Hubo una época en la que Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935), el autor contenedor de un millón de otros autores, se preguntaba cómo le gustaría ser recordado. Más bien, se preguntaba si para serlo debería comenzar su carrera con algo clásico, un extenso libro de versos, un libro de versos de unas 350 páginas en el que todas y cada una de sus personalidades estuviesen representadas, algo así como un álbum familiar de su portentoso (y genial) yo, su yo en perpetua descomposición, o si debería, en cambio, hacerlo con una novela policíaca. Pues, amante del noir más clásico, el noir que practicó el quirúrgico Arthur Conan Doyle, y el feroz partidario de lo imposible, o del puzzle elevado a categoría de impenetrable misterio literario, Gaston Leroux, Pessoa intentó, durante décadas, terminar una novela policíaca. Pero no lo consiguió.
Escribió al menos 13 relatos, 13 relatos que pretendieron ser 13 novelas, y no logró terminar ninguno. De haberlo hecho, de haber llegado a completar una novela, ésta habría tenido como objeto la resolución de un enigma de aparentemente imposible resolución, como el que se apunta en La carta mágica, el curiosísimo robo de una carta que nadie ha podido sustraer de ninguna manera, sino que más bien, como dice uno de los personajes, parece que “haya huido por su propio pie y haya abierto por dentro una puerta cerrada por fuera”.
Sí, si algo tienen en común todos y cada uno de los 13 relatos, de los 13, en realidad, intentos de novela reunidos en Quaresma, descifrador, es que todos parten de una premisa que tiene más de fantástica, de kafkiana, o, mejor, de lerouxiana, que de real: en La desaparición del doctor Reis Gomes, por ejemplo, el ilustre doctor desaparece en la escalera, en algún punto entre la verja de entrada del edificio y la cuarta planta del mismo, donde la espera su paciente que, extrañada de que el médico tarde tanto en llegar a su apartamento, le pregunta al amigo que le ha acompañado si el doctor piensa tardar mucho más en subir. Es entonces cuando descubren, uno y otra, que el doctor parece, simplemente, haberse volatilizado. Pero ¿lo ha hecho realmente?
Cada uno de los intentos de Pessoa de construir su ansiada novela policíaca parece, en ese sentido, un acto de prestidigitación, y quizá fue esa obsesión por explicar lo imposible, por dinamitar la novela de misterio clásica como lo hizo en su momento el propio Leroux, llevarla a un terreno en el que “los hechos son cosas dudosas” y sólo los argumentos tienen sentido, lo que le impidió terminar ninguna de sus historias.
Se puso el listón demasiado alto, hasta el punto de que, en un momento dado, uno de los personajes le suelta a Abílio Fernandes Quaresma, su peculiar detective (al que gusta de considerar un descifrador de enigmas, descifrador que vive en un cuarto desordenado y pasa la mayor parte del día envuelto en una manta, leyendo), “no sé si lo que acabo de escuchar ha sido un razonamiento humano o la exposición, en boca de un humano, del resultado del trabajo de una máquina de razonar”. Así, sus historias son inconclusos ejercicios de lógica que han tratado de ser reconstruidos para la ocasión, dando buena cuenta de lo difícil de la empresa en la que el poeta se embarcó una y otra vez, pues todas las ideas eran brillantes, pero su resolución era decididamente compleja, porque ¿cómo explicar lógicamente lo imposible?
Aunque laberíntica, pues después de todo y pese al enorme esfuerzo de reconstrucción, las pretendidas novelas reunidas no son más que escenas de las mismas (algunas rescatadas de hojas de calendario manuscritas), la lectura de Quaresma, descifrador, es imprescindible para todo amante del noir clásico que se precie, y una excelente (y necesaria) muestra de cuán ambicioso llegó a ser el poeta luso, que pudo haber revolucionado el género con su compleja y decidida apuesta por la razón (pura).