El amor por la literatura ha sido una constante en la vida de José María Merino (La Coruña, 1941), algo que hoy refrendan más de cinco décadas como escritor y un sillón en la Real Academia. Pero el origen de ese amor hay que buscarlo mucho antes, cuando un joven Merino pasaba las horas soñando despierto en la biblioteca de su padre, "un hombre que se gastaba todo su dinero en libros". Pero fue uno de ellos, el más antiguo de la colección, el que atrajo irremisiblemente su curiosidad ya de adolescente. "Se titulaba Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, en edición de 1728, y era el libro más viejo de la casa", recuerda Merino mientras hojea el precioso ejemplar con hermosos grabados y encuadernado en vitela. "De adolescente me llamó siempre la atención, porque a esa edad uno ve este libro antiguo como algo misterioso". En esa ocasión solo leyó la dedicatoria, "en la que la autora, una mujer de nombre Oliva Sabuco, dice al rey Felipe II que hay que hacer un congreso de médicos puesto que la medicina que se está practicando es un desastre y hay que cambiarla".
Por entonces todo quedó ahí, pero el libro ya había anidado en su memoria, esperando el momento oportuno para salir. "Un buen día encontré en la Cuesta de Moyano el mismo libro en una edición más actual, del siglo XX", explica alzando otro ejemplar, ahora de tela y de factura menos antigua. "Pertenecía a una colección de la Segunda República que dirigían Francisco Vera y Florentino Torner, y que recogía a todos los desconocidos de la literatura española, a los oscuros". Y entonces reconoció el mismo libro de la biblioteca de su padre. "Lo compré, me puse a leerlo, y me quedé fascinado por su actualidad en lo referente a la medicina natural y a la importancia de la psicología en la medicina. Poco después descubrió que existía un testamento del padre de la autora que reivindicaba la autoría del libro. "Y pensé: aquí hay una gran historia para una novela".
Pero todavía no era el momento, algo no encajaba. Merino no quería escribir meramente una novela histórica, sino enlazar la figura de doña Oliva con el hoy. Primero lo intentó con otra figura, también mujer y también del siglo XVI, Lucrecia de León, "una visionaria que sufrió mucho con la Inquisición porque tenía sueños proféticos sobre el futuro de España. Ya entonces, cuando escribí Las visiones de Lucrecia (1996), pensé hacer una novela que fuese la biografía de Lucrecia y a la vez una novela moderna, pero no lo hice porque no fui capaz, entonces no tenía los recursos narrativos".
"La historia de doña Oliva trata de los afectos, las deslealtades, las usurpaciones…, algo plenamente vigente"
Una intención en la que sí ha tenido al escribir Musa décima, todo un ejercicio de metaliteratura donde la historia personal de doña Oliva y las enseñanza de su escritora se entretejen con el día a día de una familia madrileña de la actualidad cuyos miembros reflejan el catálogo de los sentimientos recopilados por la autora siglos atrás. "La historia de doña Oliva trata principalmente de los afectos, de las deslealtades, las apropiaciones indebidas…, algo plenamente vigente. Además, me parecía importante retratar el momento actual, el paro juvenil, la situación social, lo banalmente que establecemos las relaciones…".
Filósofa en un mundo de hombres
Aún hoy todo son conjeturas, controversias y misterio en torno a la figura de doña Oliva Sabuco de Nantes Barrera (1562-1622), natural del Alcaraz, tal vez una de las plumas más brillantes del Siglo de Oro español y de seguro una de las más ignoradas. Una joven que, en pleno Siglo de Oro, fue capaz de escribir con apenas 25 años una obra cuya vigencia alcanza nuestros días. En el año 1587, cuando la filosofía, las ciencias y la literatura estaban en manos casi exclusivamente masculinas, Oliva publica en Madrid su Nueva filosofía , un agudo y novedoso tratado, en forma de diálogos científico-filosóficos, sobre las pasiones, los sentimientos y la anticuada medicina de su época. Una obra revolucionaria en muchos de sus planteamientos sobre la vida saludable, tanto física como espiritual, que se anticipó en casi cuatro siglos a la psicología moderna y a la medicina natural, y que recibiría entusiastas elogios, se convertiría en un éxito con una pronta reimpresión.
Oliva gozo de admiración y popularidad en su época, siendo Lope de Vega quien le puso el apodo de Musa Décima. Su fama pervivió hasta el siglo XVIII cuando ilustrados como el padre Feijoo todavía hablan de ella con admiración. "Pero a comienzos del siglo XX su autoría fue puesta en entredicho con el hallazgo del testamento de su padre, el bachiller Miguel Sabuco, en el que afirmaba ser el verdadero autor de la obra, que desaparece de la historia". Merino no se posiciona sobre el debate en la obra, sino que lanza una serie de hipótesis y deja que el lector saque sus propias conclusiones. "Aunque lo que no quiero es que ese pequeño testamento sirva para invalidar la obra de doña Oliva". Porque a pesar de su neutralidad, en ningún momento dudamos de su opinión al respecto. "Mi hipótesis es que si doña Oliva de algún modo no hubiese tenido prestigio en su pueblo de chica lista y especial, los primeros que hubieron clamado contra ella y negado todo serían sus contemporáneos. Algo tenía que haber en ella para que pudiese resistir la mirada de la gente más cercana".
Pero la complejidad de la novela y el oficio de su autor provocan que infinidad de temas subyazcan en la novela. El más evidente es la frágil conexión existente entre realidad y ficción, pues en Musa Décima lo que parece más verosímil es lo novelado y lo que parece totalmente increíble es la realidad. "Efectivamente nosotros estamos acostumbrados a ver la realidad como algo absolutamente verosímil, pero la realidad es extrañísima. La de este momento en España pertenece más al esperpento valleinclanesco que a lo que entendemos por realidad", asegura vehemente Merino. "En la realidad se pueden producir cosas absurdas que la novela no toleraría. Hay que tener cuidado. La ficción tiene que ser coherente, la realidad no".
"La literatura es el gran aparato que hemos tenido los hombres para conocer el mundo que nos rodea"
Y por supuesto le reivindicación de la literatura como puntal clave de la vida, como herramienta de conocimiento. "Yo, que ya soy mayorcito a mis 75 años, lo que somos los seres humanos lo he conocido en la literatura, no en la vida. En la vida, la persona más cercana, la que más queremos, nunca vamos a llegar a conocerla hasta el fondo, porque hay un punto en el que ya somos impenetrables", afirma el escritor. "En la literatura, sin embargo, entramos dentro de los personajes y los conocemos perfectamente. La literatura, que fue anterior a la ciencia, la filosofía, me parece el gran aparato que hemos tenido los seres humanos para conocer el mundo que nos rodea, para saber dónde estamos y qué somos. La ficción me parece uno de los grandes logros del ser humano porque el pensamiento simbólico hizo que pudiéramos ver el mundo de otra forma".
El futuro de la literatura
Pero la visión que ofrece el escritor no se corresponde, asegura con el sentir general. "Hoy en día vivimos en una cultura de no lectura. Existe una idea de menosprecio a la literatura, por culpa de un sistema educativo muy mal enfocado y de una falta de conciencia política, porque saben que no es bueno que la gente sepa demasiado", asegura tajante. "Lo bueno es tener gente poco y mal formada y venderle lo que sea". En este sentido, le horroriza ese mantra tan actual como recurrente de la futura desaparición del libro. "Hay quien quiere jubilar al libro aduciendo que es algo obsoleto, antiguo. Es un disparate, como si dijéramos, que el paraguas, que tiene 2000 años, o la hebilla del cinturón, que es prerromana, hay que eliminarlos". Por eso considera impensable plantearse seriamente la desaparición de un objeto que hizo avanzar a la humanidad, surgir la democracia y las libertades, gracias a su capacidad para multiplicarse en la imprenta. "No podemos vivir en una cultura que augura la desaparición del libro. Pero bueno, en ese mundo estamos", confirma resignado.
Aunque incluso para los que sí leen tiene Merino una crítica. O quizá es contra el sector editorial. Un fugaz personaje de la novela, quizá un pequeño alter ego, clama en contra de la literatura bestsellera, lo que él llama literatura de aeropuerto. "Puede que sea un poco apocalíptico, pero en una librería de aeropuerto yo desde luego no he encontrado a nadie que conozca, todos los libros son desconocidos", asegura sonriendo. "Me preocupa esta voluntad tremenda del bestseller, porque el bestseller no se debe fabricar, debe ser un efecto. Recuerdo, y además lamento profundamente, el desprecio que sentía hacia ciertos bestseller de mi época. Por ejemplo tenía un gran menosprecio por Somerset Maughan, un señor muy leído que además es un cuentista de primerísima categoría".
"La literatura debe ser de calidad pero nunca ser hermética, debe procurar que la gente entre en ella"
"El problema es que ahora los bestseller, por ejemplo , son peores que la novela de a peseta. Se ha rebajado infinitamente el nivel, porque hay menos nivel lector y por ello el lector acepta un nivel de escritura que antes no se toleraría", reflexiona. "Si la gente estuviera bien formada literariamente en el sistema educativo afrontaría mucho mejor la realidad de lo que se publica. Y leería lo que le diese la gana, por supuesto, pero a lo mejor ni siquiera los lectores de bestseller aceptarían libros así".
Pese a todo se mantiene optimista. "La literatura resiste, calro, no tiene la fuerza que tuvo en el XIX, pero resiste. El problema es que durante el s. XX, y yo he tomado parte en esto, la literatura se hizo un poco hermética, un poco para lectores muy sesudos. De pronto dominaban la semiótica y la semiología, el estructuralismo, y todo eso hizo un daño terrible", reconoce el escritor. "Creo que fue un mal quiebro, porque la literatura debe ser de calidad pero no debe ser hermética, debe procurar que la gente pueda entrar en ella". Porque como queda patente en la vida y obra de Merino, un libro puede cambiarte la vida.