Peter Handke. Foto: B. Moya
Pocos escritores contemporáneos han representado tan bien la figura del caminante romántico, el célebre Wanderer, como el austriaco Peter Handke (Griffen, 1942). Y pocos han demostrado tanta pasión por las letras alemanas como Cecilia Dreymüller, traductora de este Contra el sueño profundo y responsable de la edición del magnífico Handke y España. Todos recordamos el “furor” con el que se leían en nuestro país, entre los setenta y finales de los noventa, las novelas, ensayos, poemas y obras de teatro del autor de Los avispones. La fascinación por Handke nos hizo acompañarle también en su fértil tándem con Wim Wenders y en aquella hermosa y esencial película, El cielo sobre Berlín.
Todo esto fue antes de que el autor austriaco cayese en desgracia por un malentendido trágico: su aparente toma de postura a favor de Serbia en la Guerra de los Balcanes, algo que -en las acertadas palabras de Ignacio Vidal-Folch en uno de los artículos de Handke y España- no fue sino un “linchamiento” y el “asesinato mediático de un autor”. Dreymüller alude a una “caza de brujas” emprendida por la izquierda europea. De poco sirvieron las páginas que Handke dedicó a matizar y explicarse, o su condena de todos y cada uno de los verdugos, fuesen serbobosnios, musulmanes o croatas.
Contra el sueño profundo (selección de ensayos escritos entre 1966 y 2006) incluye precisamente, como texto de cierre, el famoso “Al final casi ya no se entiende nada”, respuesta del escritor a los reproches y acusaciones que sufrió, incluida la retirada del Premio Heinrich Heine en Düsseldorf.
Mención aparte merece su gran traductor al castellano, Eustaquio Barjau. Hubo muchos otros traductores, pero Barjau, en el caso del escritor austriaco, ha sido El traductor. Uno de los textos más hermosos de Handke y España corre a su cargo: una entrevista a Barjau que proporciona toda una semblanza del autor, su buen amigo, en la distancia corta, explicando su carácter singular y desgranando hermosas anécdotas de su convivencia de años. Barjau fue también actor protagonista en la película de Handke La ausencia.
Los textos del propio Handke en Contra el sueño profundo, son una galería profundamente comprometida, se trate de pintura, literatura o política. Su manera de respirar y escribir supone evitar la cháchara correcta y expresarse con libertad: encontramos semblanzas de pintores (Pongratz, Pichler, Jean Paul Chambas, Emil Schumacher), escritores (Nabl, Schnitzler, Kafka, Highsmith, Hermann Lenz, Nicolas Born, Christian Wagner, Kolleritsch, Klaus Hoffer, Ludwig Hohl, Miodrag Pavlovic), cineastas (Godard, Truffaut, Tarantino...).
Pero Handke no habla de unos y otros desde la perspectiva de un erudito, sino con el fin de hacernos reflexionar sobre asuntos como el del estatuto del escritor en Austria, dónde reside la grandeza de Kafka, cuáles son las similitudes y diferencias entre la pintura y la literatura, o por qué Hermann Lenz logró un enorme personaje de la Segunda Guerra Mundial con su Eugen Rapp, en su visionaria novela Nueva época, “una poética lección de historia, gracia y dignidad”.
La aspiración literaria y cognoscitiva va en Handke unida a la independencia del poder y de los discursos de moda. De ahí su respeto a los “poetas no-mimables” y por quienes han escrito consecuentemente más allá del éxito o el fracaso cosechado. Hay mucha reivindicación de autores olvidados que, sin embargo, dejaron huella de escritura y de vida.
La aspiración literaria va en Handke unida a la independencia del poder y los discursos de moda
Los ensayos políticos, más allá del comentado sobre los Balcanes, incluyen su idea de que Austria, tras la marcha de rusos e ingleses a mediados de los años cincuenta, continuó bajo el yugo de otras fuerzas de ocupación, propias y oscuras, algo que explica su largo exilio voluntario francés, pero también su paso adelante para tomar la voz por sus compatriotas: demoledor su artículo de 1986 sobre el verdadero pasado (filonazi) de Kurt Waldheim en plenas elecciones a la presidencia.
Frente al silencio, el no inmiscuirse en política e incluso la ocultación, se erige el “Quiero hablar” de Handke en “Voz contraria”. Denuncia la connivencia de Waldheim con el nazismo, su lavarse las manos, pero también su falta de carisma y de fuerza verbal. Aunque no todo ha de ser solemne: cabe además un divertido artículo acerca del primer Niki Lauda, el campeón de Fórmula 1, y su obsesión técnica cotidiana.
Handke y España contiene un excelente prólogo de Dreymüller donde aborda la vieja y reiterada pasión de Handke por nuestro país, a sus ojos una suerte de utópico “oasis del mundo”, muestra -en el caso de la Sierra de Gredos- de una “vida terrenal indevastable”. Destaca también la buena acogida que su obra tuvo siempre en la península (¡a principios de los setenta ya lo representaba José Luis Gómez en teatros barceloneses!). Dreymüller pone el foco sobre el caminante austriaco por los senderos y poblaciones españolas desde 1989.
La primera parte del libro, titulada “España en la obra de Handke”, es una buena selección de sus propios textos y experiencias en Soria, Linares, Lugo, Vigo, Santiago, Coruña, León, Oviedo, Bilbao, San Sebastián, el Pirineo catalán, Yuste... Caminatas que en los noventa iban acompañadas de su dolor radical por la guerra de Yugoslavia.
Los escritos españoles de Handke deslumbran por su riqueza descriptiva de los lugares, habitantes, gestos, movimientos, objetos, sonidos… algo que da pie para la reflexión acerca de otros asuntos, lugares, manifestaciones artísticas, o para iniciar ficciones en la que ya no es el caminante Handke sino tal vez un pintor, un poeta, un cineasta...
Un viaje en autocar puede servir para evocar los últimos días del emperador Carlos V en el monasterio de Yuste o la extraña belleza de las Tablas de Daimiel. Hay siempre un juego de cercanía-lejanía en este prodigioso observador, buen conocedor de San Juan, Santa Teresa, Cervantes o Azorín, como interesado -por ejemplo- en el Club Deportivo Numancia.
Un gran acierto es la sección “Handke en entrevistas”, de donde no saldrá indemne el sonriente Solana manejando la OTAN, ni tampoco el Aznar de la guerra de Irak. En cuanto a la última parte del libro (más allá de la breve pincelada de Vila-Matas, la broma de Romeo o el empaque metafísico de Pardo) Loriga nos entrega un texto “a lo Handke” en el que reflexiona sobre su fascinación por el escritor y sobre las influencias literarias y el plagio.
Muy certero Miguel Morey en su consideración de la paradoja y el casi anacronismo del autor de Lento regreso: sus detalladas descripciones, su mirada pausada, sus repeticiones, su carácter -aún- de artesano de la palabra o su ascesis personal en medio de un mundo veloz, de internet y de telefonía móvil, que va claramente por otros derroteros. Juan Villoro se refiere también a esos ojos que “no tienen prisa” y nos da la medida del escritor austriaco como renovador y apostador firme por la palabra.