Cristina Morales. Foto: Archivo de la autora

Cristina Morales. Foto: Archivo de la autora

Letras

Terroristas modernos

16 junio, 2017 02:00

Cristina Morales

Candaya. Barcelona, 2017. 400 páginas. 20€

Es curioso, en un sentido que aún no he teorizado, que dos de las novelas más oportunas y ‘modernas' que he leído en los últimos meses hayan sido escritas por autores generacionalmente no muy alejados entre sí (ni de mí) que se acercan al primer tercio del siglo XIX para reflexionar acerca del origen del Estado Moderno o, de un modo más sutil, de la literatura como institución en sí misma. Por un lado, me refiero a Els estranys de Raül Garrigasait (Edicions de 1984), escrita en un catalán soberbio que merece traducción al castellano; y por otro, a estos Terroristas modernos de Cristina Morales (Granada, 1985), que confirma a la Hans Nefkens como una de las pocas becas de creación netamente fiables del panorama. Y aunque ambas obras no tengan una relación directa (para empezar, la segunda se ambienta en Madrid en 1816, la primera en Solsona en 1837), los pasadizos existen. Traduzco un pasaje de Garrigasait: “La gente, los individuos, no irrumpían en la Historia, porque no sabían qué era, o porque les importaba bien poco. La Historia ordena, jerarquiza, domina, y la violencia tradicional de la gente no tenía orden, no se podía controlar; era como un mundo oculto y marginado que de pronto se celebraba a sí mismo, como el estallido de la primavera”.

Algo de esa primavera estalla en Terroristas modernos, una novela sobre una conspiración para derrocar a Fernando VII utilizando la estructura triangular, según la cual cada involucrado sólo conoce al ángulo superior que le transmite las órdenes y a los dos ángulos inferiores a los que traslada a su vez el mismo mensaje. Morales pone en circulación fundamentalmente a personajes anónimos, escoria de la Historia, figuras que piensan la propiedad o la política en términos limitados, cuya visión de la jugada es reducida. Y si fuera cierto que la Historia jerarquiza, y si Morales está de acuerdo con ello, entonces resultaría comprensible que su prosa encabalgue el discurso del narrador con el de sus personajes, que a su vez se interrumpen abruptamente en el cuerpo de un mismo párrafo: la historia haciéndose carece todavía de esa jerarquía, más aún si la vemos desde el punto de vista de quien a duras penas entiende más que de hambre, deseo y orgullo. Garrigasait también escribe que “uno de los choques principales se producía entre las palabras viejas y la retórica del funcionario, del juez y del diputado, que eran la punta de lanza del nuevo Estado moderno”. De nuevo, un pasadizo: en la novela de Morales, los personajes intentan memorizar artículos de la Constitución de Cádiz o establecer correspondencia diplomática, inteligente en sentido institucional, con los Grandes Nombres de la Historia (Espoz y Mina, Blanco White, etc.). El fracaso de ese intento los conduce a la lengua de la calle, el solapamiento de discursos y el exabrupto.

Morales utiliza la estructura triangular y el concepto de conspiración como analogía de la vida social, la vida mental o la seducción: “No se puede conspirar si no se está enamorado”, leemos. Pero las conspiraciones presentan una lamentable tendencia a fracasar traicionadas por impericia, estupidez o voluntad expresa. Atravesada por un sentido del humor contemporáneo que no elude dosis de confusión posmoderna, Terroristas modernos es una novela inteligente que juega, también, con algunas de las bases de lo que históricamente se consideró “literatura española” (¿qué es ese concepto sino una institución de la mano del Estado?), del realismo a la picaresca. La gran fiesta carnavalesca que supone el largo cénit del libro alberga idiomas, acentos y sexualidades de diversidad explosiva, pero al final queda un descampado: “Madrid entero es un suburbio, un erial sin centro. Un barrizal sin centro cuando llueve”. La palabra que cierra la novela es “yo”, sonando solitaria y condenada. Ha llegado nuestro mundo al mundo. Estupenda novela.