Javier Yagüe
En 1571 Michel de Montaigne (1533-1592) se retiró a un viejo torreón de su residencia desde donde se entregaría por entero, durante los siguientes veinte años, al estudio y a la redacción de los Ensayos. La obra, como sabemos, levantaría todo un género. De Goethe a Emerson, de Stefan Zweig a Descartes, de Rousseau a Nietzsche, muchos son los que caminan por la senda de Montaigne. Pero en España, aun con Azorín, Unamuno o Pla, la presencia del gran pensador de la Montaña ha sido, por lo general, débil. ¿Por qué? Hasta 1899 no tuvimos la primera traducción completa de los Ensayos. Hubo, después, algunas otras: una en 1947, de Juan G. de Luaces, otra en 1971, de Enrique Azcoaga, y otra más, en los ochenta, de Almudena Montojo."Era necesario renovar la lectura de los Ensayos con una traducción moderna, rigurosa y capaz de suscitar interés literario", dice el filólogo y poeta Javier Yagüe. Yagüe ha estado diez años trabajando en el ambicioso proyecto no solo de traducir, sino de anotar -prolijamente- todos los textos del escritor francés. Aunque la idea se la dio Claudio Guillén, que "pregonaba la necesidad de un nuevo Montaigne en español, ya que las traducciones existentes no eran satisfactorias". Yagüe le convenció de hacer la edición anotada y, tiempo después, Joan Tarrida quiso ir más allá y "montar" la edición bilingüe. El resultado: casi 3.000 páginas en las que cabe todo Montaigne.
-Se habla mucho del escepticismo de Montaigne. Pero, ¿fue la experiencia lo que le convirtió en un escéptico?
-Su escepticismo no es un acto de desilusión, sino de lucidez, en el fondo de valentía: por eso fascinó a Nietzsche. Teniendo la formación propia de un caballero cristiano, espontáneamente se acerca a aquellas zonas de la filosofía en las que se tiende a poner las ideas bajo prismas distintos: todo se puede argumentar en un sentido o en el contrario; no alcanzaremos siquiera la certeza de que no podremos alcanzar la certeza… La experiencia, tanto personal como política, corrobora estos axiomas del pirronismo.
-Montaigne tiende a ilustrar sus reflexiones con hechos ocurridos en la historia. ¿Eso conecta de algún modo con ese conservadurismo que usted llama "pragmático y no militante"? ¿Él es conservador porque la historia le ha enseñado que las grandes revoluciones o cambios políticos llevan irremediablemente al desastre?
-Montaigne parte de la historia leída para iluminar la historia vivida, y en ambas aprende que aniquilar el orden político significa caer en una incertidumbre en la que se pierde la libertad individual, y con ella toda posibilidad de mejora colectiva. Conservador no significa inmovilista: Montaigne escudriña en los clásicos y en sus propias inclinaciones para enfocar novedosamente muchos aspectos de la vida: salud, justicia, educación, cultura... Hoy diríamos que tiene opiniones "alternativas" sobre estas cuestiones.
-¿Se atrevería a encuadrarle en alguna casilla de nuestro actual imaginario ideológico?
-Sería anacrónico llamarle liberal, puesto que el liberalismo es indisociable de la moral burguesa, y Montaigne vive y siente desde dentro del antiguo régimen. Aprecia la tradición, pero no la defiende a ultranza: somete a examen costumbres y convicciones asentadas, incluso de orden político; se atreve a poner en cuestión la escala de valores de la cultura occidental; y, en materia teológica, intenta no meterse en líos, pero al final acaba diciendo cosas poco ortodoxas. En resumen: hoy sería un pensador libre, con la diferencia de que huye de toda extravagancia y no necesita estar constantemente inflando su ego y provocando al vecino.
-¿A qué cree que responde la absoluta vigencia de sus textos? ¿Qué tiene Montaigne que ha seducido a tantas generaciones de lectores y pensadores?
-Creo que su atractivo reside en su actitud: abierta, irreverente, cordial, elástica. Cautiva su forma de pensar en libertad, sin pedantería ni sermón, con una curiosidad que es insaciable pero sabe detenerse ante los misterios de la vida. El lector aprecia su reivindicación del placer, su repliegue en la interioridad, su atención a lo cotidiano, su sentido del humor... Creo que todo eso puede resumirse en la benevolencia: hacia nuestros semejantes, pero sobre todo hacia uno mismo. Con ese sentir se identifica Rousseau. Montaigne seduce a la época moderna porque, aun partiendo de la inanidad del ser humano, aprendida en los libros sapienciales de la Biblia, propone vivir con intensidad y de acuerdo con la naturaleza.
-Ha escrito que la tolerancia es el principal legado de Montaigne.
-Montaigne no fue el único que defendió la tolerancia (sin usar ese término) en una época de feroz radicalismo. Pienso en el humanista Casteillon (citado en los Ensayos), defensor de Servet contra el fanatismo de Calvino, como dramáticamente narró Stefan Zweig. Montaigne habría preferido no tener que decantarse en medio de conflicto tan virulento, pero entendió que era su deber cívico, y medió entre ambos bandos en su condición de legitimista y católico moderado. Pero sobre todo su tolerancia se observa en su relativismo filosófico, que le hace atractivas las ideas de Pirrón, en su capacidad para entender argumentos opuestos. Políticamente esta posición no fue cómoda: en algún lugar dice que es considerado güelfo por los gibelinos y gibelino por los güelfos.
-Me gustaría que me hablara de la influencia de Montaigne en España. La primera traducción completa de los Ensayos llega en 1899, lo que hace pensar en que no ha estado muy presente en nuestra tradición, al menos hasta entonces. Sin embargo, durante el siglo XX -Azorín, Pla- ha sido distinto.
-Después de Quevedo, que admira a Montaigne desde el neosenequismo, los Ensayos casi desaparecen del panorama español, en parte debido a su inclusión en la lista de libros prohibidos. En el XVIII los recupera tímidamente Jovellanos. La publicación de la primera traducción a finales del XIX es un síntoma más del renovado interés que la obra suscita en plena renovación de la estética literaria y del pensamiento en nuestro país. Naturalmente los intelectuales la leen en francés. Es curioso observar que, del XVII al XIX, mientras Francia domina culturalmente, un país tan pendiente de todo lo francés como es España prestara tan poca atención a los grandes hitos anteriores al clasicismo.
-Hace referencia en la introducción a las dificultades que entraña la traducción de Montaigne, entre otras cosas por lo aparatoso y difuso de su sintaxis. ¿Pierde textura su prosa al trasladarlo al español? ¿Con qué dificultades se ha encontrado al abordar su traducción?
-Los Ensayos ofrecen innumerables dificultades al traductor: la lengua antigua y el sentido dudoso de muchos vocablos, giros y estructuras; el hilo entrecortado y sinuoso del pensamiento, abierto en multitud de ramificaciones y excursos; los cambios desconcertantes de ritmo y de tono; el aspecto material del lenguaje... La prosa de Montaigne no tiene la menor voluntad de estilo, pero precisamente por ello constituye todo un estilo en sí misma. He intentado que pierda lo menos posible su contextura, pero sin abdicar en ningún momento de un imperativo de claridad: nunca traducir sin entender, aunque lo que se entiende sea complejo y confuso.