Francis Scott Fitzgerald en los años 20, antes del Crack-up

Visor. Edición bilingüe. Traducción de Jesús Isaías Gómez. Barcelona, 2016. 180 páginas, 12€

El lugar en la literatura universal del escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 1896-Hollywood, California, 1940) es el de un narrador, el de autor de El gran Gatsby (1925), "una popular obra maestra", como la ha calificado Harold Bloom, una doble condición, valor literario y popularidad, que no es precisamente muy habitual.



El novelista de Minnesota conoció un notable éxito con su primera novela, A este lado del paraíso, en 1920. Un éxito que le vino de una historia en buena parte autobiográfica en la que el personaje de Amory Blaine es una especie de encarnación del propio novelista. Y es pertinente recordar esto porque Blaine es retratado, entre otras cosas, como poeta, y se recogen sus filias y fobias literarias y también algunos de sus poemas. Sin embargo, Blaine-Fitzgerald no está particularmente satisfecho de sus versos, tanto es así que en cierto momento dice el personaje: "Nunca llegaré a ser un poeta […] Podré llegar a ser un intelectual pero nunca escribiré más que poesía mediocre".



Efectivamente, Scott Fitzgerald no ha pasado a la historia literaria como poeta, pero a cambio dejó varias novelas excelentes y numerosos relatos que, en conjunto, completan uno de los grandes retratos de los años veinte en Estados Unidos, lo que en el título de uno de sus libros de cuentos denominó la era del jazz, un tiempo al que en un artículo se refirió como "la mayor y más brillante borrachera de la historia".



Como poeta, Fitzgerald no está a la altura de T. S. Eliot o Ezra Pound, pero sus poemas no carecen de interés

Otro de sus textos, El crack-up, el derrumbamiento, justamente célebre, unas páginas una vez más autobiográficas, da cuenta, a la altura de 1936, de lo que ha sido su vida, una confesión de sus aspiraciones y fracasos. La era del jazz, un tiempo en que se reconoce el derecho al sufragio a la mujer, un tiempo para la euforia por el final de la Gran Guerra, el tiempo de la Ley Seca y de los gánsteres -Gatsby se ha enriquecido con el contrabando de alcohol; Fitzgerald, es bien conocido, fue alcohólico desde su juventud-, un tiempo en el que la moral victoriana recibe una fuerte acometida, es, entre otras cosas, el tiempo de Fitzgerald, del que sus narraciones son un testimonio principal. El crack en 1929 vendría a fulminar toda aquella juerga general y sus excesos.



Y está el Fitzgerald poeta. Coetáneo de E. E. Cummings y de Hart Crane, algo más joven que Ezra Pound y T. S. Eliot, su poesía no está a la altura de ninguno de ellos -claro que de cuántos más no habrá de decirse eso mismo-. Su aspiración de juventud, ser poeta, no se cumplió, no llegó a publicar un libro de poesía -sus poemas no se recogieron en un volumen hasta 1981-, pero a lo largo de su vida fue escribiendo poemas, más abundantes en los primeros años, de los que algunos se publicaron en revistas y otros no.



Si sus novelas vienen editándose una y otra vez en España, es ésta la primera ocasión en que la poesía de Fitzgerald se presenta en versión española, lo cual no puede sino celebrarse. Se reúnen aquí cincuenta y un poemas precedidos de un prólogo que deja al lector en un buen lugar para acceder a esta faceta de Fitzgerald. No obstante, no habría estado de más indicar las fechas de redacción o publicación de los textos para situarlos en la carrera literaria del autor.



En unos años en que el verso libre estaba ya generalizado, Fitzgerald opta por seguir las formas tradicionales de la versificación de la lengua inglesa: versos acentuales con rima. Todo ello aumenta las dificultades para el traductor, que aquí respeta de un modo general la unidad del verso y aprovecha las ocasiones que el cambio de lengua le permite para reproducir la rima. Fitzgerald no escribe sus poemas sobre cuestiones particularmente transcendentes, sino que los asuntos y el tono general que emplea es el de una mirada burlona, crítica, hacia el mundo que le rodea.



Sirva, por ejemplo, "La gran cena de la Academia", en el que el mundo de Hollywood, donde el escritor vivió algún tiempo, es ridiculizado y sus estrellas no salen precisamente bien paradas: "Garbo la gran barbera/ Cooper el alto despellejador de mulas". Junto a ellos, "también el proxeneta y el bandido", todo lo cual, en fin, le hace decir: "podrán las úlceras perforar mis tuberías/ internas si voy otra vez/ a la Cena de la Gran Academia".



También los políticos reciben lo suyo en "Viendo a los candidatos en los noticiarios": "Pensad en el tal Robert Taft, con su porra balanceando,/ fuera de la pantalla, chicos […] El viejo y pobre Frank Gannet de vida sosa y color de rosa […] Los espectadores le silbaron como a Bella Lugosi". Versos como éstos muestran bien el tono satírico y, en consecuencia, moralizante de no pocos de los poemas. Ese mismo tono desenfadado impregna los versos incluso cuando la Muerte le habla a un tal Carter, al que le sigue, pero, dado que conduce "tan bien", le recuerda que podría encontrarse a otro "que conduzca muy rápido y más loco que una cabra". No sucede lo mismo, sin embargo, en el poema dedicado a su despedida de la Universidad, donde el poeta en ciernes se pone serio ante el mundo real que le espera, e incluso adopta un tono épico en "Fútbol", en el que habla de otra de sus frustraciones de los años universitarios. "Nunca llegaré a ser un poeta", le hace decir Francis Scott Fitzgerald a su personaje Amory Blaine, pero los poemas que aquí se presentan no carecen en absoluto de interés y vienen a completar la imagen como escritor de quien, fuera de toda duda, nos dejó algunas grandes novelas del pasado siglo.

CANCIÓN DE PRIMAVERA

Lo que la arranca, si al poeta le da por delirar

cuando las campanas en las arandelas se empiezan a retorcer

y las banderas en las grandes losas empiezan a ondear

cuando a las siete y cuarenta y cinco esta noche es Primavera



los petardos en las cajas de petardos vuelan en pedazos

mis propios zapatos me empiezan a apretar

vale, esta modesta y humilde pequeña oda

va dando bandazos por el papel mientras escribo



Iré a hacer un striptease en el parque

pero, recuerde señora, este importante dato,

pues aunque sea multado por Misseldine por estar en pelotas

con todo, a las siete cuarenta y cinco esta noche es Primavera.



EL ÚLTIMO DÍA EN PRINCETON

Languidece la última luz a la deriva por el campo,

la baja y larga tierra, la soleada tierra de agujas.

Los fantasmas de la noche templan sus liras

y vagan cantando, en una melancólica banda

bajando por los largos pasillos de árboles. Pálidos fuegos

reverberan por la noche de torre en torre.

¡Oh!, siesta que sueña y sueño que nunca se agota,

exprime de los pétalos del loto

algo de esto que guardar,¡la esencia de una hora!



Ya no hay que esperar la penumbra de la luna

en este aislado valle de estrella y chapitel:

Para mí, la eterna mañana del deseo

entra en el tiempo y en la terrenal tarde.

Aquí, Heráclito, donde tú construiste de fuego

y cosas mudables tu profecía despeñada muy lejos

por los años muertos; esta medianoche aspiro

a ver, reflejados en las brasas, ensortijados

en la llama, el esplendor y la tristeza del mundo.