Sí, también esta será una reseña celebratoria de Kassel no invita a la lógica, el nuevo juego al que se ha abocado Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948). Me he reído mucho con sus extensos pasajes de morosidad juerguista (una morosidad que extrañamente me hizo pensar en The master antes de que el propio Vila-Matas cite la película, algo que me hizo feliz), con ese seguimiento obsesivo de un personaje que se sabe personaje, y me deslumbran muchas páginas, sobre todo aquellas que aluden a Europa como un relato de fantasmas. Ese acorde de fondo que atraviesa el libro, el de un mundo serio que se contrapone al arte alegre o efervescente que ocupa el primer plano de Kassel y del relato de Kassel, es fundamental para darle a este último su verdadera profundidad de campo.
Eso no significa que Vila-Matas no tenga sus cuquerías. Simpáticas, pero cuquerías al fin: como la de defender las “obras de arte arriesgadas que carecerían de sentido si no contuvieran el fracaso en su propia esencia”, mientras blinda su relato frente a la posibilidad del fracaso sacando de paseo a su infaliblemente seductor personaje acreditado en anteriores excursiones. O la de balancearse sobre la tela de araña paradójica que, a ratos, el lector no sólo no sabe si el gato de Schrödinger está vivo o muerto, sino simplemente si está. A base de ironía y de cargas ligeras contra los aburridos lectores convencionales, el autor consigue que uno se pregunte si podrá señalar lo siguiente sin parecer obtuso: que el libro sería más fulgurante con algo de poda.
En todo caso,c urioso viaje este de Kassel no invita a la lógica. La cosa va como sigue: las comisarias de la Documenta de Kassel, aparador de la vanguardia artística más radical del momento, invitan a Vila-Matas a asistir para sentarse durante una semana en un restaurante chino suburbial en calidad de “escritor residente”. Se trata, claro, de convertirse en instalación artística. Fascinado por la posibilidad de penetrar en el corazón del arte contemporáneo, Vila-Matas acepta recrear una situación vila-matiana que otros ya han diseñado para él. En Kassel se lo pasará realmente bomba consigo mismo, y sus paseos por la ciudad le llevarán al centro de su literatura, o mejor: a su origen. El encuentro con lo insólito, el deseo de ser otro, la fusión de vida y literatura, las ganas de penetrar en la dimensión insondable. Hay algo felizmente autocomplaciente en este libro, lo que es compatible con una amabilidad radical hacia el lector y cierta capacidad de asombro infantil y diletante. Y hay, también, mucha ironía y conciencia performática.
Avanzando con la melodía que procuran unos ritornelos entre poéticos y jacquestatianos, Kassel no invita a la lógica se demora embobado entre los pilares vivientes del arte contemporáneo más o menos no capitalista, y su autor tiene la lucidez de asumir que cuando menos entiende todo, mejor lo entiende. Vila-Matas convoca a sus admirados Roussel y Nietzsche (también a Cela, en un tronchante y fino juego de paralelismo irónico) y muestra un mundo cuya condición intraducible es una excusa inmejorable para la bribonería conceptual. Pero al fondo del libro, insisto, están las ruinas de nuestra época, y esto es decisivo: aquí la alegría es una conquista del arte, una cabriola del creador que empequeñece la triste historia. La tradición de la ruptura como una sonrisa iluminada por el sol tibio.