Neil Gaiman
Hace unas semanas durante un congreso en el Instituto Kennedy de Berlín un colega me habló entusiasmado de la "Ficción especulativa". El término no me resultaba ajeno, toda vez que mi último doctorando lo había utilizado en su tesis sobre Isaac Asimov. Según me ilustró, la ficción especulativa supera los límites de la ciencia ficción, pues interesa la certidumbre potencial de la fantasía en su sentido más general, desde el inocente cuento para niños hasta el escabroso relato gótico. Se trataría en definitiva de recrear una suerte de realidad paralela o virtual urdida por propia imaginación pero que puede ser susceptible de acontecer realmente. El autor referencial que mencionó fue, precisamente, Neil Gaiman (Portchester, Inglaterra, 1960), cuyo volumen de relatos Material sensible se acaba de traducir al español.El libro lo compone una recopilación ciertamente heterogénea de títulos anteriormente publicados. La mayoría corresponden a cuentos, pero también encontramos algunos poemas, alguna pieza de difícil catalogación, e incluso una novella, "Black Dog", la única original en el volumen y la que más me ha interesado. Todo ello va precedido por una extensa e ilustrativa "Introducción" donde Gaiman desvela sus principios narrativos: "Construimos las historias en nuestra mente. Seleccionamos palabras, les otorgamos poder y miramos a través de otros ojos, y de este modo vemos y experimentamos lo que ven otras personas. Y yo me pregunto: ¿son los relatos de ficción lugares seguros? Y entonces dudo: ¿deberían serlo?" (p. 13) Es justamente en ese espacio ambiguo, indefinido, entre la seguridad y la duda donde se desarrollan las historias de Material sensible. El infantil cuento de hadas o la extravagante historia de fantasmas se recrean no desde la fantasía o la alucinación sino desde una novedosa óptica de tinte veraz en la que el lector se llega a plantear un inquietante "por qué no". En definitiva, lo que se cuestiona es la realidad mediante una singular propuesta alternativa a los modelos literarios realistas.
"La joven durmiente y el uso" evoca el cuento de Blancanieves; es una historia donde encontramos enanos y leñadores, reinas casaderas y hadas, caballeros y castillos, ponzoñas y hechizos… pero ahora incluso los pájaros parecen estar dormidos y el despertar tiene más que ver con la conciencia que con el cuerpo. La protagonista participa del mismo principio que el narrador de "El caso de la muerte y la miel", que no es otro sino el propio Sherlock Holmes, quien afirma "Yo solo estoy vivo cuando percibo un desafío" (p. 174) y también con la premisa de "Las nada en punto": "Los Señores del Tiempo construyeron una cárcel… y se encontraba fuera de la fase temporal del resto del universo" (p. 243). "Naranja", la pieza de difícil catalogación a la que me he referido, es otro buen ejemplo de lo expuesto.
El texto se conforma con las setenta respuestas de Jemima Glorfindel Petula Ramsey a un imaginado cuestionario. Lo que lee el lector son eso, las respuestas; las preguntas tiene que adivinarlas. Le sigue "Un calendario de cuentos"; aquí cada mes del año se corresponde con un microrelato - "derivado de la respuesta a un tuit del autor sobre los meses del año" (p. 24)- aparentemente intrascendente, evocaciones de recuerdos vividos por el propio narrador sin aparentes pretensiones. El correspondiente a agosto recrea un incendio forestal y "Oí el canto del fénix y comprendí que nada dura para siempre" (p. 160). También encontramos poemas como "Mi última casera" (que el autor denomina "cuento" en la Introducción) donde lo cotidiano, esos mismos recuerdos mencionados, alcanzan una singular dimensión épica.El infantil cuento de hadas o la extravagante historia de fantasmas se recrean aquí desde una novedosa óptica de tinte veraz
Más allá del intrínseco valor que todo intento de novedosa experimentación narrativa tiene, el mérito artístico de la nouvelle "Black Dog" es muy superior al resto. Sombra es un americano que deambula por Inglaterra tras la muerte de su esposa. Entra a lo que supuestamente es un pub de una pequeña localidad y toma una cerveza amarga y oscura, "Black Dog", así llamada "por la sensación que se tiene después de haber tomado demasiadas" (p. 347); allí conoce a sus propietarios, Moira y Oliver, que le introducirán en una nuevo mundo, en una nueva realidad. Un cuento que bien hubiera podido firmar Washington Irving e incluso el mismo Edgar Allan Poe, al que indudablemente evoca.