Felipe de Borbón y Grecia, proclamado rey de España con el nombre de Felipe VI.
Este jueves, 19 de junio, el Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón y Grecia, será proclamado rey de España con el nombre de Felipe VI tras la abdicación de su padre, Juan Carlos I. El catedrático de Historia Moderna de la UNED y miembro de la Real Academia de la Historia, Luis Ribot, traza el perfil político y psicológico de los cinco monarcas españoles que llevaron su nombre antes que él y que, con sus fortalezas y debilidades, sus virtudes y sus defectos, marcaron el rumbo de la Historia de nuestro país.
Felipe I (1504-1506)
Los nombres de los reyes no suelen ser
caprichosos. Responden habitualmente a una tradición de la familia o Casa real, basada
en el recuerdo de los antepasados considerados más dignos de ser imitados.
En la
Historia de España el nombre de Felipe no aparece hasta el inicio de la Edad Moderna y
no procede de la tradición de las diversas familias reales existentes en nuestro país
durante los siglos precedentes, sino de los duques de Borgoña, título que posee el
primero de los monarcas con dicho nombre, rey consorte por su matrimonio con Juana I
de Castilla, hija y heredera de los Reyes Católicos. El nombre de Felipe cuenta con una
importante tradición clásica desde
Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno.
En la Edad Media aparece sobre todo en Francia, con seis monarcas así llamados entre
1060 y 1350, y en el ya citado ducado de Borgoña, que era en realidad un estado feudal
desgajado del dominio real francés. Felipe el Hermoso era el duque Felipe IV de
Borgoña y llevaba tal nombre en recuerdo sobre todo de su bisabuelo Felipe III el
Bueno, creador de la orden caballeresca-cortesana del Toisón de Oro. Pese a ser rey
consorte, gobernó efectivamente dada la incapacidad de su esposa, si bien solo unos
meses, en 1506, entre su regreso a Castilla desde los Países Bajos y su inesperada muerte.
Felipe II (1556-1598)
Al ser Felipe I rey únicamente de Castilla -aún vivía
Fernando el Católico, rey de Aragón- todos los Felipes posteriores tuvieron en la
Corona de Aragón un número ordinal menos que en la de Castilla. Felipe II era pues
en ella Felipe I. Él fue, sin duda, el más importante de todos los reyes españoles con
dicho nombre y el monarca más conocido de su tiempo, así como
el primer rey de
la Historia que reinó sobre territorios de los cuatro continentes entonces conocidos
(Europa, África, América y Asia), especialmente a raíz de la anexión de Portugal -
donde también sería Felipe I- que le convirtió metafóricamente en soberano del mundo,
señor de un imperio en el que jamás se ponía el Sol.
Dotado de una enorme capacidad
de trabajo, rey burócrata dedicado minuciosamente al gobierno de su vasta Monarquía
desde el despacho, vivió los tiempos iniciales de la Contrarreforma en los que, de
acuerdo con la tradición heredada de sus antecesores, se convirtió en el defensor del
catolicismo, lo que le valió la enemistad de la Europa protestante. Ello explica que fuera
el objetivo preferente de la Leyenda Negra, que le pintó como el demonio del Mediodía,
perseguidor de herejes, acusándole casi en exclusiva de algo que hicieron otros muchos
reyes europeos de la primera Edad Moderna.
Felipe III (1598-1621)
Dotado de una personalidad mucho menos atractiva que
la de su padre, fue en realidad
el más gris de todos los Felipes. Mediocre de inteligencia
y débil de voluntad, carecía de interés por los asuntos de estado y de gobierno, a los que
apenas se dedicó. A diferencia de sus antecesores, entre sus diversiones cortesanas no
entraban las aventuras fuera del matrimonio. De su carácter se ha destacado siempre
la religiosidad, hasta el punto de ser conocido por el sobrenombre de "El Piadoso". Su
reinado fue en realidad
un tiempo de paz, o mejor de distensión, tras las agotadoras
guerras de tiempos de su padre. No se aprovechó sin embargo para restañar las heridas y
realizar las reformas necesarias, especialmente en la economía de la Corona de Castilla,
fuertemente agotada tras un siglo de guerras. Al contrario,
en su reinado se inició una
práctica tan perniciosa como la manipulación monetaria, que agravó los males de la
economía castellana. Pese a todo ello, la Monarquía de España siguió siendo la potencia
hegemónica en la política europea.
Felipe IV (1621-1665)
Es seguramente el de personalidad más compleja de
todos los Felipes. A pesar de que las derrotas sufridas por sus ejércitos y armadas, a
partir sobre todo de los años cuarenta, dejaron en él la huella de amargura, melancolía
y remordimiento que se aprecia en los formidables retratos de Velázquez, fue también
como su abuelo un rey burócrata, siempre bien informado de los asuntos de gobierno.
Era inteligente y culto, amante de las letras y las bellas artes, aunque también débil
de carácter, indeciso y falto de confianza en sí mismo. Otro rasgo importante de su
personalidad era la sensualidad y la
afición desmedida por las mujeres. En sus últimos
años se convenció de que buena parte de los males de su Monarquía eran un castigo de
Dios por sus pecados, lo que provocó en él unos remordimientos que salen a la luz en
su correspondencia íntima.
Con él se inició el declive internacional de la Monarquía, y
tuvo lugar el reconocimiento formal de la derrota en las paces de Westfalia (1648) y Los
Pirineos (1659).
Felipe V (1700-1746)
Fue el primero de los Borbones en el trono de España, que ocupó durante uno de los reinados más largos de nuestra historia, con un
breve paréntesis de varios meses en 1724, en que abdicó en su hijo Luis I, para volver
tras la muerte prematura de éste. Educado en el frío ambiente de la corte de su abuelo
Luis XIV, tuvo una buena formación literaria y afición por los libros. Tímido de
carácter, adolecía también de falta de confianza en sí mismo.
Sufrió progresivamente de
depresiones, que le provocaban largos periodos de alejamiento del gobierno y la vida
cortesana, aislamiento y abandono personal, llegando en sus últimos años a un ritmo
horario que confundía el día con la noche. Otros rasgos importantes de su carácter eran
el sentido de la justicia, una religiosidad ferviente y escrupulosa y la fuerte dependencia
de sus mujeres, ambas de gran inteligencia y personalidad, con un notable influjo en la
corte y la política.
Su reinado fue en conjunto bastante positivo. En el terreno
internacional logró equilibrar, en beneficio de su dinastía, la situación surgida en Italia
con la paz de Utrecht (1713), demasiado favorable a los Habsburgo (Austria). En el
gobierno interior, tras la guerra de Sucesión, puso en práctica
una política centralista
que favoreció diversas reformas, preludio de la Ilustración. Muchas de tales medidas
incidieron de forma positiva en la notable recuperación económica de aquellos años.