George Prochnik: Para Zweig, sin la unión de Europa, solo cabía esperar su destrucción
George Prochnik
Entrevistamos al autor de El exilio imposible (Ariel), la última biografía de Stefan Zweig que se centra en los años que mediaron entre su marcha de Austria, en 1934, y su muerte, en 1942.
-La primera pregunta es obligada. ¿Por qué se suicida Stefan Zweig?
-Es importante recordar que hasta el mismo día de su muerte Zweig era tremendamente popular en todo el mundo y de modo muy especial en Europa. Pero, aunque pudiera parecer un hombre encantado con la fama y el éxito, vivía muy angustiado porque, ya desde los años veinte, notaba que no poseía libertad de movimientos [Prochnik escribe en el libro que, para Zweig, la diáspora en sí no era mala (decía que era perfectamente saludable en el pueblo judío); lo intolerable era la sensación de que ese vagar no le pertenecía, pues no se debía a "estímulos internos o intelectuales", sino a una monstruosa fuerza exterior contra la que era inútil luchar]. En esa época empieza a experimentar cuadros de depresión. En su suicidio interviene, como es evidente, ese clima, esa Europa perdida, pero también unas circunstancias digamos psicológicas o clínicas.
-Él decide abandonar Viena en 1934, cuatro años antes de la ocupación nazi. ¿Por qué?Zweig abandona Viena cuando ve que entre los libros que queman en Alemania están los suyos"
-En 1934, observa espantado las quemas de libros en Alemania. En esas piras públicas estaban algunas de sus obras, así que decide irse. Las cartas que escribe a partir de esa fecha muestran que su depresión es cada vez más intensa. Él creía en una unión europea, en una gran Europa intelectualmente aristocrática, unida por una cultura común, y eso, a sus ojos, se viene abajo con la llegada al poder de los nazis. Ocurre años antes de la invasión de Austria. Es algo que no puede soportar. Por eso decide irse a Reino Unido, donde cree que podrá encontrar la calma que no halla en el continente. Pero la firme determinación de suicidarse la tomó años después. Yo quise comenzar la biografía con la descripción del día de su sesenta cumpleaños, en 1941, porque fue ese día por la mañana cuando probablemente entendió que no tenía otra salida que el suicidio. Aquel día escribe una carta muy reveladora a la familia de Lotte, en la que ya es posible entrever cuál será su destino.
"Aquel día -escribe Prochnik-, la pura y simple inverosimilitud de su situación pudo con él". En la carta a la que hace referencia, Zweig da muestras de su desolación: "No habría creído nunca que al cumplir los sesenta años me encontraría aposentado en un pueblecito brasileño, atendido por una chica negra descalza y a kilómetros y kilómetros de distancia de todo lo que antes fue mi vida: libros, conciertos, amigos, conversación..." Tres meses después se suicidaría. "Pensaba que lo había oído todo -dice Prochnik-. Sin embargo, no había oído nunca nada parecido al silencio de aquel nuevo hogar suyo".
Zweig, el suicidio de Europa
Stefan Zweig
Stefan Zweig había nacido en 1881 en el seno de una familia de judíos vieneses. Producto de una recta y rica educación, dedicó su vida al ejercicio intelectual -nada despreciaba más que las aspiraciones materiales- y creyó siempre no solo en la unidad cultural de Europa, sino en el liderazgo intelectual de Viena. El "mundo Suiza", lo llamaba. En la capital austríaca veía Zweig el triunfo de los más grandes valores, de la belleza y de la inteligencia. Por eso, cuenta Prochnik, pensaba que la caída de Austria era el principio de un hundimiento progresivo que entraba ya en una deriva intolerable con la ocupación de Francia, el otro gran puntal de continente. Un editor que estaba con Zweig en Londres cuando este recibió la noticia de que la esvástica ondeaba en la torre Eiffel, dijo que nunca había visto a "un hombre tan destrozado". "No podía hablar, estaba encogido sobre sí mismo como una momia". Con Viena y París en manos de los bárbaros, repetía, se había consumado el suicidio de Europa y comenzaba, en su interior, la cuenta atrás.-Zweig, a día de hoy, se ha convertido en un símbolo de la destrucción de Europa.
-En un símbolo del suicidio de Europa, más bien. Él abogó siempre por juntar todo lo bueno que tenía Europa, y luchó por ello hasta que no tuvo más fuerzas. Incluso desde el exilio. Para él había dos opciones: o Europa se unía, o Europa se destruía. Al mismo tiempo era consciente de las dificultades que implicaba esa empresa. Lo entendió tras la Primera Guerra Mundial. Viajó a Italia después del armisticio de 1918 y vio que los países, tras aquella guerra, habían vuelto la vista hacia sí mismos, hacía sus ejércitos y los problemas de sus propios ciudadanos. Creer en la unión de una Europa intelectual y pacífica tras 1918 dejaba a Zweig de algún modo solo.
-Zweig escribió que le habría gustado ser una referencia moral antes que un gran novelista o crítico literario. ¿Cree que lo consiguió?
-De cara a la posteridad, sin duda. Y en su tiempo, yo diría que hubo un momento en que sí lo fue, sobre todo para las nuevas generaciones. De eso nos dan noticia sus cartas. Durante años tuvo un gran interés en ayudar a jóvenes artistas y poetas, y no solo desde el plano literario, sino también actuando como una especie de guía y mentor. Esta labor la llevó a cabo a lo largo de todo el continente, no solo en Austria, sino también en Italia, en Francia, en España. Le gustaba decir no solo que era una autoridad moral, sino también una inspiración para los jóvenes. Había épocas en las que a Zweig le gustaba ser el centro de todo, ir a todas las lecturas y tertulias. Luego de repente se aislaba en su casa a trabajar obsesivamente y no se le veía en meses.
"Soy un escritor, no un político"
El exilio imposible deja la certeza de que Zweig fue un hombre torpe políticamente ("Fue un noble pacifista y un populista barato", dice Prochnik). Solía apoyar movimientos en sus orígenes que luego derivaban en radicalismos de distintos signos; luego él se desvinculaba al tiempo que se iba erosionando su confianza en el género humano. Ocurrió con el sionismo, primero, y con el Partido Nazi después. Ya al final de su vida apoyó en artículos e intervenciones públicas a Getúlio Vargas, presidente de Brasil, cuyo "Estado Novo" acabaría imitando las dictaduras fascistas de Portugal e Italia.-Zweig dio una entrevista muy polémica en Nueva York en 1935 -continúa el biógrafo-. Todos los reporteros le pedían un titular sobre la situación política de Alemania, y él se negaba ["Nunca diré nada malo de Alemania"]. Repetía: "Yo soy un escritor, no un político" [en aquella entrevista, recogida en el libro, Zweig dice: "El intelectual no puede ser un buen hombre de partido. Ser intelectual es, para ser exactos, comprender al oponente, y de ese modo debilitar la convicción de tu propia rectitud"]. A esas alturas Zweig ya sabía que sus opiniones políticas no solían ser acertadas. Pero lo que está claro es que para él la política tenía un claro objetivo: delimitar muy claramente la línea que separa el bien del mal. Es lo que él demandaba a los políticos, que es justamente lo contrario a lo que han de hacer los artistas. Los políticos no pueden ser tan compasivos como los artistas, decía.
-De su primer viaje a Nueva York en 1911 Zweig regresó encantado. La agitación cultural de la ciudad le pareció increíble, algo de lo que Europa, en su opinión, podría aprender mucho. Pero en los años veinte lo que vio fue muy distinto. Decía que América estaba inmersa en un esquema cultural uniforme y que las tendencias culturales del momento estaban dirigidas a que el público consiguiera la diversión sin esfuerzo. Aquella cultura le hizo añorar aún más su "mundo de ayer" y el refinamiento y la inteligencia que, según creía, habían caído con Viena.
La parada en Nueva York fue la penúltima de Stefan Zweig. En sus memorias queda perfectamente documentado que su desencanto con la ciudad fue profundo, y que le hizo convencerse, aún más, de que lo perdido en Europa era ya irrecuperable. "Zweig decía que si la Primera Guerra Mundial marcó la primera fase de la destrucción de Europa, la americanización era la segunda", dice Prochnik. Así que Zweig cogió las maletas y se fue con Lotte, su secretaria y segunda esposa, a Petrópolis, en Brasil. Y el 22 de febrero de 1942, tras haber puesto en orden el alquiler, donado los libros y dejado al perro a buen recaudo, tomaron ambos una generosa dosis de Veronal y se tumbaron juntos a esperar la muerte.