Álvaro Pérez de Miranda
Al académico Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953) le gusta pasear por la lengua y detenerse allí donde encuentra un estímulo para la reflexión. "Exploro diversos rincones de ella, de manera tal que, una vez elegido uno, me detengo en él lo suficiente como para proyectar sobre su ámbito la máxima luz", escribe en las páginas preliminares de su último libro: Más que palabras (Galaxia Gutenberg). En él ha recogido el lexicógrafo 45 ensayos cortos que en algunos casos tratan sobre curiosidades en torno al origen y la evolución de ciertos vocablos, como café, antofagasta, modisto o ultraísmo. No obstante, como indica el título del volumen, este no se limita a cuestiones de etimología y lexicografía histórica (la diferencia entre ambas disciplinas, explica el autor, estriba en que la primera estudia el origen de las palabras y sus cambios morfológicos y la segunda, la evolución de su significado).Muchos de los artículos reunidos en este libro, en su mayoría publicados originalmente en la revista electrónica Rinconete del Centro Virtual Cervantes, trascienden lo anecdótico para "elevarse hasta la categoría". Así, encontramos en las páginas de Más que palabras reflexiones sobre la onomaturgia, la capacidad de individuos concretos para crear nuevos términos o inventarles nuevos significados, y pone como ejemplo destacado a Ortega y Gasset y el término vivencia; comentarios sobre los últimos cambios ortográficos aprobados por la RAE, mostrando en cada caso su adhesión o desacuerdo; artículos sobre etimología fraseológica, es decir, sobre el origen de dichos y frases hechas (no confundir con la paremiología, el estudio de los refranes); sobre el purismo en la lengua, sobre el debate en torno al masculino genérico, sobre el presunto empobrecimiento del léxico, entre otros variados asuntos lingüísticos.
Álvarez de Miranda tuvo como maestro a Manuel Seco (Madrid, 1928), académico y autor del Diccionario de dudas y del Diccionario del Español Actual. El célebre lexicógrafo recuerda en el prólogo de Más que palabras la trayectoria de su discípulo y compañero: entre 1982 y 1996, Álvarez de Miranda participó, "desde el aprendizaje hasta la dirección", dentro del Seminario de Lexicografía de la Academia, en la "magna empresa" del Diccionario histórico de la lengua española, fundado por Julio Casares y dirigido principalmente por Rafael Lapesa. "Allí -labor apasionante para sus obreros- se reconstruía, desde su primera aparición hasta la última, la biografía entera de cada palabra de una lengua inmensa en el tiempo y en el espacio. Por desgracia, como es sabido, el Seminario de Lexicografía y el Diccionario histórico, las más esperanzadoras aventuras académicas posteriores al Diccionario de autoridades [el primer diccionario elaborado por la RAE, entre 1726 y 1739], fueron eliminados por un insensato plumazo en 1996", lamenta Seco.
Aquel Diccionario histórico se fue elaborando muy lentamente entre los años 60 y 90, recuerda Álvarez de Miranda. Se le recriminaba su lentitud y se interrumpió cuando tuvo lugar "la irrupción aparatosa de la informática". Hasta ese momento se habían publicado 23 fascículos, el equivalente a unos dos tomos y medio, cuando se estimaba que la obra completa llegaría a la treintena de volúmenes. Es una tarea que el español tiene pendiente y que Francia y Reino Unido cumplieron en el siglo XX.
Años después, la Academia reanudó este titánico proyecto "partiendo de cero". Mientras esperamos la culminación de la obra, que se publicará solo en formato digital, estudiosos y aficionados pueden consultar en línea los materiales con los que se está confeccionando: el corpus elaborado ex profeso para el Nuevo diccionario histórico, formado por 52 millones de registros extraídos de 800 textos de autores españoles de todas las épocas; y el Fichero general de la RAE, compuesto por diez millones de papeletas, que se fueron guardando en gavetas por los académicos durante tres siglos.
Errores convertidos en norma
En uno de los artículos de Más que palabras, Álvarez de Miranda relata el caso de una errata que llevó a equívoco al eminente historiador y filólogo Ramón Menéndez Pidal. Este atribuyó la creación de la expresión tener buen gusto a la reina Isabel la Católica tras leerla, probablemente, en la Floresta española de Melchor de Santa Cruz: "Dezía la Reyna que el que tenía buen gusto lleuaba carta de recomendación". Pero se trataba de una errata repetida en muchas ediciones del libro, ya que en su edición prínceps, de 1574, se lee "buen gesto" (con significado de "buen semblante, rostro agraciado") y no "buen gusto".También recoge el académico varios casos en los que el error ha acabado configurando la forma canónica de algunas palabras. "Produce un cierto regocijo que las mismas personas que descargan toda su santa ira contra cocreta estén siendo 'víctimas' inconscientes de una idéntica confusión cuando utilizan la palabra cocodrilo. Pues cocodrilo, en efecto, era en latín crocodilus, y esa -r- sigue en su sitio tanto en francés (crocodile) como en inglés (crocodile)".
Para el autor, casos como este (o como el de murciégalo > murciélago que recogió Juan Gil en 300 historias de palabras) demuestran que "la lengua evoluciona a golpe de error" y que "iluminar los problemas desde la historia de la lengua debería llevar a la convicción de que no merece la pena rasgarse las vestiduras por casi nada". Él aplica esta máxima a otros muchos casos en los que no comulga con las decisiones que adopta la RAE. Sobre todo, en lo que a cambios ortográficos se refiere, como la supresión obligatoria en 1999 de la tilde en formas verbales agudas a las que se añade un pronombre enclítico (llevóse > llevose; déme > deme). Como la ortografía es un conjunto de normas convencionales y oponerse a los cambios "podría abrir un peligroso portillo a lo jamás deseable, el cisma", Álvarez de Miranda los acata todos, pero algunos de ellos rechistando, como reza el título de uno de los artículos.
@FDQuijano