Lila Magritte
Ensayista y novelista, el brasileño Lêdo Ivo (Maceió, 1924 - Sevilla, 2012) ha alcanzado la categoría de clásico de la literatura. La creación poética fue su principal actividad. Publicó más de veinte libros de versos. A finales de los años ochenta, sus páginas empezaron a ser difundidas en España. El reconocimiento le llegó con su antología La aldea de sal (2009). Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre le seleccionaron los textos. El escritor Martín López-Vega, especialista en la literatura de Ivo, prologa y traduce Réquiem, un canto doloroso por la muerte de Leda, esposa del poeta. La versión original del libro fue editada en Brasil en 2008.El largo poema se divide en ocho actos y, tras una cita de Mallarmé, empieza con un verso contundente: "Aquí estoy, aguardando el silencio". El tono sereno del comienzo de la obra va a mantenerse hasta el final. En las líneas primeras se menciona un suceso del siglo XVI. El obispo de Bahía sufrió un naufragio y fue comido por los indios caeté, de los que procede la familia del escritor. La comunidad indígena terminaría diezmada y sometida a la esclavitud por los portugueses. Los cañaverales, la restinga, el manglar, la laguna y los navíos forman parte del paisaje. Ignoramos la geografía exacta. Tres nombres son la excepción: el astillero de São Miguel dos Campos, la ciudad donde Ivo nació, los parajes que recorre el Sena. El granizo, las hogueras y los animales (cangrejos, mapaches boreales, insectos deslumbrados) acompañan al autor cuando éste enumera lo que ama.
El poeta escribe sumido en el dolor, pero continúa celebrando la existencia. La lista de sus afectos es extensa y variada. En ella figuran los sentimientos más nobles, la neblina y los ruidos del universo. Pero también la herrumbre, los espejos rotos, la ceniza. Tampoco faltan unas voces extrañas. Lêdo Ivo afirma que vienen de otros mundos y son "un susurro de la nada". Añade: "Más allá de la realidad hay otras realidades / que se desdoblan como peldaños".
Los poco más de cuatrocientos versos de Réquiem representan una travesía para aceptar la condición efímera de las personas. Ivo confiesa haber vivido ignorando las pérdidas. Nos dice que los días desaparecen en la discordia, el comercio, las quimeras. Por fin sabe que la sombra completa su ser. Al mismo tiempo, constata la indiferencia del cielo. Percibe la muerte; está oculta como una alimaña en la espesura. Ante una realidad tan desoladora, ¿dónde nace la gran belleza de muchas imágenes creadas por Lêdo Ivo? Nace en la gratitud. Incluso cuando se refiere a su mano errante: "Me digo adiós a mí mismo en la víspera de la tiniebla. / Y ahora la noche cae. Trae la causa perdida. / Mi mano no toca ya el cuerpo bien amado".
Conversación profunda con la muerte, la obra consigue conmover. Abundan en ella las estrofas vibrantes. Según López-Vega, la escritora brasileña Vera Lúcia de Oliveira encuentra en este Réquiem resonancias del Sermón de la montaña. No me parece una opinión desatinada. Algunos pasajes de los ocho actos contienen ecos de las Bienaventuranzas. Pero Ivo no se dirige ni a discípulos ni a multitudes. Sin patetismo, con desesperación sobria, sus dos últimos versos niegan toda esperanza: "aquí termina, en el lodo negro de los pantanos, / mi largo camino entre dos nadas".
La edición bilingüe de Réquiem incluye dos epílogos. El primero de ellos, redactado por el artista Gonçalo Ivo, hijo del poeta, transmite conocimiento. El segundo lo firma el filósofo Edgar Lyra, quien considera que las reflexiones constantes de Lêdo Ivo sobre la muerte evolucionan en su obra de despedida. Observa una relación de mayor apertura y valentía. A mi juicio, Martín López-Vega, que nos ofrece una versión española de alta calidad, acierta: no se trata sólo de un testamento emocionante, sino de "un sutil libro de instrucciones de la vida".