Richard Ford se cuenta entre los "tropecientos-mil" admiradores de Bruce Springsteen
Tras más de treinta años sin ejercer la crítica literaria, Richard Ford, inminente Premio Princesa de Asturias, ha regresado a lo grande: con un largo artículo sobre el esperadísimo, y tan comentado y glosado, libro de memorias de Bruce Springsteen, editado por Random House. Pero no es la suya una reseña habitual, sino un emocionante recorrido narrado. El doble examen -hacia fuera y hacia sí mismo- de un escritor que pone en observación una pasión añeja. El generoso reconocimiento de un artista que se refleja en otro, y que celebra la existencia de este genial "obrero" del rock.
Cabía esperar que Born to run, la nueva autobiografía del Boss, se dedicase fundamentalmente a penetrar y desnudar este misterio encerrado en una paradoja y, en gran medida, lo consigue airosamente.
Casi todos los que han coincidido con Springsteen a lo largo de los años -desde los dueños del legendario Upstage Club en el Asbury Park del año 1969 hasta John Hammond y Clive Davis, los emblemáticos artífices de éxitos de Columbia; y desde los sufridos e imprescindibles músicos de la E Street Band, siempre fieles, siempre quejándose, hasta Barack Obama, pasando por Ronald Reagan o Peter Seeger- reconocen que es una persona muy especial. Una persona que da prueba de ello a lo largo de toda la noche sobre el escenario; que posee un enorme talento; un chico del que no se podía apartar la vista y con el que, por la razón que fuese, no se podía seguir enfadado a pesar de que estaba en posesión de una estima encantadoramente exagerada de sus jóvenes capacidades, de que trataba a sus compañeros de grupo como a empleados privilegiados y de que podía darle el bajón, aislarse y esos rollos cuando las cosas no eran como él quería. Lo mismo se podría decir, con otras palabras, de Jim y Van Morrison, de Otis Redding, de Marvin Gaye, de Janis Joplin, incluso de Eric Burdon, y, desde luego, de The Big Bopper. Todos ellos son y fueron especiales a su manera. Pero "especial" no basta para dar cuenta de Bruce Springsteen ante 90.000 personas a lo largo de más de 30 años en 40 países diferentes, ni del hecho de que siga cosechando éxitos.La eterna fascinación por Bruce reside en la incógnita de cómo demonios ha conseguido llegar a esto en tan solo 50 breves años
Quienes contemplamos el arte desde fuera -desde los asientos para el público desde los que se supone que tenemos que contemplarlo- a menudo no comprendemos demasiado bien el proceso artístico, lo cual es un crimen sin víctima. Ello se debe en parte a que no acabamos de entender cómo es que Springsteen atrae a multitudes de admiradores. Todo su trabajo -las canciones, la música, la guitarra, la voz, el personaje, los giros, los recitativos, todo el artificio de "la actuación", o lo que Springsteen llama la "suma de todas mis partes"- es tan densa, comprometida, y parece tan auténtica, que no puede por menos que desafiar lo que creemos que sabemos acerca de la forma en que los seres humanos normales hacen las cosas a ras de suelo. Habiendo estado presente en muchas de sus actuaciones, puedo dar fe de que, a menudo, lo que estás viendo y oyendo está a punto de desbordarte. Es una experiencia que te arrastra hacia ella para que saborees lo mejor y lo más exquisito, pero también, como es natural, para que descubras cosas; por ejemplo, si te están decepcionando.
En Born to run tenemos la sensación de que Springsteen es más él mismo que nunca cuando nos cuenta cómo se llega a ser él. Le preocupan su propia "autenticidad" y la de su música, aunque entiende que actuar es siempre actuar. Habla casi con modestia de su condición de "obrero" de la música; de cómo, en el fondo, el rock es una "distracción escapista", y reconoce que el propio rock and roll como vehículo de ideas (algo que siempre me ha parecido cuestionable) está en grave declive.
"Si quieres que tu llama sea brillante, fuerte y duradera", dice el Boss, "vas a tener que contar con algo más que con tu instinto original. Tendrás que cultivar algo de oficio y una inteligencia creativa que te guiará más allá cuando las cosas se pongan difíciles". Y, por si acaso esto suena un poco demasiado al Taller de Escritores Gotham, añade lo siguiente: "Al empezar sabía que quería algo más que actuar en solitario y algo menos que un grupo democrático en el que una persona fuese un voto. Había formado parte de uno y no era para mí. Salvo raras excepciones, en los grupos de rock la democracia suele ser una bomba de relojería... Mientras que en la mayoría de los aspectos de mi vida soy moderado, en este he sido un extremista".
Esto por lo que se refiere a un grupo musical de hermanos en esa resplandeciente mansión del rock and roll de la colina. "Todos crecemos", agrega más adelante, "y sabemos que 'es solo rock and roll'... pero no lo es". Hay que decir -con el único fin de que mi credibilidad siga destellando- que todo lo que acabo de exponer con profusión es harto conocido desde hace tiempo (probablemente se ha memorizado a la manera catequística) por el inmenso mar de fieles de Springsteen.
Hace poco, en un concierto en el Barclays Center -al que asistimos yo, mi mujer, el gobernador Christie, Steve Earle y 18.000 desconocidos- el Boss sacó al escenario a una niña de 10 años y se quedó a su lado admirándola mientras ella cantaba, en apariencia espontáneamente, la letra completa de "Blinded by the Light". Quinientas cuarenta y siete vertiginosas palabras. Esto significa que a la mayor parte de la información privilegiada contenida en el libro le va a ser difícil no haber sido asimilada hace ya tiempo por el "admirador de Springsteen" siempre vigilante y pronto a protegerlo con su perspicacia. Asimismo, es de prever que si nunca ha oído a Bruce Springsteen -sea cual sea la cárcel secreta en la que haya estado prisionero durante cuatro décadas- ni se le pase por la cabeza comprar este libro.Ayuda que Springsteen sepa escribir no solo letras de canciones que te marcan de por vida, sino una prosa sólida y de calidad que recorre el texto
Lo cual no quiere decir que Springsteen no debería haberlo escrito, aunque solo fuese como una carta de amor a sus seguidores; o que los editores no vayan a empezar a ganar dinero a partir de ya. Todos los admiradores del cantante lo leerán. Pero es justo reconocer que los lectores a los que va dirigido Born to Run probablemente seamos el público que se encuentra en un punto intermedio; aquellos para los que "Independece Day", "Wild Billy's Circus Story", "Bobby Jean", "Nebraska", "Streets of Philadelphia", "Hungry Heart" y "Born in the USA" han sido la emotiva música de fondo de nuestra vida, pero que hasta ahora no hemos consagrado nuestra existencia a Bruce. No obstante, nos sentiremos mejor cuando nos enteremos de que, en realidad, el Boss no sabe leer una partitura; que "Born in the USA" y "Nebraska" se grabaron al mismo tiempo; que Springsteen tiene una hija que es campeona de hípica; que el artista ha hecho años de terapia; que es capaz de perdonar a quienes le han ofendido; que considera su profesión un "servicio" que presta a otros como él; y que tiene un dúctil sentido del humor que le permite reírse de sí mismo (al menos cuando está de buenas).
Ayuda que Springsteen sepa escribir no solo letras de canciones que te marcan de por vida, sino una prosa sólida y de calidad que recorre el texto de principio a fin. Me refiero a que uno diría que un tipo que ha escrito "Anoche, Johnny El Español llegó en coche de los bajos fondos / con los brazos magullados, el ritmo roto y un viejo Buick desvencijado..." es capaz de encontrar la ruta correcta a través de una frase completa y respetable en estadounidense. Y tendría razón.
Bueno, aquí y allá hay un poco de paja, de palabrería de salón sobre el "terreno que hay dentro de mi cabeza"; una pizca más de pretensión roquera de lo que este lector necesita en realidad, aunque los entusiastas de Bruce no estarán de acuerdo conmigo. Ni pensarlo. Pero nada en Born to Run me suena accidental o mistificado. Más bien al contrario: Springsteen quiere tener el mérito de contar las cosas tal como son y como fueron. Y, al igual que un legendario concierto del cantante -siempre notables por una meticulosidad que elimina cualquier cosa que pueda estorbar-, sus memorias logran dar la sensación de que, cuando las luces se apagan, se ha respondido a todas las preguntas importantes.
El libro cuenta la historia de Bruce utilizando un lenguaje llano, informalmente resuelto, de Nueva Jersey, elaborado y diestramente detallado e íntimo con sus lectores -lo bastante clarividente como para expresar lo que quiere decir cuando tiene historias duras que contar y, sin embargo, lo bastante flexible como para estar a la altura de las ocasiones que requieren elocuencia-, que a veces descansa más bien con agrado en la sintaxis y los ritmos de una canción de Springsteen: "Así que todos nos las arreglamos", dice de la repentina mudanza de sus padres de Freehold a California en 1969 dejándolo atrás. "Mi hermana desapareció en la Cowtown -el sur profundo de Nueva Jersey-, y yo fingí que nada de aquello importaba en realidad. Estaba solo, entonces y para siempre. Esto lo zanjaba. Además, una parte de mí se alegraba por ellos, por mi padre. ¡Fuera, viejo! Lárgate de este [palabrota] basurero".
La familia en parte escocesa-irlandesa y en parte italiana de Springsteen era un hervidero de esas fuerzas en ebullición. Un padre melancólico, fracasado, hostil, misántropo ("Me quería pero no podía soportarme") y una madre cariñosa, cuya primera lealtad, sin embargo, era con su infeliz marido. Una familia reticulada, extensa, en ocasiones inestable, pero que lo quería con locura, descendiente de inmigrantes, algunos de ellos, cuenta Springsteen, con una grave enfermedad mental, "una negra melancolía" de la cual él mismo es heredero. Todos ellos habitantes instalados precariamente en un barrio posindustrial en decadencia formado por casas pobres, alquiladas, sin agua caliente, situadas en un "pueblucho de cuatro gatos" de esa zona perdida del Garden State en la que uno nunca había pensado hasta que oyó las palabras Bruce y Springsteen.
Por supuesto, se podría decir, otra vez con razón, que esto no dista demasiado de muchas otras vidas. De la mía, de la suya. Cultura gótica estadounidense de mediados de siglo. "La ciudad de mierda donde me crié, y que yo amaba". Pero en ella reside al menos un indicio de la magia de Springsteen: el poderoso ascenso a la mínima ocasión, haciéndote con un dominio contundente de tus exiguas circunstancias y luchando por dar tus propias respuestas a lo que, de otra manera, habría parecido inevitable. "Imitamos", dice Springsteen en una reflexión memorable, "a aquellos cuyo amor deseábamos pero no pudimos alcanzar. Es peligroso, pero nos hace sentir más cerca, nos da la ilusión de una intimidad que nunca tuvimos. Reivindica lo que nos pertenecía por derecho pero nos fue negado. Cuando era un veinteañero y mi canción y mi argumento empezaban a tomar forma, busqué la voz que mezclaría con la mía para construir el relato. En ese momento, a través de la creatividad y la voluntad, puedes reelaborar las voces de tu infancia, reapropiarte de ellas y hacerlas renacer para convertirlas en algo vivo, poderoso y que busca la luz. Soy un técnico. Forma parte de mi trabajo. Así que yo, que en mi vida había trabajado con las manos ni siquiera una semana (...) me puse ropa de obrero de fábrica, la ropa de mi padre, y me fui a trabajar".
En una ocasión, Seamus Heaney dijo en un poema que la finalidad del arte es la paz. Pero creo que habría estado dispuesto a compartir el escenario con Springsteen y a admitir que, a veces, la finalidad del arte es también un ruido fantástico, legítimamente genial y a tope, un sonido que no quieres que acabe nunca.