Un histriónico personaje de un cuento gótico de Isak Dinesen sostiene que “la verdad es para sastres y zapateros”. Viene la cita que ni pintada para acercarnos a las inesperadas e imaginativas historias de Jeanette Winterson (Manchester, 1959). Como la baronesa Karen Blixen, Winterson escapa del realismo por todas las junturas de sus cuentos. Pero la inverosimilitud, la predisposición a desconcertarnos, de estos diecisiete relatos reunidos en El mundo y sus lugares, no tiene que ver con el género fantástico o con el realismo mágico, si acaso con “lo real maravilloso”, tal como lo entendía el cubano Alejo Carpentier.
Este es el sello característico de los diseños de Winterson: entre la grisura de lo cotidiano, brotan, como flores raras, elementos secretos y absurdos, que sus personajes aceptan con naturalidad. Por ejemplo, en “Las primeras navidades de O'Brien”, una chica solitaria recibe la visita del hada de la Navidad. Las ofertas del hada son tan corrientes como los deseos de la chica, que entabla conversación con la desconocida como si fuera una vecina. Al final, un detalle intrascendente iluminará la vida de la protagonista. En “La poética del sexo”, una audaz relación erótica entre dos mujeres, las pinceladas surrealistas están en el rico uso del lenguaje: “Cuando se desnuda, se desnuda por completo. Se le desprende la piel junto con la ropa. En días así he podido ver el depósito de sangre de su corazón.”
Alguno de estos relatos han sido publicados en revistas como The New Yorker o Squire, respiran un aire a lo Chéjov y se tiene la sensación de que una risa provocadora queda fuera del texto. La propia Winterson se considera más novelista (Fruta prohibida, La pasión, Escrito en el cuerpo) que cuentista y su llegada a la narrativa inglesa con el Whitbread Award a la mejor primera novela la convirtió en la nueva voz que había que seguir de cerca. Alguien puede encontrar endebles las tramas demasiado abstractas y deshilvanadas de estos cuentos. Algunos remates son ambiguos y los personajes parecen confundidos, a menudo neuróticos. Se enamoran sin esperanza en cruceros por el atlántico o adoptan perros a los que no serán capaces de amar, o sí, los amarán demasiado. Winterson es una esteta y su imaginación se despliega en construcciones literarias cuyos arrebatos líricos ralentizan el texto pero generan ecos profundos. La experiencia humana está siempre ahí, entre metáforas originales y desasida de lo concreto. No se nos escatima la complejidad, pero entre los desechos de la vida, la escritora inglesa atisba súbitamente una pequeña emoción que brilla y con ella redime a sus personajes y nos encandila.