Juan Marsé. Foto: Jordi Soteras
Recuerdo que, al estudiar Últimas tardes con Teresa en la Universidad, un compañero encontró una fórmula para desacreditarla: "esto es un guión de cine". Su error era doble, en primer lugar porque o Juan Marsé es un novelista o no lo es nadie; en segundo lugar, porque la parte de verdad que contenía esa gracia, es decir, que hay algo cinematográfico en la escritura de Marsé, no tiene nada de inconfeso o negativo. Una de las raíces de la narrativa de Marsé es el cine americano, rasgo definitorio de la relación sentimental que varias generaciones de la posguerra han mantenido con la cultura y la memoria. Ahora, este octogenario publica novela nueva de título poco prometedor pero que enseguida se revela equívoco, Esa puta tan distinguida, y su relación con ese otro arte, como espectador pero también como colaborador, le sirve para regresar a su propio mundo sin caer en la mera reiteración. El libro, de una agilidad feliz, se pregunta por "la desmemoria, la falsedad, la suplantación de la personalidad, la culpa no asumida, el fingimiento", y su incapacidad de dar respuesta a esas preguntas lo convierte, dice el narrador, en "una derrota". Una derrota frente a la que Marsé podría haberse blindado a base de oficio y un poco de falsedad. Sólo que entonces, el libro no sería ni la mitad de bueno.La "derrota" de Esa puta tan distinguida (una forma de referirse a la memoria) es la siguiente: en 1982, el escritor Juan Marsé acepta el encargo de escribir el tratamiento previo del guión de una película que recreará un asesinato cometido en Barcelona en 1949. Un proyeccionista de cine mató en su cabina a una prostituta alcohólica, y frente al juez confesó el crimen pero dijo no recordar por qué lo cometió. Marsé, que quiere la pasta pero se toma bastante a risa al productor y al director que lo han contratado, investiga el caso y se entrevista con Fermín Ricart, el asesino, hoy un anciano desastrado y mentalmente caótico (Marsé sólo necesita una pitillera para caracterizarlo a la perfección). Al final, ni el guión va a ningún lado ni el narrador es capaz de hallar algún sentido a esa historia, que nos llega a través de una novela que casi ni es novela, algo que el autor consigue sin el más mínimo ademán pretencioso, con una mezcla de ironía tardía y lucidez admirables.
Esta prosa directa y en primera persona introduce cinefilia clásica, unos diálogos agudísimos, digresiones cómicas a calzón quitado, fragmentos de expedientes o del guión en marcha, dardos maliciosos con los que reírse fuerte... Y varios temas recurrentes. El narrador asegura al principio que "las buenas novelas tienen la misma intencionalidad política que los viejos tebeos de Hipo, Monito y Fifí o que los cuentos de hadas, es decir, ninguna"; pero incluso sin abrir aquí una discusión al respecto, esa falta de intención no implicaría que el género esté al margen de lo político, y es tan evidente como explícito que Esa puta tan distinguida, novela en la que un autor en 2016 se imagina en 1982 investigando un suceso de 1949 (una cronología que es pura política), implica una aproximación a la Transición y la memoria colectiva como máscara y escritura fallida. "Tal vez era verdad que desde la muerte del dictador las palabras decían otra cosa, y yo aún no me había enterado", escribe Marsé. Y ese es el otro gran tema: la escritura propia, el novelista intentando dar sentido a las palabras y la historia, o a la historia mediante las palabras justas. Y fracasando. Y al fracasar, lograr una novela que merece la pena y añade algo a una trayectoria que vale, al menos, lo que un disco de Cole Porter.