Ricardo Menéndez Salmón
El Sistema, de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), premio Biblioteca Breve 2016, es un libro fuera de lo habitual. Por la ambición que despliega -imaginar, entre otras cosas, un tiempo posthumano, y aquí cita a Houellebecq y a Ballard-, por su densidad de ideas y por las circunstancias en que fue escrito: en 2014 el autor de Medusa obtuvo una beca en Baviera (Villa Concordia) que incluía un año a gastos pagados en un pequeño pueblo de la región alemana. Allí fue, con su mujer y sus hijos y "un embrión de libro, de apenas treinta o cuarenta páginas". "Fue un sueño", recuerda ahora, "algo impensable en España". Menéndez Salmón tenía, dice, la imagen de su protagonista subido a una suerte de plataforma frente al mar: "el mar como promesa, el mar como temor, el mar como ese lugar del que llega siempre algo".Y comenzó, como los poetas, a trabajar y a desarrollar esa imagen. "De pronto me vi inmerso en una dinámica de trabajo extraordinaria", cuenta. "El mundo de fuera me distraía muy poco, casi no hablo alemán, me sentía aislado, y el libro fue imponiéndose con una naturalidad pasmosa. Me ayudó mucho estar en un marco cultural y afectivo ajeno; trabajar en el libro, en mi lengua, se convirtió en una necesidad, en un lugar de refugio".
Dos fuerzas en pugna conviven en el Sistema: los Ajenos y los Propios. En la isla Realidad, que forma parte del archipiélago en el que se ha convertido el mundo, vive el Narrador, a quien el autor se refiere como un "vigía", un "centinela", un "delator". La misión del Narrador, que vive alejado de su familia, es vigilar la aparición de los enemigos del orden. Y al tiempo ejercerá una disidencia privada del Dado (aquí el Poder) en su escritura, en cuadernos, en donde subvierte en la intimidad el discurso oficial de los gobernantes.
Pregunta.- Vuelve a reflexionar sobre el lenguaje y sobre el discurso que emana del poder, ¿son temas a los que se siente incapaz de renunciar?
Respuesta.- Ese es el asunto central, sí. En concreto, el lenguaje como instrumento por antonomasia, y, por extensión, el poder de la literatura como mecanismo de creación de un discurso alternativo y como un lugar de conciencia crítica. Esta es para mí la función principal de la literatura. La literatura ha de ser el lugar donde se ejecuta la conciencia crítica. Por eso los cambios del personaje siempre encuentran un refrendo en la escritura. La escritura es el lugar donde el Narrador encuentra justificación a su tarea, a su vida y a sus cambios.
P.- Y la escritura es temida por el poder, que persigue la disidencia.
R.- Sí, porque es el lugar desde el que negar principios de autoridad, discursos aprendidos o dogmas que no han sido nunca discutidos. En la novela, la escritura es el lugar desde el que el Narrador arroja un discurso paralelo al oficial, al discurso del poder, del Sistema. Por eso los momentos de rebeldía en la novela se ejecutan a través del papel, y no de acciones.
P.- ¿Qué elementos de nuestra realidad actual le interesaba reflejar en la novela?
R.- A mí me fascina el discurso como modelador de la realidad, y ese es un elemento que está muy presente en la novela y que vemos todos los días. Hay temas candentes, como la identidad, cómo nos definimos, cómo definir lo otro o al otro, en qué lado del discurso estamos, y cómo en función de en qué lado caigamos somos víctimas o verdugos. Las islas representan la reclusión, la separación, la identificación, separadas entre sí por una frontera muy dúctil pero al mismo tiempo muy severa, que es el mar. Todo eso sobrevuela nuestra actualidad, creo. Cuando empecé a escribir el libro no existía aún el debate sobre los refugiados. Aunque todos estos temas estaban ya en el ambiente. Creo que el Sistema es una ucronía o una distopía, sí, pero con los pies en la realidad.
P.- Al mismo tiempo parece ser su novela con menos asideros reales… ¿le generó esto algún problema o algún tipo de vértigo?
R.- No, por lo que le digo, porque emana -y es algo que yo tenía presente al escribir- del statu quo actual, del aquí y del ahora. Quizás en la creación de ciertos símbolos sí opero en el vacío, en la idea del Dado, de las Cajas, del juego. Pero todos esos elementos, si invitan a creer que esta es una novela con cierto enigma, más tarde se descubre que el enigma es lo de menos. Pero esa fue una parte muy grata de escribir, me gustó mucho dejar a la imaginación moverse con completa libertad.
P.- ¿Por qué escoge esta manera de reflejar nuestro mundo?
R.- Pues le confieso que, en origen, por placer estético. Y porque quería, quizás, probar si era capaz de crear un mundo dentro de un mundo. Algo que no había hecho en mis otros libros, en los que la historia pesa mucho.Aunque la historia está presente porque no se puede escribir en el vacío.
Dice Menéndez Salmón que, aunque la realidad "alimente el libro", llegó un momento en que vio que "tenía que tomar distancia". La realidad, añade, "es tan veloz, tan urgente, que uno tiene la sensación de que te pisa las ficciones. Están sucediendo muchas cosas. Una de ellas, desde la óptica del mundo industrializado, es el fracaso de los grandes proyectos posteriores a la Guerra Fría. La Europa sin fronteras, la Europa unida para evitar los grandes errores del siglo XX. Creo que estamos viviendo una involución. Estamos descubriendo que no somos capaces de ejercer este optimismo de los valores. Y estamos atemorizados y levantamos fronteras constantemente. Fíjese en el caso de Inglaterra: ante el miedo a que Inglaterra abandone su relación económica con Europa se le conceden una prebendas que violentan muchos de los criterios y valores que nos habían traído hasta aquí".
P.- Ha hablado de involución, y eso está en la novela también, donde las luchas que imagina en un futuro son encarnizadas, de corte casi prehistórico.
R.- Es que es una evidencia, está ahí. Estamos volviendo a ciertos atavismos. Se suponía que estábamos en un progreso constante, tanto en conocimiento como en valores, pero no es así. Es la paradoja del progreso. Y por eso la novela plantea abiertamente que, por primera vez en la historia de la humanidad, el conocimiento se puede convertir en la llave que cancele toda posibilidad de seguir adelante. Es decir, el conocimiento está en disposición de destruirnos.