James Ellroy
El escritor hubiera podido ser agente de policía si no fuese porque algo así le hubiese obligado a "tratar con la gente". El asesinato de su madre le marcó, pero también le marcaron el tiempo que pasó con su padre en Hollywood después, y una novela de Jack Webb. La reedición de su confesión hecha novela (Mis rincones oscuros) coincide con el Premio Pepe Carvalho a su cruda y fascinante trayectoria.
Ellroy, que recibe este jueves el Premio Pepe Carvalho que concede cada año el festival BCNegra a la trayectoria de un grande de lo policíaco-criminal, no ha oído hablar nunca de Pepe Carvalho ni de nadie llamado Manuel Vázquel Montalbán, "al único Montalbán que conozco", dice, "es a Ricardo Montalbán, un actor mexicano". Claro. "Yo lo que quiero es el premio al Mejor Matador", dice a continuación, "un Antonio Ordoñez o un Luis Miguel Dominguín", añade, porque, dice, tenían más postín, "eran amantes de Ava Gardner".
Se ríe, se pasa la mano por la calva, admite que es un poco "aburrido" tener que hablar de un libro que publicó hace 21 años. El libro al que se refiere es el que acaba de reeditarse, Mis rincones oscuros (Literatura Random House), una autobiografía en cuatro partes en la que se narra el caso (aún por resolver) de su madre, Jean Ellroy, y su propia condición de huérfano en el Los Ángeles de finales de los 50 y principios de los 60, una época en la que se convirtió en un enfant terrible, un fisgón que se dedicaba a husmear en las mansiones de sus vecinos -la suya no era una mansión, era una casa diminuta, que compartía con su padre y un pequeño beagle, y que olía a perro- y a robar libros porque no podía dejar de leer. Ahora anda enfrascado en el segundo volumen de su segundo cuarteto de Los Ángeles, algo que planea llamarse This Storm, en el que aparecen los personajes de su primer cuarteto -entre ellos la Dalia Negra- pero "más jóvenes", porque la acción transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. "Es ahí donde vivo ahora, en la Segunda Guerra Mundial. En el Los Ángeles de la Segunda Guerra Mundial", dice. Y lo dice en serio. En su imaginación, todo el tiempo está en aquella época.
Pregunta.- Todo escritor tiene un 'big bang', una novela que lo cambia todo, que le hace querer ser escritor, o ser un tipo concreto de escritor. En Mis rincones oscuros confiesa que hubo un antes y un después de La Placa de Jack Webb, estrella y cerebro de un programa de televisión sobre el Departamento de Policía de Los Ángeles llamado 'Redada', ¿fue ese su 'big bang'?
Respuesta.- Sí, sin duda. Yo había querido ser escritor antes. Mucho antes. No sé cuándo ni por qué, pero podría decirse que esa novela de Webb marcó la temática de mis libros.
P.- Supongo que el asesinato de su madre también tuvo que ver.
R.- El asesinato de mi madre hizo que me interesara por todo lo que tenía que ver con sucesos. Durante un tiempo no hice otra cosa que leer novelas policiacas y leer las páginas de sucesos de los periódicos. Así que supongo que sí, porque fue así como di con Jack Webb.
P.- Se habla del peso del asesinato de su madre en Mis rincones oscuros, pero también se ve la clara influencia que tuvo su padre en su educación. En cómo creía todo lo que él le decía. En cómo su madre, para usted, era lo mismo que era para su padre, una mujer que bebía más de la cuenta y que se acostaba con más tipos de la cuenta. También se le ve a usted en el instituto, repitiendo lo que decía su padre de los judíos, ¿diría que le formó un poco a su imagen y semejanza?
R.- ¿Qué? ¡No! Mi padre no lo decía en serio. No sé, sólo bromeaba. No era esa clase de tipo. No era un antisemita. Yo tampoco lo soy. ¡Sólo bromeo! En el instituto sólo quería llamar la atención. Y la mejor manera de hacerlo era gritar toda clase de cosas que nadie quería oír. ¡Yo sólo quería que alguien me quisiese! ¡Sólo quería amor! ¡Un poco de amor! Estaba gritándole a toda esa gente: '¡Miradme! ¡Miradme, todos! ¡Estoy aquí y estoy solo, dadme un poco de amor!'.
P.- ¿No es eso lo que hacen los escritores?
R.- Sí, sin duda. Yo era una mierda de niño entonces.
P.- En la primera parte de Mis rincones oscuros se habla de sospechosos de la muerte de su madre, y parece quedar claro que usted cree que lo hizo un tal Harvey Glatman, pues el método con el que asesinó a otras tres mujeres era prácticamente idéntico a lo que ocurrió con su madre, ¿es así?
R.- No. Glatman era un sádico sexual que se dedicaba a matar mujeres. Lo de mi madre no tuvo nada que ver con él. Fue una mala cita. Una cita horrible. Le dijo que no al tipo que no debía y el tipo la mató.
P.- Los Ángeles es el escenario de casi toda su obra, ¿cómo la definiría?
R.- Los Ángeles fue el primer escenario de mi curiosidad. Crecí en un entorno rígido, muy limitado, y eso me llevó a fisgonear. Yo era un niño curioso. Era un pequeño voyeur, y en ese sentido, Los Ángeles era el centro de mi 'voyeurismo'.
P.- ¿Qué tiene de especial?
R.- No tiene nada en concreto, aunque hay hechos geográficos específicos que catapultaron mi curiosidad. Después de la muerte de mi madre, nos instalamos en una parte de Hollywood repleta de mansiones. Nosotros vivíamos en un lugar pequeño, pero alrededor estaban todas aquellas mansiones, en las que vivían chicas muy guapas, en un momento en el que todo el mundo vestía de rosa, y llevaba zapatos de charol blancos y camisetas amarillas, y se editaban un montón de revistas de cotilleos de las estrellas, y mi padre las compraba todas. En ese sentido, la geografía es destino.
P.- ¿Sigue viviendo en Los Ángeles?
R.- No, ahora vivo en Denver, Colorado. Pero he vivido en Los Ángeles nueve años.
P.- ¿De dónde diría que sale su estilo, tan conciso, tan brutal, tan directo?
R.- Sí, es de una concisión extraña. Escribo a partir de esquemas ingentes. Sé al detalle, antes de empezar, todo lo que va a pasar en la novela, y así puedo concentrarme en cada escena, y narrarla como algo único.
P.- ¿Escribe a mano?
R.- Sí. No me gustan los ordenadores. Escribo a mano, en un despacho que está bastante limpio, en una mesa desnuda, sobre la que me inclino como un animal (gruñe), y trabajo duro. Normalmente echo un par o tres de siestas al día, pero el resto del tiempo lo paso escribiendo.
P.- Cuando dice que ahora mismo vive en el Los Ángeles de la Segunda Guerra Mundial dentro de su imaginación, ¿a qué se refiere exactamente? ¿Aborrece el mundo?
R.- Hay como un desencaje entre lo que soy y el mundo. No conecto con el mundo tal y como es. Soy un analfabeto de las nuevas tecnologías. No tengo teléfono móvil. Casi no toco la tele. Pero no me importa. Soy feliz así.
P.- ¿Y sus influencias? Más allá de Jack Webb.
R.- Un escritor que fue policía en Los Ángeles, Joseph Wambauch. Y Libra de Don DeLillo. Y las novelas de Ross MacDonald, y un montón de otras novelas policiacas, buenas y malas.
P.- ¿Ahora mismo qué está leyendo?
R.- ¿Ahora mismo? Ed McBain. Sus novelas de la comisaría del distrito 87 son la bomba. Escribió 55 novelas. Era un buen tipo. Tenía una buena, ya sabes. Lo sabía todo el mundo.
P.- Y dada su obsesión por el departamento de policía de Los Ángeles, ¿nunca se le pasó por la cabeza ser policía, detective?
R.- No. Nunca. Porque tienes que tratar con la gente, y a mí no me gusta tratar con la gente. Aunque me encantaría poder matar a criminales y torturarlos, sacarles las confesiones como fuese. Podría ser divertido. Pero prefiero estar solo, e imaginarlo.
P.- Habla en Mis rincones oscuros de su obsesión por la Dalia Negra. Por el parecido que tuvo su asesinato con el de su madre y todo lo demás. Pero dice que esa obsesión fue colectiva, que la sociedad de la época se obsesionó con ella. "El Los Ángeles de posguerra", escribe, "se aglutinó en torno al cuerpo de una mujer muerta. La Dalia definió su tiempo y su lugar. Reclamó vidas desde la tumba y ejerció un gran poder". ¿Qué dice eso de la sociedad en la que creció?
R.- Fue una obsesión enfermiza. En mi caso, evidente, por la muerte de mi madre. Di con el libro que hablaba de ella siete meses después y me obsesioné, sí, fue como si los dos crímenes se fundieran en mi mente. Respecto a la sociedad de la época, siempre es lo mismo, parece que Los Ángeles tiene predilección por las víctimas, pensemos en Marilyn Monroe, sin ir más lejos, aún hoy se subastan cosas como el bote de pastillas con el que pudo suicidarse. No sé, supongo que nuestra obsesión con la ficción criminal tiene que ver con que ninguno de nosotros querría ser asesinado, y es una manera de probar las oscuras aguas de la muerte sin sufrir daño alguno. Y a la vez da sentido a nuestra vida. De repente, todo puede cobrar sentido respondiendo a una sola pregunta: '¿Quién es el asesino?' Nuestra vida en la Tierra tiene un único fin, y ese fin puede revelarse. El crimen de Elisabeth Short fue un crimen misógino, horrible, y no resuelto, sucedió en 1947, en un periodo convulso, un día frío de invierno, y estaba conectado en algún sentido con Hollywood, porque ella era una de esas chicas que quería ser una estrella de Hollywood, y creía que podía llegar a serlo, y estamos tratando, todos, de buscar una manera de llegar a ella, encontrando a su asesino, pero nunca sabremos quién la mató.
P.- Y dice usted que es un analfabeto digital y que no sabría cómo ver una película, pero me consta que sigue las series policiales. ¿Alguna favorita?
R.- Sí, The Killing. The Killing es mi favorita. Tiene al mejor detective que yo he visto en televisión. Y es una mujer detective. Lo malo son todos esos subtítulos, ¡tienes que estar leyendo todo el rato porque la serie es danesa!
@laura_fernandez