De izquierda a derecha: Boris Pasternak, Nina Gagen-Torn, Mijaíl Bulgákov y Anna Ajmátova
No deben de ser muchos los países del mundo en los que los archivos de la policía política resulten relevantes para la historia literaria, pero tampoco en esto fue la Unión Soviética un país normal. La combinación del control totalitario de la sociedad al que aspiraba el Estado soviético y el papel tradicional que había jugado la literatura rusa en la vida moral de la nación se tradujo en que la vigilancia de los escritores fuera una tarea relevante para las sucesivas encarnaciones de la policía política, desde la Cheka al KGB. Los resultados fueron letales: de los seiscientos delegados que participaron en el primer congreso de la Unión de Escritores Soviéticos más de un tercio pereció a resultas de la represión y se estima que en total unos dos mil fueron ejecutados o perecieron en los campos.En 1988, cuando a impulsos de Gorbachov un nuevo clima de libertad se abría paso en la Unión Soviética, Vitali Shentalinski (Siberia, 1939) creó una comisión de escritores que exigía la apertura de los archivos del KGB para la recuperación del legado literario de los autores desaparecidos. Se trataba de asomarse a sus terribles experiencias, completar sus biografías y quizá encontrar textos literarios perdidos. Dos años después, cuando la URSS había desaparecido, Shentalinski pudo acceder al tristemente célebre edificio de la Lubianka, sede del KGB, y recibir de manos de un oficial el dossier de Isaak Bábel, el escritor simpatizante de la revolución que había recreado el drama de la guerra civil en los impresionantes relatos de La caballería roja (1926).
Bábel fue detenido en mayo de 1939, en pleno auge de las purgas, y nunca más se supo de él hasta después de la muerte de Stalin. Hasta la investigación de Shentalinski no se conocía ni siquiera la fecha de ejecución, que tuvo lugar en enero de 1940. En La palabra arrestada descendemos con él a los infiernos a través de las actas de sus interrogatorios y de las confesiones que se vio obligado a escribir, documentos en los que la propia voz del escritor se mezcla con las falsedades que le hacían admitir y los párrafos directamente inventados por los interrogadores. Desde 1937 la tortura era legal en la Unión Soviética y el horror que sufrió podemos deducirlo de una carta que dirigió a Mólotov el director de teatro Vsévolod Meyerhold, detenido esos mismos días e interrogado por los mismos verdugos, en la que describió lo que le habían hecho. Meyerhold fue fusilado en 1940 y su carta es uno de los documentos descubiertos por Shentalinski.
¿Por qué fue ejecutado Bábel y en cambio Boris Pasternak nunca fue arrestado? Dada la arbitrariedad del sistema, que obligaba a sus víctimas a confesar crímenes inexistentes, la respuesta más probable es el azar: el dossier de Pasternak muestra que material para una incriminación falsa no faltaba. Según la confesión de otra víctima, Mijaíl Koltsov, cuando en 1935 se celebró el congreso internacional de escritores por la paz en París, André Gide, que entonces veía con simpatía la revolución rusa, se lamentó de la baja calidad de la delegación soviética y exigió que fueran incluidos Bábel y Pasternak. Y más tarde, cuando Gide visitó la URSS, se reunió mucho con Pasternak, lo que podría haber resultado letal para éste, dado el contenido crítico del libro que Gide escribió sobre su viaje. Como resultó letal para Bábel su relación con otro gran escritor francés, André Malraux, cantor de la épica comunista en su novela sobre la guerra de España, La esperanza (1937). Según habría confesado Bábel en su interrogatorio: "Malraux, cuando hablaba de nuestros intereses comunes, de la paz y la cultura, aludía a mi actividad de espía a favor de Francia…". A Bábel todo se le volvió en contra. Su amistad con los jefes de la caballería roja se convirtió en sospechosa cuando fueron condenados por trotskistas, pero quizá lo más grave fue haberse tratado con el siniestro Nikolai Yezhov, que tras haber dirigido las purgas desde 1936 hasta 1938 cayó en desgracia, fue torturado, implicó a Bábel, que había sido amante de su mujer, y fue ejecutado en 1940. Pasternak, por el contrario, sobrevivió a Stalin y pudo ver publicado en Occidente su gran fresco de la revolución rusa, Doctor Zhivago (1957), gracias a los esfuerzos del editor Giangiacomo Feltrinelli.
Mijaíl Bulgákov no vivió en cambio para vivir el triunfo de su obra maestra, El maestro y Margarita, que ni siquiera se atrevió a intentar publicar y que se editó en 1967. En ella planteó la lucha del espíritu libre en un mundo sin libertad y en definitiva el problema del mal. Su dossier en el KGB revela los largos años en que su creatividad se vio una y otra vez coartada, con la frecuente prohibición de sus exitosas obras de teatro. El gran hallazgo de Shentalinski han sido los diarios de Bulgákov durante los años de 1921 a 1925, que su autor quemó cuando logró que le fueran devueltos, pero que previamente la policía política había fotocopiado. Interrogado tras su arresto en 1926, no ocultó que durante la guerra civil había simpatizado con los blancos y que vivió su derrota "con horror y perplejidad". En aquellas fechas todavía se podía afirmar esto y sobrevivir. No fue condenado, pero se convirtió en un autor maldito y en 1930 escribió a Stalin su famosa carta, cuyo original ha encontrado Shentalinski, en la que pedía que se le permitiera emigrar de Rusia o al menos trabajar. El gran dictador se mostró magnánimo, le telefoneó y él pudo obtener trabajo, pero no se le permitió emigrar. Permaneció otros diez años en la gran cárcel del espíritu que era la URSS.
Los otros protagonistas de La palabra arrestada son los poetas Ósip Mandelshtam (que pereció en las purgas), Marina Tsevetáieva y Anna Ajmátova, que junto a Pasternak constituyen las cimas de la poesía rusa del pasado siglo, y los novelistas Andréi Platónov y Maksim Gorki. Este último no sólo no fue perseguido, sino que recibió todos los honores por parte del régimen, que le consideraba un gran escritor revolucionario pero le vigilaba estrechamente. Sobre su discutida muerte arrojan luz los documentos del KGB.
Anna Ajmátova nunca fue arrestada, pero su vida bajo el régimen soviético fue una larga agonía, que se refleja en su obra maestra, el poema "Réquiem" (1939). "Si te hubieran mostrado a ti, la bromista,/ la predilecta de todos tus amigos,/ la alegre frívola de Tsarkóye Seló,/ lo que sucedería con tu vida,/ de pie, en las inmediaciones de Krestí / en una fila de trescientas mujeres, cargada de paquetes...". Los años felices que evoca son los de principios de siglo, de vida social y éxito poético, en compañía de su primer marido, el también poeta Nikolái Gumiliov, fusilado en 1921. La cola era ante la cárcel en que estaba encerrado su hijo Lev Gumiliov, que sobreviviría para convertirse en un destacado historiador.