José Ángel Valente (Orense, 1929-Ginebra, 2000) fue conocido y respetado básicamente como poeta y luego como ensayista. No apareció como prosista, salvo en los poemas en prosa -mejor que relatos- de El fin de la edad de plata (1973) y Nueve enunciaciones (1982). Sabemos que como muchos hoy -véase el escritor y psiquiatra Carlos Castilla del Pino- Valente creía en la pluralidad del yo. Pero esa pluralidad disgregadora que precisa una raíz común, no es óbice para acercarse (del modo que fuere) a la “literatura del yo”. Aparentemente tan alejado de ella como de la prosa no poética, supimos tras su muerte que desde 1959 Valente llevó un diario íntimo, publicado como Diario anónimo en 2011.
Sabemos también que Valente publicó algunos cuentos, en revistas, en los años primeros de su carrera literaria y aún que muy al inicio de esta, habló de un proyecto de novela de iniciación que iba a llamarse El encuentro. Esto ocurría en 1954. Poco amigo de los géneros, Valente tampoco quería ver diferencias entre la prosa poética y el relato, y efectivamente no las hay si ese texto en prosa se une bajo el imán lírico... Lo que parece obvio -pese a ellas- es que a Valente le tentó la prosa y el yo, por plural que este sea.
Ello queda claro en el texto ahora publicado entero, Palais de Justice. Según Sánchez Robayna este conjunto de prosas que ahora leemos empezaron a escribirse a mediados de los ochenta, cuando Valente pasó por el trámite de un divorcio, al parecer penoso, con su primera mujer. El título en francés aludiría al Palacio de Justicia de Ginebra donde se vio esa causa. Los textos, que oscilan entre el poema en prosa y el fragmento narrativo con lenguaje metafórico, simbólico y aún onírico, tienen evidentemente un leve sustrato argumental de fondo: las sesiones judiciales de ese divorcio, el dolor presente, la suciedad de la vida que manifiesta el fin del amor (“Grandes capas de mierda sobre grandes capas de mierda, y así de generación en generación”) y los recuerdos o sueños que el protagonista narrativo -el propio Valente- tiene al rememorar los momentos de plenitud del amor y del sexo, cuando empezaban en él o en la pareja (“Las sábanas chorreaban semen, el semen desbordaba las ventanas, resbalaba sin desprenderse de sí mismo...”).
Entre la memoria, la meditación y el relato trascendido de amor/desamor, no se piense, sin embargo, que las citas anteriores, sexuales o acres, representan un conjunto dominado más bien por la meditación o el ensueño con breves delirios y algún pequeño tramo meramente narrativo: “Señores, los aquí sentados dicen desamarse, haberse desamado, haber destruido entre ellos los amasijos del amor”. O más adelante: “El presidente de la sala C del Tribunal de Primera Instancia tenía un tiempo moroso. Oía con detenimiento”. Con Palais de Justice estamos frente a un conjunto breve de textos líricos, con momentos de narratividad y más de poeticidad, que no sabemos si podría haber sido más largo (podría) o si el autor quiso dejarlo tal y como está, prosa poética cercana a la “experiencia abisal” como gustaba decir.
Yo veo en este Palais de Justice un texto bello y desgarrado de amor y desamor, con erotismo y daño, que se queda (quizá voluntariamente) en tierra de nadie. Es decir, se trata más bien de poesía en prosa que de relato, pese al hecho biográfico que se encuentra al fondo, reiterado. Alto poeta -ya lo he dicho- hasta su último gran libro Fragmentos de un libro futuro, el autor padecía también sus contradicciones, que en Palais de Justice se muestran nítidas.Valente volvió a dejar aquí un hermoso libro de fragmentos líricos llamados a unión. ¿Por qué teme al yo y a la autobiografía? Las hay excepcionales.