"Retrato de la señora Victoria Ocampo" (1922), de Anselmo Miguel Nieto

Selección y prólogo de Carlos Pardo. Fundación Banco Santander. Madrid, 2016. 576 páginas. 20 €

Dice el poeta y novelista Carlos Pardo que ha afrontado la elaboración de este fenomenal Darse con la voluntad de reivindicar la faceta de escritora de Victoria Ocampo (Buenos Aires, 1890-1979), generalmente eclipsada por su condición de mecenas cultural, fundadora de la revista Sur, amiga y amante de muchos hombres relevantes, cabría decir también que musa de alguno de ellos siempre que pongamos la palabreja en minúsculas y le demos la importancia debida: no mucha.



Porque Ocampo, este libro lo demuestra, tuvo ocupaciones más estimulantes que la de musa, incluso en el ámbito de lo sentimental: cuando escribe que "el hombre fue mi patria", la autora se declara activa, ocupadora y no receptáculo. Como sea, estábamos con Pardo y su espléndida tarea editora, dándole forma a un volumen autobiográfico y memorialístico armónico y bien estructurado que ha implicado bucear en la remota bibliografía de la Ocampo, a lo que hay que añadir un prólogo impecable, entregado a la causa, coherente con las propias preocupaciones de Pardo como narrador. El asunto es que uno sospecha que, entre los lectores españoles cultos de la generación de Pardo o la mía, incluso el mito civil de la protagonista empezaba a languidecer. Por eso, además porque no hay semana que no nos preguntemos por las diferentes formas de la literatura del yo, y porque a los libros magistrales hay que atenderlos, Darse llega tocado por el don de la oportunidad y reclamando entusiasmos.



Literatura autobiográfica, decíamos, muy humilde en sus planteamientos formales y en la inflexión de su voz, como los comentaristas andamos repitiendo allá donde nos dejan reivindicar Darse. Y lo decimos porque es cierto, pero cuidado: esa humildad es compatible con una conciencia plena de género literario, de estar contribuyendo a la forja de un molde, de una forma de escritura que aspira a ser transitable. La prosa de Ocampo se piensa a sí misma, se detiene a reflexionar sobre el fenómeno de la confesión o la verdad, y arranca imponiéndose un desafío: "Deseo que este documento se acerque a la buena literatura, porque así comunicará su verdad. Si se aproxima a la mala, quedará incomunicado". Esa comunicación llega en forma fragmentaria y sin obsesión por la cronología, que cede el protagonismo vertebral del volumen a la pericia psicológica y la comprensión precisa de los ritmos de las relaciones que la autora establece con un mundo que adopta las formas de la familia, el país, los amantes, los libros. Por cierto, es muy sintomática la preeminencia de mujeres de cierta gran burguesía internacional en la constitución del discurso autobiográfico en lengua española, y obsérvese que en Darse se cita a la autora de un diario importante de la literatura hispanoamericana, Delfina Bunge.



Ocampo estuvo generalmente eclipsada por su condición de mecenas cultural

Las hermanas Ocampo nacieron en ese espacio social de villas rutilantes, viajes y cosmopolitismo, clases de canto. La niña Victoria es algo reconcentrada, una inteligencia de primer orden que se empeña en elaborar estrategias indirectas para hacer del entorno algo más estimulante. Pronto, esa niña descubrirá que la belleza física la turba profundamente y que el deseo existe, revelación no más decisiva que su temprana convicción de que "escribir era un alivio" y de que la literatura constituye siempre "un tema personal", lo mismo cuando se lee a Dante que a Proust, de quien llegará a decir que "sus análisis me desollaban".



Algo parecido le ha ocurrido a este crítico leyendo Darse, sobre todo cuando Ocampo se adentra en el territorio del amor, ramificado en diversas formulaciones (el amor pasión, desgranado en páginas que no tienen nada que envidiar a Rougemont; el amor que deriva en complicidad fraternal; el amor adúltero; el amor rechazado; etc.) y se incardina con temas como el cuerpo o la intimidad.



La autora establece relaciones con un mundo que adopta las formas de la familia, el país, los amantes, los libros
Es difícil una lectura desapegada o quirúrgica de unas páginas que bucean con tanta lucidez desacomplejada, elegante siempre, en las dinámicas del encuentro entre individuos bajo las más variadas circunstancias, y a menudo se impone la tentación de la identificación o la apelación directa a la propia biografía. Es un triunfo de Ocampo que se ejecuta en pasajes a veces dolorosos y hasta terroríficos, como al enfocar los celos o las miserias de una relación secreta; otras veces tiernos o literalmente sublimes: "Entre el amor pasión y el amor hay un puente que atravesar y un peaje que pagar: no existe otra moneda fuera del dolor. Y no solo el dolor, sino también la necesidad de un cambio de actitud frente al amor. Una manera de sublimarlo". Su acercamiento al cuerpo, a la vivencia del cuerpo propio o ajeno, deja algunas de las páginas más memorables del libro, incluyendo intuiciones poéticas poderosas como la de la sangre menstrual hermanada con la idea de parto; y por cierto, la aproximación a la cuestión de la maternidad, nada condescendiente con las ideas más restrictivas al respecto, es de una modernidad definitiva y sin estridencias.



Frente a la intensidad de estas páginas, el name dropping resulta casi irrelevante, algo que viene a confirmar la estatura absolutamente autónoma de Ocampo frente a sus colegas masculinos. Sin embargo, recapitulemos: Tagore, Ortega o un muy malparado Keyserling experimentan diferentes formas de fascinación frente a Victoria Ocampo; Drieu de la Rochelle merece un apabullante capítulo completado con correspondencia mutua. A estos nombres capitales en su vida se añaden, formando un escenario de fondo, otros como Stravinski, lady Astor, el príncipe de Gales, Chanel, Le Corbusier, Sergei Eisentein... Sur, el gran proyecto cultural de su vida, nació en 1931 y "a partir de ese momento mi historia personal se confunde con la historia de la revista".



Esa niña descubrirá su temprana convicción de que "escribir era un alivio" y de que la literatura constituye siempre "un tema personal"

El último cuarto de Darse lo forma la sección ‘Testimonios', donde la intimidad sigue asomando a ratos pero cede el protagonismo a la observación muchas veces periodística de la sociedad, la política, la cultura: no son los pasajes que más me interesan, pero admitamos que es un comentario irrelevante porque siguen siendo muy notables. Destacan sus notas sobre los juicios de Nuremberg, el suicidio de Virginia Woolf, la obra de Borges o su hermana Silvina. El primero de esos testimonios, dedicado a Jacques Rivière, incluye unas líneas reveladoras: "No me he propuesto hablar de mí, aunque el ‘yo' no me parezca aborrecible. Pues ni tengo la pretensión de creer que se pueda realmente hablar de otra cosa ni la hipocresía de aparentar tontamente creerlo para bienséance".



Y bien, ¿qué es el ‘yo' en Darse? Un cuerpo del que hacerse cargo, una voluntad de amar, la construcción de un proyecto cultural de primer orden, muchas lecturas, una ambición que llegaba "no antes del amor, sino después, enseguida. Inmediatamente, es decir, demasiado tarde". Una literatura. Una literatura que toma cuerpo, acaso, en una obra maestra.

El fascista de la Rochelle

"Mi primer movimiento de simpatía [por Drieu] fue hacia la camisa limpia, azul como el cielo, el pantalón planchado (...). La bohemia no me ha atraído jamás y prefiero mil veces el espectáculo de un mecánico en overall manchado de aceite, por su trabajo, que el de un poeta desaliñado y legañoso (...). En cuanto a sus ideas, por monstruosas o irracionales que me parecieran, sonaban a mis oídos menos falsas que las de Keyserling. Y por una buena razón: Drieu vivía de acuerdo (o más o menos de acuerdo) con ellas (...). Yo sentía que las ideas de Drieu habían partido de él tendidas en línea recta, y que poco a poco él las había curvado para que se adaptasen a su visión de las cosas, una visión que sufría de un fenómeno de refracción. Esta fractura, que provenía de no sé qué trauma, se solidificaba en desviación. Pero él valía más que sus ideas. Él estaba en un lugar al que yo podía, por momentos, alcanzarlo".