Joan Perucho, regreso al jardín de juegos y nostalgias
Joan Perucho. Foto: Pilar Aymerich
Narrador, articulista y poeta, Joan Perucho supo trascender como pocos las miserias del franquismo para reinventar un mundo imaginario de viajes imposibles, bestiarios, sueños y nostalgias. Un paraíso que ahora reivindica la Fundación Santander con la antología De lo maravilloso y lo real.
Para Mercedes Monmany, encargada de la edición y prólogo de De lo maravilloso y lo real. Antología (Fundación Banco Santander), de Joan Perucho (1920-2008), este párrafo del escritor acerca de su libro Rosas, diablos y sonrisas, resume a la perfección su amplio catálogo de temas e inspiraciones. Joan Perucho fue un innovador de nuestras letras. Narrador, articulista, poeta. Pocos saben que es uno de los pocos españoles citados en El canon occidental de Harold Bloom, alguien que, con Álvaro Cunqueiro -hoy, quizá, más reivindicado; esto es, más editado, más citado, más conocido-, exploró temas impensables en un país en el que, entonces, no se conocía a Lovecraft y difícilmente se sabía situar a Borges o a Calvino. Al maestro del horror americano le dedicó Perucho un cuento primerizo en 1956: "A la memoria de Lovecraft, escritor de science fiction, que murió perseguido por los seres invisibles". Su descubrimiento de Lovecraft -decisivo para él- se había producido dos años antes cuando topó, en una librería de París, con una traducción francesa La couleur tombée du ciel.
La de Perucho fue una reacción reflexionada. "El año 1957 apareció mi primera novela -escribe-, Libro de caballerías, que fue, con Merlín y familia, de Álvaro Cunqueiro, la primera reacción contra la literatura social, o testimonial, de la época. La reacción, como ahora se puede constatar, partía, en el ámbito peninsular, de dos literaturas no oficiales, existentes en las antípodas del territorio español: Galicia y Cataluña. Fue mucho antes de que aquí se conocieran los nombres de Borges, Calvino, Mujica Lainez, Cortázar, Gracq, Dino Buzatti, y el resto de los grandes creadores de la literatura fantástica. Era una literatura, la nuestra, de un fantástico avant la lettre y determinó, entre Cunqueiro y yo, una amistad incondicional y sincera. Cuando venía a Barcelona el escritor gallego, Néstor y yo no lo dejábamos ni un solo instante y le organizábamos grandes banquetes en los mejores restaurantes de la ciudad". Para el escritor catalán, nadie como Cunqueiro conocía el sentido de lo maravilloso. Él, dijo, sacó a la literatura de lo inmediato y de lo útil, situándola en el territorio de los deseos. "Cunqueiro abrió la puerta de los sueños", dijo.
Perucho se apartó de todo, o de casi todo lo que le correspondía por generación. Trascendió la rigidez del franquismo. Buscó lo imaginario, lo fantástico, mezcló géneros y temas, fabricó mundos imposibles y destruyó las que, entonces, operaban como reglas inquebrantables de la literatura. Una literatura, claro, que había de ser social o costumbrista. Admiraba a Yeats, el poeta que, según él, mejor había captado las realidades invisibles. La poética de Perucho, escribe Monmany, es una poética "de lo invisible y de lo intemporal". Por encima de todo, fue un firme partidario de la poesía del temblor y del misterio: "El misterio mantiene al hombre en su búsqueda de la verdad imposible. Para algunos, misterio equivale a poesía. El hombre es el gran interrogador. Si un día el misterio dejara de serlo, todo se derrumbaría sobre su cabeza". Y si el misterio es poesía, también lo es la literatura fantástica. "A mí me parece que lo que en el fondo representa toda la literatura fantástica es la pura y simple reivindicación de la poesía y lo maravilloso ante la racionalidad excesiva de la vida". Pero lo maravilloso es, dijo también, "una flor cuyo perfume se da muy raramente".
Geografía (texto incluido en De lo maravilloso y lo real)
Podía escucharlo en la gramola. Era la misma voz, pero un poco distante y apagada. En el Boulevard Saint-Germain le había dicho chéri; en Londres, cerca de la tumba del Soldado Desconocido, my dear; en Múnich, bajo los porches de la Königsplatz, una palabra oscura, llena de enigmática ternura.Escuchaba ahora en la gramola aquella voz, soñadora de los campos de Andalucía. Pero no era exactamente la misma voz que le había pedido el pañuelo en la estación de Nápoles, para despedir a los reclutas que cantaban himnos patrióticos de tiempos de Garibaldi. Tampoco era la voz de sirena de Capri. Y aún: ¿era la de Múnich o la de Londres? No, no lo era.
En el agua del lago de Bañolas se reflejaban los sauces llorones de la Font de la Carpa, el románico de Porqueras, los grandes plátanos del paseo, el cielo, las nubes, el blanco dentífrico de las pesqueras. Nunú es bonita y viste refinadamente. Nunca más podrá encontrar de nuevo, identificar la voz. Hay una novela de Hemingway que se llama The killers, así lo creo.