Hacia Arizona
Yo también quería ser escritor, desde crío, pero no sabía muy bien cómo empezar, había leído algunos libros, y el Quijote, claro, y uno de Henry Miller en el que estaban todo el rato dándole, o hablando de darle al tema, y jugaba al futbol, pero me faltaba fuelle y a poco que corría me cansaba y me tenía que poner a reposar hasta la jugada siguiente y en los corners me cubría yo sólo porque me daba miedo saltar de cabeza, bueno, saltar no, me daba miedo el balonazo en la cabeza, porque la pelota era de cuero de las viejas y se empapaba cuando llovía y pesaba un chingo, y cuando no llovía también era dura y quemaba, así que leía libros cuando me cansaba de jugar al futbol, o cuando me cansaba de ir con los amigos, o de estar solo andando por el barrio, y leía los libros del colegio y luego otros y cuando se acabó el colegio empecé a pensar en ser escritor, lo que era de locos porque tampoco había leído tanto, así que leí más, unos buenos y otros malos, casi todos buenos porque cuando leía uno que me gustaba me fijaba en qué escritores le gustaban a quien fuera que lo hubiese escrito y así unos iban tirando de los otros, leía rusos y americanos, del norte del centro y del sur, y franceses y japoneses y alemanes e ingleses, y de antes y de ahora, es decir de entonces, y a hombres y mujeres, aunque un año me dio por leer sólo mujeres para ver si se diferenciaban en algo, pero las buenas eran igual de buenas, así que no noté nada raro, y además se me coló Evelyn Waugh, porque el libro venía sin foto y normalmente no miraba la biografía hasta terminar la novela, el caso es que leí primero Los Seres Queridos y me encantó, así que me leí todo lo demás y me gusto muchísimo, y en eso andaba, leyendo en el trabajo y de ida y de vuelta al trabajo, cuando me fui acordando de que desde crío había querido ser escritor aunque sin saber muy bien por qué y, con una de esas caras muy serias que pone uno cuando ya no es un crío pero aún no es un hombre, tomé la absurda determinación de tomar cartas en el asunto y me compré un paquete de doscientos folios y un par de bolígrafos y escribí una novela que debía de ser buenísima pero que nunca pude leer porque tenía una letra muy mala y no se entendía nada, lo cual no impidió que le fuese contando a todo el mundo que estaba escribiendo una novela y que de hecho la llevase siempre encima, es decir, bajo el brazo, por si alguien se atrevía a dudarlo, aunque en realidad exagero, no conocía a casi nadie en aquella época fuera del trabajo, y a los del trabajo no podía importarles menos si escribía o hacía piragüismo, para el caso, así que nadie me preguntó nunca nada y los folios se fueron arrugando hasta que un buen día los tiré y después de ahorrar un poco me compre una Olivetti portátil y un paquete de quinientos folios, para poder descartar unos trescientos, y me dispuse, esta vez de manera falsamente profesional, a escribir una novela de verdad, y me di cuenta enseguida de que no tenía ni la más remota idea de cómo empezar y en eso me compré el nuevo libro de Camilo José Cela, del que ya había leído La Colmena y La Familia de Pascual Duarte, que me habían encantado, y creo recordar que también Mrs Caldwell Habla con su Hijo y Oficio de Tinieblas 5 y hasta San Camilo 36, si no me confundo de época, el caso es que en 1988 compré Cristo Versus Arizona y me gustó tanto que me la leí dos o tres veces y después sin tener que mirarla siquiera me puse a escribir encima mi propio libro, y cuando digo encima no me refiero a que copiase nada concreto, ni a que pasase en Tombstone, ni a que tuviese nada que ver, sino a que me quedé con el sonido en la cabeza y empecé a contar mis propias cosas, y creo que es por eso por lo que siempre que pienso en Cela sonrío para adentro la mar de agradecido, porque sin él no hubiese tenido carrera, ni vida, ni nada, y es por eso también, y precisamente, por lo que este texto de tardío pero sincero homenaje sólo tiene un punto, al final.