Els quatre cats, de Ramón Casas (1897)
Ensayista, editor y poeta, Pepe Esteban (Sigüenza, Guadalajara, 1937) lleva más de tres décadas investigando la bohemia española. Confiesa que comenzó instigado por el ejemplo de
Alonso Zamora Vicente, que fue quien a mediados de los años 80 le descubrió, al publicar
Tras las huellas de Sawa y
La realidad esperpéntica, “la necesidad de revisar la historia de nuestras letras de principios del siglo pasado”.
Zamora Vicente le mostró que “existía una literatura sumergida, casi clandestina, pero sin catalogar, sin estudiar, sin comprender y de una vitalidad sorprendente, creada por unos poetas, filósofos y narradores denigrados y olvidados, que me resultaban muy queridos por su condición de perdedores”.
Entre ellos, destaca Esteban, “había golfos, canallas, pedigüeños, pero los bohemios fueron mucho más que eso.
Eran gentes que no tenían cobijo pero que soñaban con cambiar el rumbo de la literatura y transformar la realidad. Por eso denunciaban al burgués y proclamaban un arte nuevo. Y la historia, muchos de los autores más célebres, los editores y en general los lectores fueron inclementes con ellos. No tuvieron piedad”. Y menciona, por ejemplo, a
Pío Baroja, enemigo declarado de los bohemios y obsesionado por el malvivir de esos perdedores letraheridos, al punto de escribir: “Vivir alegre y desordenadamente en Madrid o en cualquier otro pueblo de España, sin pensar en el día de mañana, es tan ilusorio que no cabe más. En París y en Londres esta bohemia es falsa; en España, donde la vida es tan dura, es mucho más falsa aún”.
Otros, como
Ramón Gómez de la Serna,
Cansinos Assens o Manuel Machado, que coquetearon con la bohemia, los comprendían y veneraban como hace él mismo. Recuerda Pepe Esteban que su pasión por estos autores comenzó a plasmarse en un artículo publicado en 1985 en Diario 16 sobre
La novela de un literato, de Cansinos-Asséns. Después vendrían libros como
Los proletarios del arte (1998),
La bohemia española en París a fines del siglo pasado (2001, con Isidoro Lapuya),
Valle-Inclán y la bohemia (2014),
Los bohemios y sus anécdotas (2015), hasta llegar a este
Diccionario de la bohemia,
“incompleto seguramente -confiesa-, porque hay muy poco escrito y sistematizado sobre un movimiento tan complejo”.
Zorrilla, rey de los bohemios
De la A a la Z, Esteban recorre en 340 entradas a los grandes protagonistas de la literatura bohemia española finisecular, comenzando por Gustavo Adolfo Bécquer (1854) y acabando por Zorrilla, y temporalmente por
Luces de Bohemia (1920). De Bécquer se recuerda que siendo joven frecuentó en Madrid los cafés,“sobre todo el Suizo”, donde tuvo una tertulia famosa, y que solía sentarse en un rincón a escribir hasta representar, según Esteban, “la soledad, la musa enferma, el desarreglo, que hace que el personaje de las
Rimas sea un desterrado en la multitud”. Zorrilla, por su parte, llegó a ser conocido en su tiempo como “el rey de los bohemios”.
De él se cuenta cómo, tras ser coronado en Granada con toda solemnidad como poeta, no tardó en vender la corona “para vivir unos días. Aquella ofrenda de gloria, [...] ¿en poder de qué prestamista acabaría?”. Mientras, “sus padres lo que querían es que hubiese sido un hombre de orden, menos glorioso pero más feliz”.
Entre ambos, hay lugar para evocar a toda una caterva de vividores y poetas como Alejandro Sawa,
Pedro Luis de Gálvez, Emilio Carrere (conocido como “el rey del refrito”, por la cantidad de arreglos y de diferentes nombres con que publicó muchas de sus obras), Felipe Cabañas o Dorio de Gadex, “el fantoche que más bulle entre los ‘epígonos del Parnaso Modernista' en
Luces de Bohemia. En esa obra,
Valle-Inclán lo presenta “jovial como un trasgo, irónico como un ateniense, ceceoso como un cañí, versallesco y grotesco”.
De Sawa, en el que Valle se inspiró para crear su Max Estrella, descubrimos aquí que ejerció de “negro” de Rubén Darío, y que, después de quedarse ciego, “sus amigos le olvidan y sus enemigos, que ya no pueden negarle, pretenden cobardemente borrar su nombre de la historia de la literatura”.
Tras su muerte, Valle-Inclán propuso a algunos amigos publicar, a modo de homenaje, un libro que había dejado inédito,
Iluminaciones en la sombra, que apareció póstumamente en 1910,
recordando cómo tuvo “el final de un rey de tragedia, loco, ciego y furioso”.
Además de personajes, el Diccionario recorre cafés y botillerías “donde encontraron algo de calor y cobijo”, como el Café de la Luna, el de la Montaña, el de la Reina Victoria, el del Vapor, El Colonial, el Fornos...; las publicaciones “con las que pensaron influir en la sociedad”, los tugurios donde les fiaron, el vinazo que trasegaron y las calles “por donde arrastraron sus miserias y sueños”.
La cara b del 98 y el 27
Lo importante, con todo, es la huella que la bohemia española dejó en nuestra literatura. “Desde luego -reivindica Esteban-, el 98 y el 27 son impensables sin ellos, a pesar de sí mismos en muchas ocasiones y del desprecio que sufrieron. Son como la cara b de lo mejor de nuestra Edad de Plata.
Ellos, con sus limitaciones y locuras, con su tenacidad y sus hallazgos, con su irreverencia y su valor, con su grandeza literaria y vital, pusieron las bases para transformar nuestra cultura. Quien quiera saber cómo eran no tiene más que leer
Luces de bohemia”. Y dice más. Que la bohemia sigue más viva que nunca en estos tiempos de redes, “porque siguen llegando desde provincias jóvenes que sueñan una literatura distinta en un mundo revolucionado por la poesía”. Jóvenes con subvenciones y ayudas, menos desamparados que a fines del XIX, aunque su vida literaria pueda resultar “tan ingrata como la de sus abuelos”.
@nmazancot