Graciela Speranza. Foto: Alejandra López
La intelectual argentina publica Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (Anagrama), una reflexión sobre nuestra percepción del tiempo en el mundo actual trufada de obras de artistas y escritores que juegan con este concepto.
Pregunta.- ¿Cómo nace este ensayo, esta reflexión sobre la visión del tiempo hoy?
Respuesta.- Nace de una experiencia personal, de una transformación en mi sentir del tiempo en mi vida que coincide con una transformación en cómo se rige el tiempo a nivel global. Nuestra manera de consumir el tiempo se centra en el presente, dejando cada vez menos espacio para el pasado o el futuro, algo cada vez más patente y más alarmante. Entonces me propuse comprobar cuánto arte, cuánta literatura actual habla de esa misma experiencia y una obra me fue llevando a otra, una lectura a otra. A través del arte fui enfocando esa percepción. El libro quiere traducir como a través del arte es posible dar foco a eso que siempre es tan difuso, que es la experiencia del tiempo, tan inefable, tan difícil de traducir en palabras.
P.- ¿Cuáles son las causas y consecuencias de de este presentismo, de este "tiempo sin tiempo"?
R.- Hay algo bastante evidente que aparece en las obras visuales y narrativas que reúne el libro: la revolución digital, la utopía cibernética, última revolución del siglo XX. La comunicación instantánea es una realidad en el siglo XXI que nos ha sumado muchísimas demandas de respuesta instantánea, de conexión, de sobrecarga de información... Todo eso contribuye a que el presente sea muy abarcador, a que lo inunde todo, hay que responder a esas demandas ya, enfrentarse a esa sobrecarga de información y elegir ya… y esa experiencia tan instantánea diluye la conexión de con el pasado y con el futuro. Además, la ilusión por el progreso y el futuro de comienzos del siglo XX, germen del futurismo y de las vanguardias, se disolvió a lo largo de la centuria. Ese no anticipar el futuro con una idea de progreso nos sume en el presente y nos atrapa en él.
P.- ¿Por qué el arte, especialmente el contemporáneo, se rebela contra este fenómeno?
R.- Creo que el arte, cualquier arte, siempre es una fábula sobre el tiempo, una forma de contar el tiempo. Una narración, por ejemplo, es un modo de darle cauce a esa experiencia del tiempo. Si hablamos del arte contemporáneo, hay algo de esa experiencia que trataba de describir de aceleración, de instantaneidad, de sobrecarga informativa, que el arte consigue desnaturalizar y transformar de cotidiano en extraño. Además, va un paso más allá al lograr mutar el tiempo transformando la experiencia del espectador frente a una obra, desacelerando la mirada o consiguiendo que perdamos la noción del tiempo. El arte nunca se resigna al estado de las cosas, por eso nos interesa la experiencia del arte y por eso la buscamos. En este caso también ha encontrado forma a cómo salir de esa especie de prisión, de estos límites que son nuevos para nosotros y cuyos efectos todavía estamos procesando. Transitando esa experiencia, el arte y la narrativa consiguen que conozcamos mejor los límites de nuestra propia realidad y nos permiten huir del puro presente de la experiencia inmediata.
P.- Precisamente en el libro incluye junto al arte gran cantidad de ejemplos de la literatura, ¿cómo es la interrelación entre los distintos campos de la cultura?
R.- Mi experiencia siempre ha sido bastante fluida en esa relación. Mi formación primera es en literatura, pero desde el comienzo, cuando me zambullí en la literatura de Manuel Puig, descubrí que su obra me llevaba a conectar con otros campos, porque su propia literatura dialogaba mucho con el cine de Hollywood o con el arte pop. Hoy, los mismos escritores o los artistas visuales trabajan en esa fluidez y en gran medida ya no existen los límites tan estrictos de los medios específicos. Hay muchísimo arte que trabaja en ese amplio diálogo de medios. Veo que en la literatura y el arte contemporáneos uno de los caminos de la renovación es buscar en los poderes de la visualidad un campo de expansión para el texto y viceversa. De hecho, este sábado en ARCO organizo una charla titulada precisamente Viceversa, encaminada a profundizar en ese diálogo, qué va del arte a la literatura y qué va de la literatura al arte. Cómo ambas disciplinas dialogan y comparten estrategias entre sí.
P.- Las artes proponen toda esta reflexión, pero ¿cuál es la incidencia en la sociedad, necesita el arte contemporáneo ser explicado al gran público con ensayos como este?
R.- Hay muchas sospechas respecto al arte contemporáneo y me gusta mucho una reflexión de Cesar Aira, que en su reciente ensayo Sobre el arte contemporáneo hace una suerte de identikit de un personaje que llama "el Enemigo del Arte Contemporáneo", que es aquel que siempre sospecha y cree que es un fraude y da ejemplos de cualquier cosa diciendo que puede ser arte. Lo que dice Aira a propósito de este enemigo militante, es que precisamente ese "cualquier cosa" es la fórmula de la libertad y la potencia del arte de hoy como concepto. Desde Duchamp todo podría ser arte, y eso ha derivado en que se piense que la obra de arte debe ir acompañada de una lectura que abra sus intenciones. A esperar que la idea que rige la obra deba ser traducida o explicitada por la crítica. No es realmente así. Hay mucho de experiencia en el arte contemporáneo, en muchos casos inmersiva, una experiencia bastante directa y autoexplicativa. Obviamente, como ocurre con la buena literatura, esto se da si el espectador se entrega a la experiencia, a la demanda que el autor o el artista está proponiendo.
P.- Visita España con motivo de ARCO, ¿Cómo ve el papel de Argentina como país invitado en la feria?
R.- ARCO ha invitado en los últimos años a varios países de Latinoamérica, el último fue Colombia, y finalmente le toca a Argentina. Creo que, si bien se conocen algunos artistas argentinos, un diálogo más franco y más directo con la escena contemporánea del arte se ha demorado un poco. Aunque espero que, no solo la presencia de los artistas y de su obra en la feria, sino una serie de muestras que se han organizado en varios museos e instituciones, desplieguen un panorama muy rico de artistas consagrados y jóvenes, y que ese diálogo más nutrido deje un panorama más firme, más claro, de qué está haciendo el arte argentino hoy.
P.- Precisamente, hablaba hace poco a este respecto de la gran diversidad del arte argentino, y nos conminaba a los españoles a no tener prejuicios y no caer en los tópicos.
R.- Tal vez lo que ha demorado un diálogo más fluido con el arte argentino es la imposibilidad de reunirlo en un colectivo que lo identifique claramente. Hay estereotipos argentinos o latinoamericanos que facilitan las cosas y allanan muchas veces el camino de las artistas, cuánto más identificables, más fáciles de etiquetar y también de vender. La dificultad de encontrar ese estereotipo en un arte de gran variedad e independencia puede ser una de las razones de un relativo aislamiento. Pero precisamente hoy, eso me parece que puede ser positivo en dos sentidos. Por un lado, no tenemos esa etiqueta fácil, lo que tal vez provoca más interés y que sobre ese arte formule la pregunta ¿qué es esto?, la más interesante para el arte nuevo. Y por otro lado, me parece que la variedad, en tiempos de masificación cultural y de formas de consumo cultural muy gregario, es un valor muy estimulante que el arte argentino ofrece.