-¿Te acostaste con la dama? Eso fue lo primero con lo que me sorprende mi compañero de piso al verme entrar en la cocina. Él se halla sentado en la mesa liquidando el desayuno. La cafetera humea pero el café es tan malo y el nuestro tan barato que su aroma es el del agua sucia hervida y quizá especiada. A mí no me importa tanto. A él sí. Al parecer sigue nevando. Nueva York puede ser así en un mes de marzo. -¿Hay leche? -Miguel asiente con la cabeza. Sé que no dirá nada más hasta que conteste a su pregunta. Nos gusta la misma mujer pero él se ha quedado atrás, cosa que no he hecho yo-. No, la dejé marchar. No sé si lo hice por ella o por mí. Realmente no lo sé. Quería volver a verla. -La protegiste sin que ella te lo pidiera o lo necesitara. Estás anticuado, amigo. ¿Te habló de mí? -De pasada -miento. -¿Está casada? -Se dio por hecho. Me dijo que preguntara lo que quisiera pero ya sabes que en el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber. Así que me ajusté a mi papel de ilustre ignorante. -Hablas ya de amor. -Por llamarlo de alguna manera -no quiero seguir con esta conversación. Tenemos trabajo. Los ordenadores ronronean en la otra habitación como gatos persas. Necesito escribir. Estamos ambos, cada uno en lo suyo, en fecha de entrega. -Amor y deseo son dos cosas diferentes. No todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. -Pero todo lo que no se consigue y se desea, acaba amándose. -Te emborrachas con las palabras. Siempre acabas borracho y dando vueltas sin sentido a las palabras. -Todo está en todo. Estiras el hilo de un extremo del telar y aparece el mundo entero en su esplendor, Polonio. -¿Polonio? Si ensartas una cortina no me encontrarás a mí, idiota. -¿Cómo tienes el brazo? -Hoy de madera. El cambio de temperatura me sienta fatal. -¿Vamos al lío? Miguel coloca su taza en la pica. Abre el grifo y la rellena de agua caliente. Coloca la mano izquierda hasta el dolor como si quisiera comprobar que aún está hecho de nervios y sangre. Me acerco con mi taza y él me susurra en un acto tan teatral que me sorprende. Estamos solos en el apartamento. No es necesaria esta intimidad ni que baje la voz, este aparte. -Cuando te la tires no quiero saberlo. Aunque te pregunte, no contestes. -Entonces tú creerás lo que no es cuando es y también en su contrario. -Yo sé que ayer te acostaste con ella y me mientes y tú ni ya ni sabes qué paso. Quiero olvidarla. Ayúdame. Ya sabes que las tristezas me convierten en una bestia, hacen de mi vida algo enfermo, indigno de vivirse. -No creo que volvamos a vernos. Su marido me amenazó y le dije que no era yo a quien buscaba sino al español. -Cabrón. Miguel ríe. Al menos le he sacado una sonrisa de la tristeza. Pasa primero él y luego yo. Un largo pasillo con calefactores rugiendo al unísono que el resto del edificio, un apartamento que elegimos excéntrico y anticuado muy cerca del cementerio de Woodland, donde yace uno de nuestros mejores amigos, también escritor. Fue la primera vez que conseguimos acabar un libro juntos Miguel y yo. Ahab era una síntesis perfecta de Lear y Quijote. El resto fue cosa de Herman, no le quitemos mérito. Aunque si hubiera olvidado un poco sus conocimientos sobre ballenas yo lo hubiera agradecido. A Miguel, por supuesto, le pareció genial. Solo falta que a la ballena blanca la hubieran llamado Galatea. -¿Cómo lo llevas? Me lo pregunta, sentado y trajinando el teclado de su Apple. Nos solemos poner auriculares porque a cada uno le gusta música radicalmente distinta. A él, Dylan y a mí, Zappa. En cuanto a bellezas a él le gusta Julianne Moore y a mí, Beyoncé y David Beckham aunque sea inglés como yo. -Lo llevo bien. Tengo más encargos de los que puedo aceptar. He de entregar dos pilotos y creo que llego. Nuestra buena racha dio comienzo cuando harto de escribir guiones para cine que no iban a ningún lado, me propusieron escribir para una cadena nueva, la HBO con un tal David Chase. Después de la familia mafiosa, fue un no parar. Y aquí sigo. Tengo más dinero del que necesito. El único punto negativo es el aburrimiento, el que siempre quieren más de lo mismo cuando siempre me motiva inventar aquello de humano que aún no lo es. A Miguel lo rescaté del Off Broadway. En HBO no funcionó pero ahora acaba de besar a la Fortuna con True Detective. Se empeña en no volver a repetir la fórmula en la segunda temporada. Le digo que se equivoca pero es tan testarudo. -Yo también creo que llego. -¿Qué harás con la segunda parte? -Creo que cambiaré. Otra vez Quijote y Sancho no funcionarían. -Por experiencia sé que hay que coger del cuello la Fortuna cuando se presenta. Es muy susceptible. Si se te va, no suele retornar fácilmente. -My friend, ésta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza y sobre todo, ciega, así que no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba. -Eres terco. En fin, luego no te quejes con las cartas que te reparte el destino porque eres tú quien las juega. Empiezo a contestar correos. Miguel deja de escribir. Duda. Quiere preguntarme algo. Con su mano de madera sobre el ratón busca ahora un paquete de cigarrillos para empezar ya a fumar y preguntarme lo que le está comiendo el corazón como si en el pecho anduviera por ahí un dragón. -En serio, ¿te habló de mí? -No, me habló de Lope. Por poco me acierta con el mechero. Suena el móvil. No lo pienso coger: es hora de escribir.
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