora, los primeros y fundamentales años en la vida de J. D. Salinger han llegado a la pantalla grande gracias a Rebelde entre el centeno, un correcto y estimable biopic firmado por el también guionista y actor Danny Strong y basado en el libro de Kenneth Slawenski, protagonizado por el atractivo Nicholas Hoult en el papel del escritor, que centra gran parte de su metraje en la peculiar relación que uniera al joven autor con su maestro Whit Burnett, el hombre que le ayudara no sólo a publicar sus primeros relatos, sino sobre todo quien le impulsara firmemente a escribir la que habría de convertirse en su obra maestra. Como no podía ser de otra manera, este recorrido cinematográfico por la juventud del escritor carga de nuevo con el peso del escándalo, pues el actor elegido para interpretar a Burnett no fue otro que el Kevin Spacey pre-acoso sexual, lo que ha provocado que el filme, premiado en el Festival de Cine de Barcelona recientemente, tardara más tiempo del esperable y esperado en estrenarse comercialmente. Lo cierto es que no puede dejar de observarse la peculiar ironía de que Spacey borde, como en él es habitual, su papel de hombre mayor, maestro y guía del escritor recién llegado, tiñéndolo con una inevitable carga de homoerotismo latente y romance contenido, añadiendo cierto morbo a una vida que nunca careció precisamente de éste.
Rebelde entre el centeno está, como la existencia misma de Salinger, atravesado por un entramado de emociones y pasiones que desafían la corrección política actual, quizá porque las emociones y las pasiones humanas se niegan a dejarse encarcelar por las convenciones morales del momento. La historia de amor entre el escritor y la atractiva e inteligente Oona O´Neill (interpretada por Zoey Deutch), acaba de forma traumática y brutal, cuando Salinger, atrapado en ese momento en el infierno de la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial descubre por los periódicos que ésta ha contraído matrimonio con... Charles Chaplin, quien poco menos que triplicaba entonces su edad, para convertirse así en la futura madre de "nuestra" Geraldine Chaplin (que a su vez bautizaría Oona a su hija, hoy popular actriz de la serie Juego de Tronos). Aunque, por supuesto, el filme pasa de puntillas y discretamente por los episodios más turbios de la vida de Salinger, no puede evitar señalar la atracción que sobre el escritor ejercerían sus fans más jovencitas, y sería utilizando en buena parte sus encantos como una de ellas lograra engañarle para conseguir su última entrevista.
Aunque la película abandona a Salinger entregado al zen y a la escritura en su retiro definitivo en la América profunda, en abierto conflicto con su segunda esposa y decidido a escapar definitivamente del mundanal ruido, éste, tras divorciarse en 1967, mantendría en 1972 una intensa relación de nueve meses con una de sus admiradoras por correspondencia, la joven Joyce Maynard, quien mientras el escritor había cumplido ya los cincuenta y tres, contaba dieciocho años de edad. Maynard se convertiría en el futuro en popular escritora de novela policíaca y juvenil, además de publicar, como es natural, su autobiografía, donde cuenta cómo el escritor solía iniciar las relaciones con sus jóvenes admiradoras de manera epistolar. Así conocería también a su tercera y última esposa, Colleen O´Neill. Recordemos que aún no había Tinder ni Facebook, por favor.
La figura de J. D. Salinger, por mucho que se ocultara o, precisamente, cuanto más se ocultaba de la luz pública, quedó indeleblemente unida a esa sensación de escándalo, tan ridícula como puritana, que acompaña demasiado a menudo las vidas y obras de los grandes escritores, especialmente estadounidenses, juzgados por cierta opinión pública y sectores de la prensa con baremos dignos de colegio jesuita del siglo XVI. Su pequeña gran novela, El guardián entre el centeno, ha sido a menudo censurada en bibliotecas públicas, colegios y universidades, se ha intentado establecer un vínculo directo entre ésta y la violencia criminal, a costa de algunos chiflados de entre sus millones de lectores que la llevaban en el bolsillo a la hora de intentar matar a alguien (sin duda muchos más asesinos tienen un ejemplar de La Biblia en su casa), se la ha tachado de obscena e inmoral así como de incitar a la rebeldía y al desprecio de los valores familiares, de promover la bebida, la promiscuidad e incluso el abuso sexual.
No hay para reírse, porque hoy y aquí no estamos tan lejos de que suceda lo mismo. Rebelde entre el centeno, un respetuoso, elegante y agradable filme biográfico ha visto congelado su estreno durante meses porque en su reparto figura un actor sobre el que pesan acusaciones de abuso sexual... Como si éstas tuvieran algo que ver con la calidad de la película o con su trabajo en la misma. Una película y una vida, la de J. D. Salinger, que dejan claro que las pasiones humanas, el amor por la literatura, por el arte y por la vida misma, no responden a estrechos códigos morales dictados por modas y modelos sociales peligrosamente rígidos y quizá (ojalá) también efímeros.