Vagabundo y marinero antes de ser escritor, también Jack London sucumbió a la fiebre del oro en Klondike (Cánada, cerca de Alaska), donde agotaron sus sueños miles de aventureros (él mismo enfermó de escorbuto). Eterna Cadencia rescata ahora Once cuentos de Klondike, así como dos artículos inéditos en español sobre el pueblo maldito, de los que El Cultural reproduce el mejor.
Ahora que la fiebre de éste Eldorado del norte es cosa del pasado, uno puede contemplar desapasionadamente qué fue lo que prometió y cuánto de ello se cumplió. ¿Quién se benefició? ¿Quién perdió? ¿Cuánto oro se sacó del suelo? ¿Cuánto se ha ido en la cuestión? Y, finalmente, ¿cuál será el resultado final de este gran desplazamiento de energía, de esta intensa concentración de capital y trabajo en una de las regiones hasta ahora inexploradas de la superficie de la tierra?En 1897, entre mitad de julio y el primero de septiembre, unos 25.000 argonautas intentaron entrar en la región del Yukón. De estos, la gran mayoría fracasó y volvió hasta la cabecera del Lynn Canal, debido a los obstáculos que presentan los pasos Chilkoot y White, y hasta St. Michael, a causa de la temprana llegada del invierno y el consiguiente cierre de la navegación en el Yukón.
En la primavera de 1898 llegaron 100.000 más a través de los distintos caminos que conducen a Klondike, de los cuales los principales eran los que iban desde Skagway y Dyea, la ruta del Stickeen, que empezaba en Fort Wrangel, la ruta "completamente canadiense" a través de Edmonton y la ruta completamente marítima por el mar de Bering. A todos ellos se les había repetido y reiterado la advertencia de los veteranos: no sueñen con aventurarse al norte con menos de 600 dólares. Cuanto más, mejor. Mil dólares apenas serían suficientes.
Unos cuantos espíritus audaces no iban a ser disuadidos por no tener la cantidad requerida, pero en general fueron 600 dólares la suma promedio ceñida al cinturón de cada peregrino. Entonces, si consideramos 600 dólares como cálculo razonable del gasto individual, por 125.000 hombres se alcanza un desembolso de 75.000.000 de dólares. Ahora bien, no es importante si uno o ninguno de ellos alcanzó la meta: esos 75.000.000 de dólares se gastaron en el intento. Los ferrocarriles, las compañías de transporte marítimo y las ciudades del estrecho Puget, dondecompraban el equipamiento, recibieron aproximadamente 35.000.000 de dólares; el resto se gastaba en el camino. La mayoría de los que lograron llegar tenía apenas los 10 dólares necesarios para sacar la licencia de minero; pocos eran capaces de pagar los 15 dólares requeridos para registrar la primera parcela; muchos no tenían ni un centavo.
Dado que las compañías de transporte y de equipamiento por cierto se beneficiaron, se impone la pregunta: el distrito de Yukón, ¿les devolvió a los buscadores de oro el equivalente de lo que gastaron para llegar hasta ahí? Esto puede decidirse si se hace una breve revisión de los descubrimientos de oro realizados.
En el otoño de 1896, las primeras noticias del hallazgo de MacCormack subieron por el Yukón y cruzaron la frontera hasta llegar a los campos mineros establecidos de Forty Mile y Circle City en Alaska. El resultado fue una estampida y se demarcaron los arroyos Eldorado, Bonanza y Hunker. Ese invierno, las noticias bajaron al "agua salada" y a la civilización. Pero no hubo entusiasmo, no se disparó fiebre alguna. El mundo no se dio por aludido.
En el verano de 1897, desde los tres arroyos mencionados salió una estampida que fue más allá de la divisoria de Eldorado para reclamar el arroyo Dominion, un afluente del Indian River. En ese mismo momento llegaron los primeros envíos de oro a la costa del Pacífico y los periódicos sembraron las primeras semillas de la fiebre del oro. Durante ese período y principios del otoño, los arroyos Sulfer, Bear y Gold Run estaban siendo demarcados de manera azarosa, igual quemuchos otros que habían demostrado no valer nada.
Independientemente de los informes entusiastas y de las explotaciones ubicuas, y con excepción de un pequeño número de explotaciones en gradas, no hubo más arroyos que rindieran en el Klondike. Y debe considerarse y enfatizarse: todos los arroyos mencionados que rindieron sus frutos fueron descubiertos antes de que la gente se precipitara a la región.
Por lo tanto, se demostró claramente que los que participaron en la fiebre del otoño de 1897 y en la de la primavera de 1898 quedaron excluidos de los únicos arroyos que pagaban los gastos, pero los que se quedaron en casa enseguida se preguntaron si había otras maneras de salvar los gastos. ¿Qué pasaba con los yacimientos en gradas y con los "estratos"?
Consideremos primero los yacimientos en gradas. Una explotación en gradas es una explotación sobre una colina y es distinta de la que se hace en un arroyo. El descubrimiento del yacimiento de Skookum fue hecho antes de la afluencia en las laderas, y luego vino el descubrimiento de los yacimientos de French Hill y Gold Hill, situados entre Skookum y Eldorado. Estos últimos dos son los únicos en los que pudieron participar los recién llegados. Pero en ese momento dos factores limitaban su participación.
En primer lugar, no más de una veintena de yacimientos de French Hill y Gold Hill resultaron productivos, y ninguno rindió más de 100.000 dólares. En segundo lugar, esas gradas estaban justo en el corazón de explotaciones anteriores, donde los veteranos trabajaban sobre la tierra a menos de cinco minutos de distancia. Si los recién llegados lograban que les concediera una parcela de cada veinte ya estaba bien; pero dado que ni un reclamo de cada veinte rendía, la cantidad de polvo de oro obtenido era prácticamente nula.Veamos ahora los "estratos".
En el invierno de 1896 les fue bien a los hombres que hacían sus reclamos. Pero en ese momento las condiciones eran enteramente diferentes de las del invierno siguiente. No se reconocía la importancia de los descubrimientos en el Klondike, establecer el valor del oro con grava resultaba problemático, la comida era escasa y la demanda muy superior a la oferta de trabajo. Bajo tales circunstancias a los hombres les resultaba fácil explotar "estratos" provechosos. Pero en 1897 esas condiciones favorables desaparecieron.
Los propietarios ya sabían el verdadero valor de sus yacimientos, había mucha comida y el número de trabajadores era importante. Ahora bien, ningún propietario de yacimiento era tan tonto como para dejarle el estrato a otro hombre que iba a ganar 50.000 dólares netos, cuando él (el dueño del yacimiento) podía hacer que ese mismo hombre trabajara para él por 2.000 dólares. Sin embargo, muchos recién llegados, con una ignorancia realmente patética, trabajaron esos estratos, que les fueron ofrecidos, utilizando sus propias herramientas y pagando su propia comida durante todo el invierno, y al final se encontraron con que habría sido mejor si se hubieran quedado en sus cabañas sin hacer nada. Es así evidente que el distrito del Yukón no compensó a los buscadores de oro que gastaron allí 75.000 dólares.
Hay un viejo refrán de los mineros que dice que de cada dos dólares que se invierten en el suelo, se recupera uno. Un buen ejemplo de ello es Klondike, donde el balance entre el costo del esfuerzo y el valor de la recompensa es sorprendente. De un lado está el esfuerzo legítimo que se debe considerar; del otro, la cantidad real de oro que se extrajo de la tierra.
Decenas de nuevas empresas de transporte y de comercio, formadas durante el fervor por un emprendimientosólo comparable a su ignorancia, perdieron en destrozos provocados por el río y en el hundimiento de embarcaciones de alta mar varios millones de dólares. Los hombres de la región antes de la fiebre del oro -los propietarios de las minas, intermediarios y buscadores de oro- entre sus gastos y su mano de obra constituyen un ítem importante, así como los desembolsos de los gobiernos de Canadá y de los Estados Unidos. Pero sin tener en cuenta estos elementos y muchos otros menores, el resultado sigue siendo lo suficientemente llamativo. Considérese solamente a los 125.000 buscadores de oro, cada uno de los cuales, en promedio, pasó un año de su vida adentrándose o tratando de entrar en Klondike.
En vista de la dificultad y la severidad de su esfuerzo, pagarles 4 dólares al día por hombre fue, de hecho, un precio bastante bajo por su trabajo. Y concédanles 65 días de descanso por año. Aun así, el esfuerzo realizado por estos 125.000 hombres en el curso del año vale en conjunto 150.000.000 de dólares. A esto añádanse 75.000.000 de dólares por lo que gastaron en efectivo, y tenemos de un lado de la balanza la suma de 225.000.000 de dólares, o aproximadamente, 220.000.000 de dólares.
Al otro lado se llega fácilmente. El lavado de primavera de 1898 dio 8.000.000 de dólares; el de 1899, 14.000.000 de dólares. En ausencia de informes completos, esta última es una estimación generosa, que permite un incremento de 4.000.000 de dólares, considerando el hecho de que no se hicieron nuevos descubrimientos desde entonces. Las cifras hablan por sí mismas: se gastaron 220.000.000 para sacar 22.000.000 de dólares del subsuelo.
Semejante desequilibrio podría parecer pesimista si no fuera el resultado final de una previsión razonable. Mientras que esta aplicación repentina e inmensa de energía fue desastrosa para los que participaron, ha sido de inestima ble beneficio para la región del Yukón, para los que se quedarán allí y para los que llegarán. Tal vez más que todas las otras causas combinadas, la escasez de alimentos ha sido el mayor obstáculo en el desarrollo de la región. Desde el primer explorador hasta llegar al invierno de 1897, la tierra ha sufrido un estado crónico de hambruna. Sin embargo, la escasez general de suministros es ahora cosa del pasado.
Alrededor de 1874, George Holt fue el primer hombre blanco que cruzó la cordillera de la costa y que penetró en la región con el propósito abiertamente declarado de buscar oro. En 1880 Edward Bean dirigió un grupo de veinticinco hombres desde Sitka al río Hootalinqua, y de ahí, pequeños grupos de buscadores de oro se internaron constantemente en el valle del Yukón. Pero esos hombres tenían que depender completamente de las provisiones que pudieran cargar con ellos de las maneras más primitivas. Consecuentemente, la prospección minuciosa era imposible, porque siempre se veían forzados a regresar a la costa por falta de comida.
Entonces, la Alaska Commercial Company, además de mantener sus puestos comerciales dispersos a lo largo del río, empezó a despachar provisiones para venderles a los mineros que desearan pasar el invierno en la región. Pero fueron tantos los que se quedaron que la escasez de alimentos resultó inevitable. Con cada vapor que se agregaba, más hombres se precipitaban a los pasos y permanecían durante el invierno; y, como resultado, la demanda siempre crecía más rápido que las provisiones. Cada invierno los mineros se encontraban al borde de la hambruna, y cada primavera, con la promesa de más vapores, llegaban más hombres.
Pero a partir de ahora, el hambre será sólo una tradición de la tierra. La fiebre de Klondike trajo cientos de barcos de vapor al Yukón, abrió la navegación en sustramos superiores y los lagos, puso vías férreas alrededor del innavegable Box Canyon y de los rápidos de White Horse, y extendió una línea de ferrocarril desde el mar en Skagway a través del White Pass hasta la cabecera del tráfico de vapores en lago Bennett.
Con la disminución de la población causada por el colapso de la fiebre del oro, estos medios de transporte serán, en todo caso, superiores a los requeridos por la región.
Las ganancias excesivas se reducirán y sólo las compañías mejor equipadas y más eficientes seguirán en funcionamiento. Las condiciones se volverán normales y Klondike comenzará su verdadero desarrollo. Con lo necesario y lo suntuario en mayor cantidad y menor precio, con la importación de maquinaria que abaratará muchos emprendimientos y posibilitará otros, con viajes fáciles y rápida comunicación con el mundo y entre sus poblados, los recursos del distrito del Yukón se abrirán y desarrollarán de manera constante, siguiendo un modelo comercial.
Haciendo que los gastos para vivir sean normales, será posible contar con un salario más moderado. Los trabajadores no tendrán que precipitarse allí desde los congestionados mercados laborales de los países más antiguos. Esto, a su vez, permitirá emplear a gran escala los inquietos capitales del mundo y la búsqueda de la inversión. En White River, a ochenta millas al sur de Dawson, se pueden explotar grandes depósitos de cobre.
El carbón, tan esencial para la explotación de la región, ya ha sido descubierto en varios lugares a lo largo del Yukón, desde las "MacCormack's Houses", encima de los rápidos de Five Finger, debajo de Rampart City y también de Koyukuk, en Alaska. Existe una pequeña duda sobre si, con el tiempo, se encontrará también hierro, y con igual certeza el futuro de la minería aurífera será principalmente en cuarzo. Grande es la caída de la escala salarial.
En California la grava que contiene 5 centavos de oro por yarda cúbica se lava como ganancia; pero en el Klondike, la grava que da menos de 10 dólares por yarda cúbica ha sido ignorada por poco redituable. Vale decir que las antiguas condiciones en Klondike hacían imposible lavar oro que no fuera doscientas veces más rico que el que se lava en California. Pero eso no será así en adelante. Hay inmensas cantidades de esa grava menos productiva en el valle del Yukón, y es inevitable que no sea una empresa digna de cerebro y capital. En síntesis, aunque muchos de esos individuos perdieron, el mundo no habrá perdido nada por Klondike. El nuevo Klondike, el Klondike del futuro, presentará notables contrastes con el Klondike del pasado.
Los obstáculos naturales serán eliminados o superados, los métodos primitivos abandonados, las dificultades del trabajo y de los viajes reducidas a su mínima expresión. La exploración y el transporte serán sistematizados. No habrá pérdida de energía, ni un alocado ejercicio de la industria. El colono cederá al trabajador; el buscador de oro, al ingeniero en minas; el conductor de perros, al conductor de máquinas; el comerciante y el especulador, al hombre de negocios moderno y estable; porque esos son los hombres a cuyas manos se confiará el destino de Klondike.