Peter Handke. Foto: Marcel Wehn
Nada más aparecer literariamente, Peter Handke (Griffen, Austria,1942) llamó poderosamente la atención. En un país golpeado por los traumas de su pasado reciente, su radical cambio de orientación y su airada crítica a la "impotencia descriptiva" de sus colegas le convirtieron en el enfant terrible de la literatura contemporánea alemana.
¿Dónde estamos cuando estamos en silencio? Si algo ha definido la aventura literaria de Handke ha sido la exploración de los enclaves antropológicos de resistencia frente al ruido de la existencia y sus repetitivos hábitos perceptivos. En este breve, pero enjundioso ensayo, el austriaco prosigue con esta interrogación a través de un elogio de los espacios para el aislamiento y la contemplación, también la vergüenza. Este "lugar silencioso" no podía ser sino banal, cercano y despreciado por los regímenes de atención usuales: los cuartos de baño.
En esta aventura, Handke no es ningún pionero. Escritores como A. J. Cronin y Junichiro Tanizaki, en su bellísimo Elogio de la sombra, habían señalado el camino. El retrete como una suerte de templo para la meditación. Sondeando estos lugares, Handke encuentra poesía en esos espacios intermedios donde la identidad imaginaria personal estalla como un caleidoscopio de sensaciones desde ángulos insospechados. Retretes rurales, como el del hogar de su abuelo, una casa de campesinos al sur de la Carintia austriaca; váteres universitarios; váteres de los Balcanes, retretes de las estaciones de trenes, espacios minimalistas donde Handke, protegido del mundanal ruido y su desquiciado frenesí, ralentiza el paso del mundo.
Asombra la capacidad de Handke para protegerse del totalitarismo mediático y sus clichés en moradas minúsculas, escondidas; nos fascina esa escritura autobiográfica escindida, perezosa más que indolente, pero al mismo tiempo extraordinariamente porosa a los matices de la realidad. En la línea de otros "ensayos" suyos anteriores sobre el cansancio o sobre el jukebox, éste tiene la virtud de estirar los límites de nuestra sensibilidad frente a esa amenaza realista del lenguaje "periodístico" que para nuestro escritor solo atonta y entumece. De ahí su atención a los pequeños declinares del mundo, esos encuentros cotidianos con la nada de todas las cosas. Ensayo sobre el lugar silencioso sondea un ambiguo territorio entre la lógica diurna y la del sueño que invita al lector a reparar en sus propios umbrales de aprendizaje. Sostenía René Char que "si el hombre no cerrara de vez en cuando los ojos soberanamente, no habría nada que mereciese contemplarse". Handke cree que es preciso de vez en cuando buscar el lugar silencioso -no solo el baño-, para recuperar el habla. Efectivamente, uno también tiene que apartarse de la sociedad para que vuelva el lenguaje.
Y, por último, que no quede sin destacarse la extraordinaria versión al castellano del fiel traductor de Handke, Eustaquio Barjau.