Margarita García Robayo

La escritora colombiana afincada en Buenos Aires presenta Lo que no aprendí (Malpaso), su segunda novela.

Un pasado de abogada y de periodista y varios escarceos con el mundo del relato (Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza, Las personas normales son muy raras y Orquídeas) le sirvieron para dar soltura a la pluma y atreverse a dar ciertos pasos. En Argentina, dónde se trasladó hace diez años, trabajó para Clarín, periódico en el que creó el blog Sudaquia en el que contaba historias de América Latina y que le valió diversos premios y reconocimientos. Radiografiaba con verbo hábil y mucho sentido del humor los distintos estereotipos latinoamericanos, "porque todos tienen su fondo de verdad (afirma). Los colombianos no podemos librarnos de la sombra del narcotráfico, y eso genera una cierta desconfianza a nuestro alrededor, y los argentinos van íntimamente ligados al cliché de ser engreídos y presuntuosos".



Y por fin esta joven colombiana de enormes ojos negros (Cartagena de Indias, 1980) se decidió a escribir novela y ya acaba de publicar la segunda. Lo que no aprendí (Malpaso, 2014) ha sido traducida a varios idiomas y está calando en los países de habla hispana, deslumbrados por la minuciosa prosa de esta joven que escribe premiosa y concienzudamente, con la misma atención con la que se puntea un intrincado extracto bancario. "Aunque hay que decir que el relato en sí mismo es un género, y reviste la misma complejidad que puede entrañar la novela (explica), también es importante destacar que relatos y novelas obedecen a búsquedas distintas. Yo cuando escribo relato hago un esfuerzo más grande en cuanto a estructura y técnica que en lo que se refiere a introspección, y en cambio cuando escribo novela la labor introspectiva que realizo es mayor y de mucha intensidad".



"De niña me interesaba mucho la literatura pero la veía muy lejana a mí (continúa). Mi padre literario, como para muchos colombianos, era García Márquez, pero lo veía cómo alguien inalcanzable. Luego me llegó la gran oportunidad de mi vida, a mis veintipocos años, que fue trabajar en la Fundación García Márquez y ese fue mi acercamiento más real al mundo literario. Allí conocí personalmente a Gabo, el presidente de la fundación, un hombre carismático y con un sentido del humor proverbial. En las reuniones siempre decía frases legendarias, cortas, contundentes y llenas de sabiduría. Grandes conflictos los resolvía con enunciados muy sintéticos. Y fue en esa época de mi vida cuándo me decidí a escribir ficción". Y así fue como esta autora se fraguó en el oficio, hasta ser elegida en 2008 cómo una de las 50 líderes de su país.



Lo que no aprendí es un buceo en el alma y la historia familiar de su autora, que decidió embarcarse en esa novela cuando regresó a Cartagena de Indias al morir su padre y empezó a oír versiones distintas sobre el devenir de sus antepasados. "No concibo la creación literaria alejada de la autobiografía. Para mí es imposible no poner retazos de uno mismo y de su entorno en la ficción, sea en un personaje concreto o diseminado en almas distintas. Definitivamente, uno llega a conocerse mejor cuándo escribe".



La fuerza de los detalles y la precisión de sus descripciones es una constante en sus creaciones, porque "los detalles son el esqueleto de la narración (explica), la sostienen y la convierten en algo creíble. Siempre he sido muy observadora, y me gusta poner la mirada en lo más pequeñito porque eso muy a menudo abarca lo que en realidad se quiere contar". De ahí que una de sus referencias literarias sea la prosa de Dorothy Parker en sus punzantes narraciones cortas, "dónde disecciona y recrea la vida urbana del Manhattan de su época (me cuenta), con un sentido del humor finísimo y unas descripciones meticulosas y muy inteligentes".



Y esa es la estela que quiere seguir con su reciente libro de relatos Cosas peores, con el que ha ganado el Premio de Literatura de Casa de las Américas, y con su próxima novela, que por ahora es sólo un borrador en su mente.